Diana Quer, una luchadora en situaciones difíciles

Ramón Ares Noal
MONCHO ARES RIBEIRA / LA VOZ

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Se recuperaba de una anorexia y del divorcio de sus padres, que la obligó a ser algo más que una hermana

02 ene 2018 . Actualizado a las 07:57 h.

Después de 496 días desaparecida y copando muchas horas de televisión y radio e infinitas líneas de periódicos y revistas, Diana Quer López-Pinel, además de víctima de un descerebrado, lo fue también del aireo de muchos aspectos de su vida privada y de la de su familia, ajeno al hecho de que su cuerpo permanecía en un oscuro foso de una fábrica abandonada desde poco después de que se le perdiera la pista en la madrugada del 22 de agosto del 2016.

Confirmado el fatal desenlace del caso el último día del 2017, es de justicia centrar el perfil de la chica echando mano, para empezar, de un calificativo que le atribuyeron su madre y su hermana: luchadora, porque Diana se recuperaba de una anorexia nerviosa desde los 15 años, período en el que aún le sobraran arrestos para cuidar a la pequeña de la familia cuando el matrimonio de sus padres entró en barrena hasta desembocar en un divorcio traumático, que se evidenció a los dos días de la infructuosa búsqueda de la primogénita con una descarnada guerra de declaraciones entre los dos excónyuges.

En el aspecto social, los resultados de la lucha de Diana por recuperarse se pusieron de manifiesto aquella trágica noche del Carmen de Os Pincheiros de A Pobra cuando caminaba en dirección a su casa después de disfrutar de las celebraciones con otros jóvenes de la villa, cerca de la plaza en la que tenía lugar la verbena. Dicen que había estado toda la noche como una persona normal, habladora, feliz, como una más del grupo, satisfacción que pudo constatarse en los mensajes de WhatsApp que, al tiempo que avanzaba hacia el adosado de Cabío, enviaba a sus amigas de Madrid, pensando que en pocos días estaría con ellas de regreso a Pozuelo de Alarcón, donde residía con su hermana y su madre, ajena a lo que iba a sucederle. 

Anorexia superada

Esa alegría que se podía deducir de sus comunicaciones y de sus vídeos, que posteriormente pasaron a ser de dominio público, era la constatación de una victoria que ya avanzó un informe psicológico encargado por la Audiencia Provincial de Madrid en febrero del 2015 para dirimir la tutela de las hijas en el fracturado matrimonio Quer López-Pinel, ya que certificaba que la lucha de la adolescente estaba siendo fundamental para salir de la anorexia.

La fortaleza de Diana fue también vital para Valeria, con la que ejercía de algo más que de hermana mayor -lo que también le servía de apoyo a ella misma, según el citado informe psicológico-, cuando la familia sufría los efectos de una separación en la que algunas fuentes aseguran que la primogénita trató de intervenir de mediadora para que sus padres no acabaran divorciándose, cosa que no consiguió. Posteriormente, poco a poco, fue empatizando más con su madre que con su padre, ya que este era más estricto en la aplicación de las normas de conducta y responsabilidad, lo que pudo ser determinante en el bajón en sus estudios.

Al margen de todas las dificultades que había atravesado, la alegría que desbordaba Diana Quer era, al fin y al cabo, la de una chica que estrenaba mayoría de edad y veía abiertas las puertas de un ilusionante pero también peligroso mundo, no en vano también transitan por él depredadores desalmados como José Enrique Abuín, con el que tuvo la mala suerte de cruzarse Diana, pero que pudo ser cualquier otra chica, de lo que se deduce que todas aquellas que coincidieron en A Pobra aquel 22 de agosto tuvieron el peligro de correr la misma suerte.

Mayoría de edad

Diana Quer había cumplido 18 años cuatro meses antes de su desaparición y hacía lo que casi todas las jóvenes de su edad. Pensaba sacar el carné de conducir: de hecho, asistía a las clases de teórica en una autoescuela de A Pobra, donde trabó amistad con otros alumnos con los que salía a divertirse en el que iba a ser el último verano de su vida. Precisamente, si había prolongado su estancia estival en A Pobra más de lo acostumbrado era por la preparación del examen para hacerse con la licencia.

Aseguran que le encantaban los animales, las mascotas, y, de hecho, en muchos de los vídeos que se hicieron públicos se la ve contentísima con su perrito en brazos, pero tenía fobia a las arañas y a los ratones, preferencias y rechazos comunes a las personas de su edad y de lo que dejaba constancia en las redes sociales, a través de las que transmitía todo tipo de mensajes y publicaciones, con los que extendía su felicidad y preocupaciones a su entorno, pero se exponía a lo que acabó ocurriendo tras su desaparición, que se convirtieron en fuente informativa, en algunos casos de forma irresponsable.

La recuperación de la anorexia y sus ganas de conseguir una ocupación que le permitiese una mayor independencia se pudo constatar asimismo en su intento de entrar en el mundo de la moda como modelo, por lo que acudió a una agencia a someterse a una selección en la que no consiguió el resultado que esperaba, pero que, no obstante, valió para corroborar que había superado el descontento generalizado de su atractivo físico y social.

El perfil de Diana Quer López-Pinel es, en suma, el de una de tantas jóvenes que acaban de cumplir 18 años en tiempos dominados por las redes sociales, los trastornos alimentarios y las ansias humanas de abrirse al mundo cuando se alcanza la mayoría de edad, pero que tuvo la desgracia de encontrarse con un psicópata desalmado que, además, es padre.