El Chicle alardeó ante el pozo de los horrores de sus «hazañas» al volante

Álvaro Sevilla Gómez
Álvaro Sevilla RIBEIRA / LA VOZ

ACTUALIDAD

Lavandeira jr | efe

Mientras señalaba a la Guardia Civil el lugar en el que dejó el cadáver de Diana, el asesino comentaba: «Con el coche no me pilláis, lo pongo a 250 por hora»

07 ene 2018 . Actualizado a las 13:14 h.

Ni en el momento más dramático de su detención José Enrique Abuín Gey, el Chicle, fue capaz de frenar su instinto de bravucón y mentiroso. Eran cerca de las cinco de la madrugada del 31 de diciembre cuando el asesino confeso de Diana Quer llegó con la Guardia Civil a la nave de Asados donde escondió el cuerpo de la joven. Tras mostrarles el pozo del terror, siguió hablando con los agentes, incapaz de poner freno. En el interior del inmueble pasó horas, en las que farfulló sin pausa. Lo hizo sobre él, sobre su vida y sobre una de sus grandes pasiones: la velocidad. «Con el coche no me pilláis, lo pongo a 250 por hora», afirmó.

Ese conocimiento de la mecánica le permitió esquivar durante meses a la Guardia Civil. Cuando ya era el principal sospechoso del caso, se inspeccionaron sus vehículos al detalle. Los agentes no encontraron nada, ni un mero indicio. Ni siquiera en el Alfa Romeo 166 que utilizó para raptar a Diana y que volvió a conducir el 25 de diciembre, cuando supuestamente intentó secuestrar a otra joven en Boiro. En su interior no había cabellos ni restos de sangre. El mecánico aficionado había eliminado cualquier pista posible.

«Sempre lle gustou fardar do que corría nos seus coches», confiesa un rianxeiro que trató durante años con el asesino confeso de Diana Quer. «Compraba as pezas por Internet e xa as cambiaba el. Tenlle ofrecido facer algunha chapuza a algún veciño. A min tamén: nunha ocasión tivera un problema no coche e dixérame que xa pedía el as pezas, que llo deixara na casa. Non lle fixen caso, ¿quen se fiaba del? Ademais de mentireiro e ladrón era un chapuzas».

Antes de que su nombre fuese vinculado con la cocaína de forma oficial , sus coches eran la evidencia para que sus vecinos lo relacionasen con el narcotráfico. «Unha persoa que non traballa, que non fai nada... ¿como pode permitirse ter tres coches á vez? Cada vez que chegaba cun novo era un escándalo», asegura una residente en Outeiro, donde el Chicle vivía con su esposa.

El temerario

La faceta de conductor temerario y arrogante que evidenció en la nave del horror choca con la versión del hombre que, a lágrima viva, fue incapaz de enterrar a uno de sus perros, y que tuvo que llamar a su padre para que lo hiciese. Quienes lo conocen desde niño aseguran que los vehículos no eran solo una afición, eran un aliciente para su estado de ánimo, de ahí que le diese tanta importancia a su habilidad al volante.

«Para nós sempre foi Chiquilín ou Enrique o Dentudo. Eran os alcumes que lle tiñamos cando eramos rapaces», cuenta un rianxeiro que compartió aula con el asesino confeso de Diana Quer. Explica que fue a raíz de su entrada en el mundo de la droga cuando se vino arriba. Utilizó el dinero fácil para comprar sus primeros bólidos y se envalentonó: «Creceuse porque o protexían, sempre foi o carro das hostias de todos. Eu deste esperábame calquera cousa».

Pero su pasión por la velocidad estuvo cerca de jugarle alguna mala pasada. Cuando se detuvo al Chicle y este confesó el crimen, su nombre, José Enrique Abuín Gey, también se citó en la jefatura de la Policía Local de Ribeira. Los agentes recuerdan que estuvo implicado en un accidente en el que destrozó su coche en una rotonda. En Dodro, municipio vecino a Rianxo, le pasó algo similar. El Chicle llegó a conducir sin carné. El coronel jefe de la UCO, Manuel Sánchez Corbí, también dio relevancia a esta faceta de piloto aficionado en la rueda de prensa del 2 de enero: «Es un manitas con los coches y su velocidad habitual por las carreteras gallegas era de no menos de 150 por hora».

A pesar de la bravuconería en la nave donde escondió a Diana, ninguno de sus vehículos (Alfa Romeo 166, Audi A4 y un Fiat) podrían alcanzar, ni siquiera tras ser modificados, los 250 kilómetros por hora. Nadie le dio importancia. ¿quién se lo iba a creer? No lo hace ni su familia más cercana, que lo tilda de mentiroso compulsivo. Todos, sin excepción, confiesan que fueron engañados por el Chicle.

La mentira

Si quienes lo conocen aseguran que la bravuconería es una de sus características, su afición por el engaño es otra de la que nadie duda. Tampoco faltan testimonios de barbanzanos que se cruzaron con él y que reconocieron que no escondía su implicación en el tráfico de estupefacientes.

«Nunca sabías se dicía a verdade. Había que buscar moito para atoparlla. Sabiamos o tema do trapicheo, pero ¿quen esperaba que ía a cometer un crime coma este?», dicen en su círculo más cercano.

 

El asesino ya puede ver en la tele y en los periódicos lo que se cuenta de él

José Enrique Abuín, encarcelado en el centro penitenciario de Teixeiro desde Año Nuevo, ya puede comunicarse con otros reclusos o con funcionarios después de que el viernes, a las 15.30 horas, le levantaran la orden de prisión incomunicada. Hasta esa hora, el Chicle permaneció encerrado en una celda especial del módulo de ingresos, separada por un cristal de un calabozo contiguo desde el que un preso de confianza lo vigilaba. Pero tenía prohibido hablar con él o contestar a sus preguntas. Silencio absoluto. Tampoco podía tener acceso a la prensa. Desde el viernes por la tarde, el Chicle ya puede leer en los periódicos todo lo que se escribe de él. O ver la televisión, acceder a literatura y conversar con el resto de los reclusos con los que comparte el módulo, informa Alberto Mahía.