Trump se deshace del abogado jefe de su equipo legal en la trama rusa

mercedes gallego NUEVA YORK / COLPISA

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JIM LO SCALZO | EFE

John Dowd le recomendaba que no forzase el cese del fiscal especial Robert Mueller

23 mar 2018 . Actualizado a las 07:11 h.

«Otro que muerde el polvo», cantaría la banda Queen. Algunos se lo sacuden para despedirse con dignidad, como el humillado Rex Tillerson, que pasará a la historia por ser el primer secretario de Estado despedido vía Twitter. Ayer, antes de volver a su vida de petrolero en Texas, conminó a sus empleados a practicar «un acto de amabilidad al día» para contrarrestar una ciudad «que puede ser muy miserable». Frente a esa amargura, la última baja, John Dowd, jefe del equipo legal de Trump en la trama rusa, prefirió mantener las apariencias: «Adoro al presidente, le deseo lo mejor, tiene un buen caso en las manos».

Al más puro estilo trumpiano de crear el caos y la confusión desmintiendo todo lo que revele la prensa, Dowd negó el domingo por la noche a The New York Times que fuera a dimitir. «Fake news», afirmó. «Aquí estoy, trabajando en el caso del presidente». Fue el propio Trump el que confirmó al día siguiente que había contratado a otro abogado, Joseph di Genova, aunque la Casa Blanca siguió negando durante tres días que fuese a haber cambios.

Desde julio, el segundo abogado que dirige su defensa en la trama rusa se había convertido en la persona de contacto con la oficina del fiscal Robert Mueller. Su partida, supuestamente de mutuo acuerdo, es lo último que cualquiera hubiera recomendado a estas alturas del caso, pero ambos estaban frustrados. Se cree que era él quien contenía las ansias del mandatario de dar carpetazo a la investigación que le crispa más a medida que se estrecha el círculo sobre su familia y sus empresas.

A los impulsos del presidente por despedir a Mueller, bien directamente o a través de su superior en el Departamento de Justicia, se oponen vehementemente prominentes republicanos, que le advierten de que eso sería el fin de su mandato. A sus ansias de entrevistarse directamente con ese pit bull para decirle a la cara que «no hubo colusión» con los rusos se oponía Dowd, que lo considera suicida. «Me encantaría», repitió ayer Trump con impaciencia.

También a él Washington le parece una ciudad mezquina a la que nunca debió haber aspirado, se lamentó en la Cumbre de la Próxima Generación, porque «hasta entonces todo el mundo hablaba bien de mí». Sorpresa, porque sus costumbres de mafioso encajan perfectamente con las puñaladas de la capital política. Durante las últimas semanas había estado entrevistando a otros abogados sin avisar a los actuales, que se enteraron de ello por la prensa. «Fake news», les tranquilizó Trump por Twitter.

Amigo de enfrentar a sus subordinados como si fueran concursantes de su reality show The Apprentice, la incorporación de Di Genova, que retaba el liderazgo de Dowd con una línea más hostil hacia el fiscal especial, le puso contra la pared. Ya antes intentó hacerle saltar al obligarle a pedir públicamente que Mueller cerrase la investigación. Dowd cumplió en un comunicado, pero se contradijo al contestar si esa era su opinión o la del presidente, lo que sirvió de excusa para un nuevo estallido de furia presidencial.

Pudo ser la gota que colmó el vaso. Son muchos los abogados de prestigio que han declinado su oferta. Trump es un cliente inestable que no acepta consejos y puede arruinar el caso con un dedazo. Cada día habla con sus abogados personales, tiburones del mundo inmobiliario que le aconsejan un enfoque más agresivo que la cautela de Dowd. Sin él, se espera que en las próximas semanas se siente a declarar ante Mueller en lo que puede ser el acto final de la investigación, para bien o para mal.