Hay que esperar al nombre del primer ministro

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RICCARDO ANTIMIANI

Que un partido abiertamente xenófobo y situado en la extrema derecha como la Liga haya podido imaginar una vida junto al teóricamente izquierdista M5S muestra que hablar de «los populismos» en general no era una simplificación injusta

19 may 2018 . Actualizado a las 07:54 h.

Las negociaciones para la formación del nuevo Gobierno italiano han venido a confirmar un viejo y manido refrán: los extremos se tocan. Porque ya el hecho de que la Liga Norte y el Movimiento 5 Estrellas (M5S, por sus siglas en italiano) hayan logrado entenderse tras 70 días de conversaciones, más que sorprendente, es revelador. Que un partido abiertamente xenófobo y situado en la extrema derecha como la Liga haya podido imaginar una vida junto al teóricamente izquierdista M5S muestra que hablar de «los populismos» en general no era una simplificación injusta, al menos en el caso de Italia. Porque también es cierto que Italia es un país singular políticamente. Esta es la tierra de aquel utópico compromiso histórico que abanderaba Enrico Berlinguer en la década de 1970, y que iba a reunir en un mismo ejecutivo a democristianos y comunistas, acabó ocurriendo en el Partido Democrático, aunque no del modo ni con los resultados que esperaban unos y otros.

Este nuevo compromiso histórico entre izquierda y derecha se presenta a sí mismo en términos menos solemnes como un «contrato de gobierno», en el lenguaje típico del M5S. ¿Dónde se han encontrado los dos extremos? No en el término medio, que apenas existe para estos dos partidos, sino en la demagogia, que es, al fin y al cabo, lo único que tienen en común. El M5S ha cerrado los ojos ante la obsesión antiinmigración de la Liga Norte, y de hecho la medida más clara y concreta de todo el contrato es la deportación inmediata de medio millón de ilegales. Por su parte, la Liga ha dado luz verde a la promesa estrella de los cinco estrellas, la renta de ciudadanía, si bien después de descafeinarla considerablemente. No se trata ya de la renta básica universal que había prometido el M5S en las elecciones, y que le dio tantos votos en el sur de Italia, sino de una especie de subsidio de paro no contributivo, condicionado y limitado en el tiempo. Pero aún así se trata de una medida que disparará el gasto público de manera espectacular, y que ya está haciendo temblar y sacudirse a los mercados, a los que no anima ni siquiera la drástica reducción de impuestos que también promete el nuevo Gobierno, concesión, en este caso, a la Liga.

También se ha rebajado la retórica antieuropea en el documento final. No se habla ya de referendo para salir del euro ni de condonación de la deuda, pero lo que se insinúa -renegociación de tratados, acercamiento a Rusia- es suficientemente alarmante para Bruselas, que mira este experimento italiano con horror. Lo cierto es que Europa tuvo su oportunidad: controló directamente el Gobierno italiano entre 2011 y 2013, imponiendo incluso al primer ministro. Ahora le toca esperar y ver con los dedos cruzados. Porque falta todavía lo esencial. Falta el nombre, precisamente, del jefe de Gobierno. Italia tiene una cierta tendencia al caudillismo político, entre otras cosas porque su caótico sistema parlamentario y la fragmentación de su espectro político quizás lo hace necesario. El presidente del consejo es la figura clave. Será cuando tengamos su nombre cuando se podrá calibrar la seriedad de este extraño proyecto, más maridaje que matrimonio.