Venezuela, bajo la sombra de la ilegitimidad

PEDRO GARCÍA OTERO CARACAS / CORRESPONSAL

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Helena Carpio | efe

La oposición y la comunidad internacional dan la espalda a un proceso electoral que tachan de fraude

20 may 2018 . Actualizado a las 08:58 h.

Ni democráticas, ni libres, ni participativas. Las elecciones que se celebrarán hoy en Venezuela no tienen ninguno de los estándares básicos de la Unión Europea. Una posición compartida, por Estados Unidos y otros 16 países del hemisferio occidental, y por millones de venezolanos, que hoy se prevé se abstendrán. Con la oposición fuera de los comicios, Nicolás Maduro concurre sin un rival que le haga sombra para seguir otros seis años en la presidencia del país. Su objetivo es claro: lograr una contundente victoria para intentar sobrevivir a la crisis política que Venezuela vive desde su llegada al poder, y que ha arrastrado al país a una debacle económica (con una hiperinflación única en el mundo) y humanitaria (desabastecimiento de alimentos y medicinas que han empujado al éxodo de miles de ciudadanos).

Comicios sin oposición

Líderes ausentes. Los comicios, adelantados de forma unilateral por la Asamblea Nacional Constituyente (ente designado en abierta confrontación con la Constitución venezolana), han dejado de lado a la oposición, ilegalizada por diversas vías. Comenzando con sus líderes que han sido condenados (Leopoldo López), inhabilitados administrativamente sin fórmula de juicio (Henrique Capriles) o forzados al exilio, como Antonio Ledezma.

«El famoso símil del 'campo inclinado' ahora se convierte en un campo vertical. Como las dos principales características de que esta es una elección no democrática tienes la inhabilitación de tus contenedores: cualquiera de los que podía retar a Maduro está preso, exiliado, inhabilitado o muerto. Es el modelo ruso, pero más descarado», señaló desde Bilbao la consultora electoral venezolana Carmen Beatriz Fernández, quien hoy, como millones de sus compatriotas, ve las elecciones desde fuera de su país.

La diáspora

La mayoría no podrá votar. De los cuatro millones de venezolanos que, se estima, se han marchado desde 1999, cuando Hugo Chávez llegó al poder, menos de 100.000 están habilitados para votar. La diáspora cambiaría el resultado de cualquier elección, algo que el chavismo sabe muy bien, y por eso le ha puesto todas las trabas posibles a lo que es un mecanismo regular en cualquier democracia: el voto de los expatriados. Maduro, quien en enero del 2016 (tras una dura derrota electoral) afirmaba que «la revolución bolivariana no hará otras elecciones hasta que pueda ganarlas», ha conseguido cómo hacerlo: durante el 2017, y gracias a la emigración masiva de venezolanos (se calcula en más de un millón y medio en 18 meses), la eliminación de opciones para los electores y la dominación, a sangre y fuego, de las protestas del año pasado, ha desencantado a la ciudadanía.

Mientras, el manejo del hambre con los programas sociales acarrea una masa de votantes que le permiten ganar nuevamente las elecciones. De hecho, Henri Falcón, el candidato al que el Gobierno se apresuró a llamar «de la oposición», denunció el jueves a Maduro por su insistencia en que todos los que voten deben pasar después a registrarse con el «carné de la patria» (un mecanismo de distribución de bonos y programas sociales) para recibir «un premio».

La estrategia encontró respuesta en Tibisay Lucena, presidenta del Consejo Nacional Electoral, quien respondió que había hablado con el Partido Socialista Unido de Venezuela y «ese día [el de las elecciones] no se van a repartir bonos ni se van a leer los carnés de la patria en los 'puntos rojos'» (quioscos de control del PSUV, fuera de los colegios electorales). Esto, a pesar de la confesa maniobra por parte del propio Maduro.

Entorno hostil

Sin aliados en la región. Desde la victoria electoral opositora del Parlamento, en diciembre del 2015, y su consiguiente desconocimiento por parte del Gobierno de Maduro, la comunidad internacional ha venido viendo con creciente recelo la deriva autoritaria del Gobierno de Nicolás Maduro. Buena parte de su estructura internacional de apoyos (Cristina Kirchner en Argentina, Dilma Rousseff en Brasil, Rafael Correa en Ecuador) se ha venido desvaneciendo, y esto, sumado a la llegada de Donald Trump al poder en EE.UU., ha dado paso a un entorno francamente hostil para la revolución bolivariana.

«Venezuela es un Estado fallido, y los Estados fallidos no conocen fronteras», dijo el vicepresidente estadounidense, Mike Pence, ante la OEA. El viernes Washington impuso sanciones a altos cargos chavistas, entre ellos el poderoso números dos del régimen Diosdado Cabello.

El analista Félix Gerardo Arellano señala que lo más probable es que, a partir de mañana, las sanciones sean mucho más amplias en número de personas involucradas y acceso a las cuentas de los investigados.

Los apoyos son mucho menos prestigiosos que los rechazos. Lucena, de hecho, esta semana firmó un convenio de cooperación con el Consejo Electoral ruso, mientras los «observadores internacionales» invitados vienen de Túnez, Argelia, Bolivia y Nicaragua. El presidente turco, Recep Erdogan pronosticó una victoria de Maduro. Como «observador jefe» del proceso (así indicado por el propio Maduro) está José Luis Rodríguez Zapatero, exjefe del Gobierno español.

Acusaciones

Corrupción y narcotráfico. El Gobierno de Maduro ha sido salpicado por recurrentes acusaciones de narcotráfico de sus más altos funcionarios, por los escándalos de corrupción de la Banca Privada D’Andorra, del Banco Espírito Santo y por el caso Odebrecht . En este último está presuntamente incluido el propio Maduro, quien habría recibido un soborno para su campaña de unos 30 millones de euros, según señaló a los tribunales brasileños Euzenando Prazeres de Azevedo, presidente de la constructora Odebrecht en Venezuela. Pero no es investigado por ninguna autoridad venezolana.

¿Qué está en juego?

Un aval para seguir en el poder. De la participación en las urnas, Maduro podría obtener un aval para seguir gobernando, o si, como propugna la oposición, se impone la abstención, debilitarse aún más. «No se fortalecerá Maduro luego de estas elecciones», advierte el politólogo Nehomar Hernández. En su opinión, el desconocimiento de las mismas por parte de la comunidad internacional agravará la crisis económica del país, en un entorno tan deteriorado que Venezuela podría dejar de ser exportador de petróleo en el próximo semestre, según el economista Luis Oliveros. Esto haría que el altísimo rechazo (superior a 75 %) que tiene hoy Maduro aumente, indica Luis Vicente León, director de la encuestadora Datanálisis, quien señala que, sin embargo, eso no garantiza que su Gobierno caiga.

Pero León considera «imposible» una recuperación del país bajo el Gobierno de Maduro, pese a la promesa del presidente de «una recuperación económica que asombrará al mundo», si vuelven a elegirlo. Los pronósticos no son favorables: La inflación, que se ubica en 13.000 %, podría llegar a 100.000 % a fin de año, y el país, encaminarse a su sexto año seguido de recesión, en la que ha perdido más de la mitad de su PIB, con casi nueve de cada diez venezolanos bajo el umbral de la pobreza.

Zapatero acusa a la UE de «prejuicios»

José Luis Rodríguez Zapatero se ha convertido en el mayor defensor del proceso electoral venezolano. Así al iniciar su misión de observador internacional no dudó en acusar a la UE de tener «prejuicios» ante las elecciones de hoy. «¿No tiene expertos [electorales] la Unión Europea? Claro que los hay, pero hemos partido de un prejuicio, un gran prejuicio, que es de las cosas peores que pueden pasar en política», declaró ayer de madrugada ante la prensa al criticar la negativa de la UE a enviar observadores por la falta de garantías en estos comicios. Tras reunirse con Maduro, opinó que las condiciones del proceso electoral «son las mismas» de las legislativas del 2015, en las que la MUD ganó, y criticó a los Gobiernos que «alientan posiciones radicales» sobre la situación de Venezuela.