El escenario belga sigue siendo muy preocupante

José Julio Fernández Rodríguez

ACTUALIDAD

30 may 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

El atentado de de ayer en Lieja tiene dos elementos extraordinariamente conocidos. Uno es la radicalización carcelaria de un sujeto. Como sabemos, las prisiones se han convertido en el principal nido de radicalización islamista en Europa Occidental. Se están haciendo multimillonarios esfuerzos para revertir esos procesos, aplicando métodos de contra-radicalización en cárceles, de momento infructuosos. La cuestión es casi escandalosa, porque los poderes públicos son incapaces de alterar esa situación a pesar de haber sido detectada hace décadas. Me sorprende que la opinión pública no se escandalice y no se generen polémicas acerca de la ineficacia de los sistemas de reeducación y reinserción de delincuentes.

El otro elemento habitual del atentado en Lieja es el empleo de un objeto cotidiano como arma, un cuchillo que se esgrime en un ataque que se produce en un lugar céntrico para encontrar víctimas con mayor facilidad (las circunstancias de este atentado dieron lugar a que el atacante consiguiera después una pistola). Se logra, así, infundir más terror en la sociedad, que es uno de los objetivos nucleares de este tipo de actividad.

Bélgica, como casi todos los países europeos, ha hecho relevantes esfuerzos para mejorar la coordinación antiterrorista, tanto a nivel interno como externo. Creemos que ha superado de esta forma las disfunciones del pasado, cuando se advirtieron problemas derivados de los recelos que originaba su específica forma de descentralización. Su endiablada arquitectura territorial, basada en tres comunidades, tres regiones y cuatro áreas lingüísticas, dio lugar a evidentes lagunas de seguridad en un tema tan sensible como este. Así se constató en atentados del pasado, donde la información no fluyó y la prevención y persecución se dificultó, al margen de los errores de la propia inteligencia francesa. 

Granero del yihadismo

Bélgica se ha convertido en granero del radicalismo islámico, del que nace el terrorismo yihadista. Y ello desde hace décadas, pues ya en los ochenta era el centro logístico del GIA argelino y en el cambio de siglo devino en santuario para las huestes de Al Qaida. Con el auge del llamado Estado Islámico en 2014 más de 600 personas salieron de este país para engrosar sus filas. El porcentaje más alto de todos los países de la UE, con respecto a la población.

Ahora, como hemos dicho, se ha avanzado mucho a partir de los errores cometidos (aunque como vemos la seguridad total es imposible). Se siguen de cerca en estas políticas públicas de lucha contra el terrorismo, los cuatro pilares que marca la UE: prevenir, proteger, perseguir y responder.

Sin embargo, a nivel sociológico el escenario sigue siendo muy preocupante en Bélgica. Aconsejo al lector pasear por el barrio bruselense de Molenbeek, donde a día de hoy el fundamentalismo islámico se respira por doquier, y donde continúan las existencias frustradas, la seducción de la violencia e, incluso, el deseo de trascendencia que construye al terrorista. Intolerable. Mientras, la opinión pública belga se encuentra aletargada y preocupada de otras cuestiones que no son de su incumbencia (como sabemos en España).

José Julio Fernández Rodríguez es director del Centro de Estudios de Seguridad (CESEG) de la Universidad de Santiago