«Empezamos a despedirnos porque ya sentíamos que habíamos muerto»

héctor estepa MANAGUA / E. LA VOZ

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Carlos Herrera | DPA

Los paramilitares asaltan a tiros el campus donde se atrincheraban los estudiantes

15 jul 2018 . Actualizado a las 09:13 h.

Decenas de mujeres se agolpan en las verjas de la catedral de Managua. Los ojos llorosos. Sus miradas se dirigen nerviosas, entre el metal al rojo vivo por el calor de la capital, hacia las dependencias del obispado. Son las madres de los al menos 60 estudiantes opositores que se refugiaron en la parroquia Divina Misericordia tras ser desalojados por la fuerza de la Universidad Nacional (Unan), donde se atrincheraban desde hace semanas, por paramilitares sandinistas fuertemente armados.

Una negociación de más de diez horas entre la Conferencia Episcopal, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y el Gobierno permitió su liberación en la mañana de ayer, tras haber pasado toda la noche sitiados en el templo junto a los sacerdotes. La verja se abre poco a poco para dejar pasar a los familiares de los jóvenes liberados. Abrazos. Lágrimas. Pocos reproches, a pesar de que muchos engañaron a sus familias para poder participar en las protestas contra el Gobierno. La vida pesa más.

«La iglesia está tiroteada. Tiene huecos por todos lados. No hubiéramos aguantado una noche más. Empezamos a despedirnos de nuestros familiares porque ya sentíamos que habíamos muerto. Sabíamos que íbamos a morir por la patria. Yo amo a mi país. Amo a mi Nicaragua. Y espero que todo el pueblo se nos una. Tenemos que luchar para ser libres», dijo a La Voz uno de los estudiantes enmascarados liberados.

No todos pudieron salvarse. Dos familias no podrán reunirse con sus hijos, que murieron por impactos de bala en el transcurso del asedio a la Unan. Uno, en el templo del sur de la capital. Otro, en una de las barricadas universitarias. El cardenal Leopoldo Brenes, presidente de la Conferencia Episcopal, añadió que otros 14 jóvenes resultaron heridos por los paramilitares. Las protestas que explosionaron el pasado 18 de abril dejan ya más de 350 muertos, según los organismos de derechos humanos nicaragüenses. La CIDH confirma, hasta el momento, 264.

Decenas de ciudadanos se acercaron a las inmediaciones de la parroquia Divina Misericordia durante la madrugada y en la mañana del sábado, para reclamar la libertad de los estudiantes. Un grupo de sacerdotes estuvo acompañando a los manifestantes toda la jornada. «Desde abril hay una insurrección cívica y no violenta en Nicaragua contra el régimen de Daniel Ortega. El presidente se ha encargado de ordenar el asesinato y la masacre en Nicaragua. Hay más de 1.500 personas heridas. Centenares de personas desaparecidas. Centenares de personas muertas arbitrariamente. Lo que ha desatado Ortega es una estrategia que es terrorismo de Estado», comenta la activista Mónica López.

Inmunes a la presión, las autoridades difundieron varias imágenes en las que dieron cuenta de las armas encontradas en la universidad. Además de los rudimentarios morteros, que lanzan proyectiles no mortales a menos que se disparen a bocajarro y a corta distancia, mostraron también tres escopetas, una metralleta, y un revólver. Los estudiantes niegan haber tenido armas de dicho calibre en la universidad. El régimen también acusa a los estudiantes de quemar parte de las instalaciones aunque los opositores lo niegan.

El Gobierno considera a quienes protestan «terroristas» de la derecha pagados por otros países. El ministro de Exteriores, Denis Moncada, pidió esta semana a la OEA que condene «a los grupos terroristas que están poniendo en peligro la estabilidad del país, la paz y la seguridad». La crisis, por tanto, parece lejana a terminar.