Puigdemont arría la bandera catalana en Waterloo

Efe WATERLOO

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Residencia de Puigdemont en Bélgica
Residencia de Puigdemont en Bélgica JOHN THYS | AFP

La residencia en Bélgica del expresidente catalán ha perdido en una semana gran parte de la simbología institucional

04 ago 2018 . Actualizado a las 10:37 h.

El chalet de Waterloo al que el Carles Puigdemont regresó el sábado pasado desde Alemania ha perdido en una semana gran parte de la simbología institucional que arropó el retorno del expresidente de la Generalitat a la vivienda de esa acomodada zona residencial cercana a Bruselas, convertida ahora en una suerte de punto de peregrinación para sus adeptos.

Solo un discreto distintivo cuadrado a la derecha de la puerta en el que puede leerse «Casa de la República» identifica la residencia, que en el flanco izquierdo del jardín muestra dos mástiles desnudos de unos cinco metros de altura.

De ellos se han retirado las banderas de Cataluña y de la Unión Europea izadas en un solemne acto político para celebrar la vuelta de Puigdemont a Bélgica tras la retirada de la euroorden que pesaba sobre él por parte de las autoridades judiciales españolas, que aún le reclaman en suelo español.

Una barandilla blanca de metal adornada con seis macetas es todo lo que puede verse en el balcón de la señorial vivienda donde el expresidente catalán compareció el sábado junto al presidente de la Generalitat, Quim Torra; el rapero Valtonyc, el abogado Ben Emmerson y los exconsejeros autonómicos en situación judicial similar a la suya: Toni Comín, Lluis Puig, Meritxell Serret y Clara Ponsatí.

Ni rastro de la pancarta que reclamaba en inglés «libertad para presos políticos y exiliados» cuando Puigdemont se dirigió a un nutrido grupo de medios de comunicación y unas 350 personas, según la policía, que le aplaudían desde el prado situado en frente.

Verde y mullida cuando Puigdemont se instaló en Waterloo en marzo, ese pradera es ahora un secarral amarillento, víctima del mes de julio más seco y caluroso en Bélgica desde 1981.

Al fondo, una docena de seguidores de Puigdemont repartidos en dos grupos están sentados bajo la sombra de unos árboles, único refugio de un sol de justicia pasado el medio día.

Llevan banderas independentistas y están sentados o recostados, en el césped charlando, en una estampa muy veraniega. De paso en coche en vacaciones, algunos han forzado una parada frente a la célebre casa.

Una mujer sonriente se hace una foto junto al buzón de la casa. Otra señora, con vestido amarillo, charla con un hombre con ropa informal que se encuentra al otro lado de la cadena roja y blanca que delimita la propiedad. Sin atisbo de entusiasmo ante la presencia de medios de comunicación, ambos reclaman que no se les grabe.

Yannkic, padre de una familia que vive a unos 200 metros de Puigdemont, explica que el expresidente es discreto, pero le inoportuna que el prado al que también desemboca su propia casa se haya convertido en un lugar de peregrinación. «Es verdad que elegimos este barrio porque es un barrio tranquilo y ahora claramente será menos tranquilo que antes (...). Su 'club de fans' viene a menudo, a hacerse fotos, a tomar el sol. Estamos pensando en venderles helados y picoteo para sacar algo de dinero. Es un poco como un zoo a cielo abierto», comenta.

Yannick es francófono, se describe como un belga que defiende la unidad del país y critica abiertamente las aspiraciones separatistas del partido nacionalista flamenco N-VA que ha arropado a Puigdemont en Bélgica. «Mientras sea su residencia, muy bien, bienvenido a Waterloo. Pero no me gustaría que se convierta en su cuartel general donde pasen cosas, donde haya un trajín de partisanos suyos, sobre todo de la NV-A», dice sobre la vivienda.

El vecino contiguo a Puigdemont es Vittorio, un italiano retirado que se ha mostrado siempre muy atento con los periodistas desde que el político independentista se instaló en el jardín de al lado. «Ha dicho que será una especie de centro de representación de Cataluña aquí. Son cosas que decide él. Si quiere instalarse aquí, es él el que debe decidir, teniendo en cuenta la situación legislativa que existe en España, explica Vitotrio, comprensivo también con los «100 o 150 seguidores« que el sábado asistieron al acto de bienvenida.

La casa tiene seguridad día y noche, explican en el barrio. Y la policía pasa todos los días para observar la vivienda, reconvertida ahora en una suerte de oficina en la que no hay constancia que Puigdemont duerma todas las noches. Sus vecinos creen que sí, pero no lo saben. El vehículo con lunas tintadas que le transporta entra directamente al garaje y se cierran las puertas. Desde el pasado sábado no han vuelto a ver al político, solo a sus colaboradores, que se muestran extremadamente amables con las autoridades comunales y los vecinos.