Juncker carga contra el «veneno» de los nacionalismos «enfermizos»

Cristina Porteiro
Cristina Porteiro BRUSELAS / CORRESPONSAL

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Enemigos en lo ideológico pero amigos en lo personal, el eurófobo se acercó a Juncker y le entregó un regalo. Farage desveló que eran unos calcetines con la Union Jack
Enemigos en lo ideológico pero amigos en lo personal, el eurófobo se acercó a Juncker y le entregó un regalo. Farage desveló que eran unos calcetines con la Union Jack VINCENT KESSLER

Llama en su último discurso a combatir a quienes quieren herir de muerte la UE

13 sep 2018 . Actualizado a las 07:27 h.

Diálogo, unidad y combate. Son las tres bengalas que encendió ayer el presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker, al pronunciar su último discurso sobre el Estado de la Unión. A punto de finalizar su legislatura, optó por dejar en un segundo plano la radiografía de su legado para concentrar la escasa energía que conserva en pedir auxilio a todas las fuerzas proeuropeas de la Eurocámara. Porque como ayer recordó el líder de los liberales, Guy Verhofstadt, «no se trata de una cuestión de fortaleza matemática sino de autoridad moral», de arrinconar los cálculos políticos por un interés común: la UE.

El proyecto de integración se encuentra en la UCI a solo ocho meses de las elecciones europeas. El brexit, el auge de los populismos y la ultraderecha, la deriva antidemocrática de algunos Gobiernos, la crisis migratoria y la pérdida de confianza de los ciudadanos está desgarrando sus débiles engranajes internos. «Debemos volver a encontrar virtudes en el consenso. Buscar el acuerdo no es una debilidad, no implica sacrificar nuestras convicciones», clamó el conservador, político atípico donde los haya. «Es el democristiano más socialista que existe», llegó a decir de él uno de sus eternos rivales, Daniel Cohn-Bendit. Consciente de que el futuro de la UE está en juego, Juncker instó al hemiciclo a combatir a quienes quieren dividir y herir de muerte a Europa. «Digamos no a los nacionalismos exacerbados que rechazan y detestan a los demás, que destruyen y buscan culpables en lugar de buscar soluciones (...) El patriotismo es una virtud, pero la cerrazón del nacionalismo es un veneno pernicioso. Me gustaría que dijésemos no al nacionalismo enfermizo y sí al patriotismo ilustrado», sostuvo ante la atenta mirada de la bancada ultra que no dudó en atacar al Talón de Aquiles del luxemburgués: la gestión de la crisis migratoria. «Su gran error político fue permitir que se alentara la inmigración masiva que ha debilitado a nuestro continente», le espetó el diputado del Frente Nacional francés, Nicolas Bay.

Juncker apuntó a las capitales: «Los países miembro no han conseguido un equilibro adecuado entre responsabilidad y solidaridad», denunció. Lejos de arrugarse por los dardos de los populistas, Juncker salió en defensa de la apertura de Europa a África: «Deseo crear vías legales para la inmigración a la UE, las necesitamos. Necesitamos inmigrantes cualificados», sostuvo antes de admitir que se deberían acelerar los retornos de quienes no tienen derecho al asilo.

A pesar del tono apagado y desilusionado que impregnó su intervención, el luxemburgués hizo un último esfuerzo para atizar a líderes como Víktor Orbán: «La UE es una comunidad de derecho, el respeto a ese derecho y a las decisiones de la justicia no es optativo, es una obligación».

Últimas iniciativas

Quiso dejar listo su testamento político anunciando el adelanto al 2020 de la creación de una policía europea de fronteras dotada de 10.000 miembros, un macroproyecto de financiación para África, nuevas medidas para evitar la interferencia de Rusia en las elecciones, un plan detallado para cimentar el euro y una propuesta para acabar con los bloqueos en el Consejo suprimiendo el voto por unanimidad.

Un legado europeísta salpicado de escándalos

«La Comisión de la última oportunidad». Así bautizó Juncker a su legislatura, cuatro años atrás. Tomaba las riendas de la UE en un momento de enorme fragilidad. La crisis económica, los ajustes en el sur, el rechazo de los rescates en el norte, la sombra de Rusia en el Este y el alejamiento de los británicos reflejaban en buena medida el estado de desintegración en el que se encontraba el proyecto. Prometió reflotarlo tirando de credenciales. Su larga experiencia como primer ministro de Luxemburgo y su particular sentido del humor le sirvieron para tejer consensos en momentos de gran tensión. Cuando todo el mundo hablaba del grexit (salida de Grecia del euro en el 2015), Juncker fue el único que lanzó un salvavidas a Tsipras. «Siempre he defendido a Grecia, su dignidad, su papel en Europa y sobre todo que se mantuviera en la zona euro. Estoy orgulloso de ello», clamaba ayer.

Hombre de contradicciones, antepuso siempre su europeísmo a su fluctuante ideología conservadora. Nunca ha sido un dogmático, pero tampoco un ingenuo. Supo que su carrera quedaría marcada por el escándalo Luxleaks. Fue incapaz de explicar por qué su Ejecutivo ofreció ventajas fiscales a multinacionales durante años en perjuicio de los contribuyentes europeos. Intentó limpiar esa mancha dando vía libre a su equipo de Competencia para declarar una guerra sin cuartel a las grandes compañías que eluden impuestos. Pero ese no fue el único episodio controvertido de su carrera. Juncker volvió a ocupar los titulares recientemente cuando se destapó un escándalo de nepotismo. El líder de la Comisión habría forzado la dimisión del anterior secretario general para poner en su lugar a su mano derecha, Martin Selmayr.

Su libreta con la lista negra

Muchos vieron esta designación como un capricho de Juncker, quien quiso premiar los favores del alemán, cerebro del Ejecutivo comunitario. Las críticas feroces que le dedicaron desde la Eurocámara y otros círculos políticos y mediáticos agrandaron la lista negra de su Petit Maurice, una libreta donde apunta el nombre de todos los que le han hostigado. La última mácula a su dilatada carrera política tiene que ver con su deteriorado estado de salud. Excompañeros, periodistas y altos cargos europeos conocen los problemas que ha tenido siempre para separar el trabajo y el alcohol. Juncker achacó sus últimas apariciones erráticas a ataques de ciática. Su evidente deterioro físico no le impidió, sin embargo, echar mano de su célebre humor para ganarse la confianza de Donald Trump y cerrar un acuerdo político para alejar, temporalmente, el fantasma de una guerra comercial.