El jefe de la Interpol se esfuma en China

maría puerto PEKIN / E. LA VOZ

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La desaparición de Meng Hongwei para ser investigado por el Partido Comunista sigue el patrón establecido por las autoridades chinas en los casos de corrupción

06 oct 2018 . Actualizado a las 19:49 h.

El jefe de la Interpol, Meng Hongwei, se ha esfumado en China. Para que se entienda, el máximo responsable de coordinar a las policías de 190 países se encuentra desde hace seis días en paradero desconocido. La opción más realista es deducir que ha sido detenido y que está siendo investigado por las autoridades chinas pese a que estas no han informado de ello.

Aunque parezca mentira no es el argumento de una película policíaca sino una noticia real. Los hechos no dejan en muy buen lugar a la Interpol que igual debería emitir una alerta roja para buscar a su presidente. Pero tampoco a Pekín, que una vez que consigue colocar a un alto funcionario en una institución internacional, tradicionalmente dirigida por occidentales, pierde la confianza en él y lo detiene. La desaparición de Meng en territorio chino pone de relieve la falta de garantías legales y libertades del Gobierno de Pekín.

La justicia francesa ha abierto una investigación para esclarecer el caso. La esposa de Meng, que reside con él en Francia junto a sus hijos, denunció este viernes que no tenía noticias de su marido desde el pasado 29 de septiembre, cuando este abandonó Lyon, sede de la Interpol, y voló a China. Los medios chinos no informaron del suceso, pero el diario de Hong Kong South China Morning Post asegura que una fuente le confirmó que está bajo investigación, «retenido» por los servicios disciplinarios del Partido Comunista.

La desaparición sigue el patrón utilizado por el Gobierno chino en los procesos que abre por corrupción. El último caso conocido, que ha tenido una gran repercusión mediática, es el de la famosa actriz Fan Bingbing. Desapareció en julio y no se tenían noticias de ella hasta que esta semana reapareció en Pekín. Aceptó una multa de 111 millones de euros por evasión fiscal, pidió disculpas por su comportamiento y reafirmó su amor por el Partido Comunista. Todo ello sin que fuera necesario celebrar ningún juicio. Durante estos tres meses permaneció en algún lugar del sur bajo «vigilancia residencial en un lugar designado», una fórmula que se aplica a disidentes y sospechosos de corrupción.

Los cuadros del partido no acostumbran a superar la investigación con una simple multa, aunque el proceso, que incluye la detención, permanecer en paradero desconocido mientras se instruye la causa y aparecer pidiendo perdón públicamente, suele ser el mismo. En el caso de los políticos todo finaliza con la expulsión del partido y una condena a prisión. Al menos esta es la suerte que han corrido líderes como Sun Zhengcai, considerado uno de los posibles sucesores de Xi y condenado a cadena perpetua por aceptar sobornos. Es también la suerte de Zhou Yongkang, exministro de Seguridad Pública y antiguo jefe de Meng, que también cumple condena a cadena perpetua por abuso de poder.

De momento ningún organismo chino ha hecho ninguna declaración sobre el caso. La Interpol se ha limitado a señalar en un comunicado, que la desaparición de su presidente compete a las autoridades de Francia y China exclusivamente. Está por ver si Francia se atreverá a desafiar a China y emitir una orden de búsqueda internacional para que la Interpol localice a su jefe. 

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Una caída en desgracia desde el núcleo del poder

Meng Hongwei, de 64 años, se convirtió hace solo dos años, en 2016, en el primer chino en llegar a la presidencia de Interpol y su elección fue vista como un importante triunfo de la diplomacia china que, en el proceso, tuvo que superar importantes recelos de algunos países y de organismos que velan por los derechos humanos. No se veía entonces con muy buenos ojos que el representante de un país que no se rige por el imperio de la ley y que no respeta los derechos humanos tuviera acceso a tantos datos policiales de otros estados.  

En el momento de su nombramiento Meng era un importante dirigente del Partido Comunista y había ejercido el cargo de viceministro de Seguridad Pública en China, un puesto que le daba el control sobre la policía secreta de su país y que por lo tanto lo hacía depositario de información muy comprometida y muy comprometedora. Su biografía oficial publicada en la web del organismo que todavía dirige, destaca que es licenciado en Derecho y que acumula más de 40 años de experiencia en las áreas de justicia penal y vigilancia policial, especialmente en campos como la lucha contra el narcotráfico, el terrorismo, el control de fronteras y la inmigración.

No se debe olvidar que en China también había desempeñado el puesto de vicedirector de la policía armada, una fuerza paramilitar que se encuentra a cargo de la seguridad interna. Su currículo incluye puestos como el de director de la guardia costera y jefe adjunto de la administración estatal oceánica de China. Se puede concluir, por tanto, que es un hombre que siempre ha ejercido el poder y que ha estado cerca de su núcleo al detentar siempre cargos de confianza relacionados con la seguridad del país y del partido.

Pero parece evidente que su estrella se ha apagado. El pasado abril perdió su lugar en el comité del Partido Comunista, el verdadero órgano de decisión del gigante asiático. Su detención ahora parece indicar que, a mayores, ha caído en desgracia. La campaña anticorrupción que lidera el presidente Xi Jinping alfombra su popularidad, pero también le resulta útil para deshacerse de los rivales políticos que se interponen en sus planes o limitan su poder.

El nombramiento de Meng despertó las críticas en organismos defensores de los derechos humanos ya que se temía que China usara la Interpol en su propio beneficio, para perseguir a los disidentes fuera de sus fronteras y forzar su entrega a Pekín. Pero puede darse el caso de que Meng no haya sido lo suficientemente fiel. Si se confirmase la detención, quedaría claro que Xi Jinping no se detiene ante nada, y que la obtención de un codiciado cargo internacional ya no es un salvoconducto para librarse del largo brazo del Gobierno chino.