En el fango siempre ganarán los rufianes

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño MADRID / LA VOZ

ACTUALIDAD

SUSANA VERA | Reuters

Los grandes partidos caen en el error de jugar en el terreno que han impuesto los que no tienen argumentos y prefieren el insulto

26 nov 2018 . Actualizado a las 14:08 h.

Cuando dos equipos con diferentes características se enfrentan en un campo de fútbol, lo normal es quien está acostumbrado a dominar el balón con una técnica depurada y a ganar con una estrategia elaborada prefiera que el terreno de juego se encuentre en perfectas condiciones para poder desarrollar esas virtudes. Y que, por el contrario, los que solo pueden ganar cuando el juego se vuelve marrullero, violento y sin más estrategia que bordear el reglamento o incluso a sobrepasarlo para impedir que el contrario despliegue sus mejores armas, son partidarios de que el campo se encuentre embarrado y con la hierba alta.

El espectáculo que se vivió en el Congreso del los Diputados el pasado miércoles no fue un incidente aislado y casual, sino la consumación de un proceso que lleva largo tiempo gestándose en la política española. De no ser por la cumbre máxima de la zafiedad, alcanzada con la escatológica polémica sobre si aquello fue un escupitajo o un bufido, la crónica de la sesión habría pasado como una más de las tensas sesiones a las que nos hemos acostumbrando en los últimos meses. Gracias al debate sobre si las flemas del diputado de ERC Jordi Salvador llegaron o no a abandonar su cavidad oral, muchos se han enterado de que la política española lleva mucho tiempo jugándose no ya en un terreno embarrado, sino en un verdadero muladar en el que algunos nadan a sus anchas y otros se ven incapaces de desplegar sus armas habituales. Ese escenario ha sido creado, lógicamente, por quienes carecen de argumentos políticos o del don de defenderlos con la palabra, y prefieren el espectáculo al debate de las ideas. El insulto personal y la ocurrencia a la legítima porfía política, por dura que sea.

El máximo exponente de esa forma entre grosera y circense de hacer política es naturalmente Gabriel Rufián, quizá el diputado más macarra que haya pasado por la cámara en la etapa democrática. Pero no es el único. Y el gran error de sus rivales políticos ha sido minimizar el alcance y las consecuencias de esa política de la ruindad y bajar al barro para tratar de superar a los especialistas del detritus en su propio terreno. No es necesario que un parlamentario con la experiencia y brillantez oratoria de Josep Borrell se rebaje al punto de decirle a Rufián que de su mente solo puede salir «una mezcla de serrín y estiércol», porque eso implica que el partido se juega ya en el terreno que han elegido los truhanes de la política, en el que nunca van a ser vencidos. Crispación ha habido mucha históricamente en el Congreso. Presidentes y líderes de la oposición se han dicho de todo en esta cámara. Tampoco conviene exagerar por ese lado. Pero nunca como hasta ahora había sido una minoría de tan ínfimo nivel la que había impuesto el marco en el que debe desarrollarse el debate parlamentario. Desde el momento en el que quienes siempre han practicado la política dentro de unas reglas establecidas entran en el juego sucio de los provocadores que, a falta de ideas, prefieren chapotear en el fango, estos han ganado la partida. El problema es que, mientras la política se practique esos términos, los que salen perdiendo son todos los españoles.

El escenario andaluz apunta a unas nuevas elecciones

O gobierna Susana Díaz con el apoyo de su archienemiga Teresa Rodríguez de Adelante Andalucía, la marca de Unidos Podemos en esa comunidad, o habrá que barajar de nuevo las cartas y convocar unas nuevas elecciones para tratar de formar Gobierno. Eso es lo que nos dicen las encuestas, que tendrían que cometer un error de cálculo muy superior al que nos tienen acostumbrados últimamente para que se diera otra posibilidad. Y, a día de hoy, por más tranquilidad que muestre la presidenta andaluza, esa hipótesis, la de que haya que repetir las elecciones, se antoja la más probable. Con las municipales en mayo, hacer presidenta a Díaz sería letal tanto para Podemos como para Ciudadanos.

Pablo Casado no termina de despegar en el Congreso

Casado no funciona en el Congreso. Esa es la idea que empieza a extenderse en buena parte del PP, que duda si fue o no un error dejar el partido en manos de un político tan joven e inexperto para tratar de contrarrestar así los liderazgos de perfiles similares en el PSOE, en Ciudadanos y hasta en Podemos. La punzante brillantez oratoria que se le suponía al nuevo líder de los populares no se está dejando ver en el Congreso, en donde la política directa y de dardo concreto envenenado de Albert Rivera contra Pedro Sánchez se impone en las sesiones de control a un Casado que, al igual que la portavoz del PP, Dolors Montserrat, tiende a la dispersión por tratar de abarcar demasiados temas.

Pastor no tiene intención de ceder a las presiones del PP

Coinciden los analistas, y hasta muchos rivales políticos del PP, en que Ana Pastor es, de largo, quien se ha desempeñado con más sobriedad y ecuanimidad la presidencia del Congreso. Una estimación que cobra más valor si se tiene en cuenta que le ha tocado ocupar el cargo en uno de los momentos más convulsos de la democracia, con el Parlamento convertido en un campo de minas. El mayor escollo lo tiene ahora Pastor precisamente en sus propias filas, en donde algunos diputados populares le reprochan que les trate con lo que consideran un exceso de severidad cuando contestan a quienes les provocan. Pero no parece desde luego que Pastor tenga intención de ceder a esas presiones.