Bertolucci , el director que filmó lo íntimo y lo épico

Xesús Fraga
xesús fraga REDACCIÓN / LA VOZ

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Alessandro Bianchi | reuters

Con su muerte el cine italiano pierde su último gran referente clásico

27 nov 2018 . Actualizado a las 08:11 h.

En ese juego de escalas que es el punto de vista de una narración -el aumento de la lente o la panorámica el gran angular- Bernardo Bertolucci se movió con igual soltura a la hora de filmar intimidades y épicas: pequeños cuartos parisinos, refugios de amor iniciático o sexo sórdido, frente a la inmensidad del desierto, la inaprensible historia de la China imperial, los engranajes que mueven las revoluciones y contrarrevoluciones de un país. Incluso en la amplitud de estos frescos el anclaje era siempre el individuo, con sus tribulaciones, virtudes y maldades, ensoñaciones y fracasos: las masas siempre están formadas por personas y sobre ellas colocaba Bertolucci la cámara.

Nacido en Parma en 1941, la muerte del director deja a Italia sin el último referente de un período clásico de su cine, aunque en los últimos años tanto su producción como su presencia pública se habían reducido notablemente a causa de sus problemas de salud, confinado a una silla de ruedas. Con todo, tuvo que salir nuevamente a explicarse ante la segunda gran polémica creada por El último tango en París -aunque los ecos de la primera, la generada con su estreno en 1972, nunca habían llegado a apagarse- cuando se divulgó que una de sus escenas cruciales -Marlon Brando, Maria Schneider y la mantequilla- había más que serias dudas sobre la aquiescencia de la actriz a la hora de rodarse. Si en 1972 la controversia se posicionó en líneas claras -la izquierda progresista defendió al director frente a los ataques de los sectores conservadores-, ahora, a la luz de movimientos como MeToo, que han sacudido el cine y la sociedad, las críticas también le llegaron de ámbitos que tradicionalmente lo habían defendido.

En el juego de escalas que también abre vasos comunicantes entre esos mundos tangenciales que son el cine de autor y el de producción industrial, Bertolucci pudo transitar entre uno y otro, aunque con resultados desiguales. La cima comercial que fue El último emperador -cosechó nueve estatuillas en los Óscar en 1988- no se vería revalidada por los esfuerzos posteriores de El cielo protector o El pequeño buda, que además, sin llegar a perder el pulso, marcaban una inquietante línea descendente como autor. En los últimos años regresó a los conflictos derivados por el erotismo y el despertar sexual, con Belleza robada y Soñadores, que buscaban auscultar de la misma forma que lo habían hecho sus primeros filmes.

Dilemas

Los dilemas divisorios que plantean caminos irreconciliables fueron los retratos perspicaces de filmes arriesgados como Antes de la revolución o El conformista, cuyos protagonistas se ven sometidos a las presiones de elecciones complejas -de clase, de sexualidad-, de esas que marcan una vida. Incluso en estas aproximaciones más íntimas Bertolucci se servía de un estilo muy personal, de un cierto barroquismo -su uso del claroscuro- que encontraría una expresión natural en la opulencia excesiva de El último emperador, pero también en los planos casi pictóricos del desierto de El cielo protector. Fondo y forma se unían en un todo indivisible que llevaba la marca del clásico.