La economía española se enfrenta a una nueva era sin el oxígeno del BCE

Gabriel Lemos REDACCIÓN / LA VOZ

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Juan Salgado

El Banco Central Europeo cortará este mes su programa de compra de deuda, con el que ha inyectado 2,5 billones de euros en la economía de la eurozona. Los analistas prevén un impacto limitado, aunque admiten que los Estados pagarán más por financiarse y que ese sobrecoste puede trasladarse a las familias y las empresas por el endurecimiento de las condiciones de los préstamos

09 may 2019 . Actualizado a las 13:49 h.

«Haré lo que sea necesario para preservar el euro. Y créanme, será suficiente». Corría julio del año 2012, apenas medio año después de su ascenso a la presidencia del Banco Central Europeo, cuando Mario Draghi, ante la escalada sin fin de las primas de riesgo de países como España, decidió agarrar el fusil para espantar a los especuladores y aliviar el enorme coste de financiación que soportaban las economías más debilitadas de la eurozona. Aunque el primer disparo verbal fue suficiente ya para ahuyentar a la jauría, el banquero demostró luego que no iba de farol y puso sobre la mesa toda la munición de la que disponía.

Tras vencer la férrea resistencia germana, defensora a ultranza de la ortodoxia en política fiscal y monetaria, el italiano lanzó en marzo del 2015 un programa de expansión cuantitativa a imagen y semejanza del aplicado en Estados Unidos siete años antes. El experimento, que ha durado casi tres años (el último de prórroga), ha inyectado 2,5 billones de euros (más de dos veces el PIB anual español) en la economía de la eurozona, a través de la compra de bonos de deuda pública, pero también de empresas privadas, reduciendo el coste que, en forma de intereses, tenían que asumir para financiarse en los mercados. ¿El resultado? Un lustro de crecimiento en la eurozona y una sustancial rebaja del desempleo, especialmente en los países más castigados por la crisis.

Pero la cuerda no da ya para más. Pese a las señales de desaceleración, los riesgos que genera la situación política en Italia y la política proteccionista en Estados Unidos y una inflación que no acaba de despegar, Draghi anunció a mediados de este año que este mes de diciembre cerrará el grifo (que ahora apenas gotea ya, tras bajar el ritmo de las compras de 80.000 a 15.000 millones mensuales). La duda ahora es cómo van a funcionar las economías de la zona euro sin la muleta que les prestaba el italiano.

«Lo importante no es que el BCE deje de comprar bonos», apunta Ignacio de la Torre, socio y economista jefe de la firma de inversión Arcano, sino la intención del banco central de reinvertir los bonos que vayan venciendo durante un largo período de tiempo, para suavizar la transición y garantizar que se mantienen unas condiciones favorables de liquidez. Según su análisis, si se sigue el ejemplo de la Reserva Federal, que tardó tres años en dejar de recomprar la deuda que vencía (lo que en jerga técnica se conoce como reducir el balance), «quedan por delante unos años sencillos», en los que las economías europeas no afrontarán grandes tensiones por el cambio de la política monetaria.

Intereses algo más altos

Pero eso no quiere decir que, aunque moderado, no vaya a haber impacto. Lo explica, de forma didáctica, el economista Venancio Salcines, vicepresidente de la Escuela de Finanzas y miembro del Grupo Colmeiro, que anuncia una «ligera subida de los intereses» que se pagan por la deuda pública en la zona euro. Y es que si por un lado el fin del programa de compra de deuda ya provocará una reducción de la demanda de la deuda soberana de los diferentes países de la moneda única, entre ellos España, a esto hay que sumarle que el movimiento se produce en un momento en que la Fed está subiendo tipos, lo que hace que los inversores se estén reubicando en deuda estadounidense y que quien tenga títulos de deuda europea deban bajar su precio si quieren venderla en el mercado secundario. Las consecuencias, dice, no se limitan al ámbito macroeconómico: «Provoca un efecto directo en las carteras de los fondos de inversión, que están cargadas de deuda y que entrarán en una etapa en la que tendrán poco atractivo». Si los fondos no pueden ofrecer rentabilidades atractivas y el pasivo no se remunera, la consecuencia será que los pequeños ahorradores tendrán que mover su dinero a otros activos más rentables. ¿Y cuáles son estos? Principalmente, el ladrillo. «Una familia que tiene 50.000 o 100.000 euros y que no tiene espacio en fondos o en cuentas a plazo se tira al sector inmobiliario», insiste Salcines.

Salvador Jiménez, de Analistas Financieros Internacionales, apunta también que el fin del programa de compra de deuda del BCE -que hasta octubre había adquirido cerca de 260.000 millones de euros en bonos españoles, que suponían casi un 12 % del total- hará que «la financiación del Tesoro se encarezca», aunque de forma muy gradual. «El coste medio de la cartera de deuda se sitúa en el 2,4 %, en un nivel que ha venido descendiendo progresivamente desde las cifras superiores al 4 % que había en el 2012 y, aunque los tipos vayan subiendo poco a poco, este coste medio de la deuda va a seguir reduciéndose, no vemos que el Tesoro vaya a tener problemas para financiar sus necesidades».

Otra cuestión, dice, es el riesgo de contagio de la situación italiana, ya que si «hasta ahora el mercado estaba discriminando mucho a Italia del resto de la periferia, como España y Portugal, lo que explica el rating más elevado que tiene nuestro país, un problema que podemos tener es que este contagio aumente si la situación de Italia se complica y los inversores acaban castigando al resto». El propio Draghi advertía hace pocos días de la posibilidad de que se produzca un repunte de las primas de riesgo en los países más endeudados cuando el BCE empiece a retirar su muleta monetaria, una advertencia que todos entendían dirigida a Italia, pero que se podría hacer extensiva a España. Y es que, razonó el presidente del banco central, ese mayor coste de la deuda supondría un golpe para las economías domésticas y para las empresas, ya que provocaría un endurecimiento de las condiciones y el coste de los préstamos: «Para proteger a sus hogares y empresas del aumento de los tipos de interés, los países altamente endeudados no deberían incrementar su deuda y todos los países deberían respetar las reglas de la Unión».

Subida de tipos en el 2019

En lo que coinciden todos los expertos consultados es que el precio del dinero seguirá cercano a cero hasta, al menos, el tercer trimestre del 2019. Y que a partir de ahí se prevé una subida mínima hasta el 0,25 %, nivel del que no se espera que se muevan los tipos hasta, como muy pronto, el año siguiente. «No van a ser incrementos muy abruptos, el euríbor en ningún caso se situaría en niveles del 1,5 % en los próximos 18-24 meses, no lo contemplamos de ninguna manera», incide Jiménez, que cree que los costes de financiación, aunque algo superiores, seguirán siendo razonables. A eso ayudará el que, si se cumplen los pronósticos, en unos meses podría haber una nueva lluvia de liquidez para la banca, para que luego esta la inyecte entre familias y empresas.

También hay consenso en que la economía española está hoy mucho mejor preparada para afrontar los riesgos que asoman en el futuro más próximo, que no se limitan solo a la pérdida del viento de cola que soplaba desde Fráncfort. «En el 2006, la economía crecía un 4 %, pero el crédito lo hacía en casi un 20 %, mientras que hoy la economía crece más que la deuda», explica Ignacio de la Torre, que dice que esa baja intensidad del crédito muestra que el crecimiento, aunque inferior al de los años de la burbuja, es mucho más robusto. Por eso no le asusta la desaceleración, que también relativiza Salcines, que apunta que «España y Alemania son los dos países motores que llevan mucho tiempo creciendo por encima del 3 % y eso se agota, no es posible mantener ese ritmo si no hay una entrada importante de población a través de la inmigración».

En todo caso, el economista gallego destaca que el ritmo de la desaceleración es elevado, ya que se reducirá en casi un tercio (de más del 3 % a niveles cercanos al 2 a finales del próximo año) en apenas dos ejercicios. Y culpa de ello, además de a los factores externos compartidos en el resto de la eurozona, como el frenazo en Francia o Italia o la política de la Administración Trump, a otro propio de España: «La incertidumbre que genera el Gobierno, que se ha caracterizado por hacer mucho ruido. De todas las medidas anunciadas, no se sabe cuáles se van a ejecutar y eso genera incertidumbre, que es el cáncer del crecimiento».

Lo que está claro es que el experimento de Draghi ha funcionado. Lo ha dicho el protagonista: la expansión cuantitativa forma ya parte de la caja de herramientas del BCE ante futuras crisis y no se puede descartar que, si la economía europea no consigue levantar el vuelo en los próximos meses, volvamos a ver al banco central disparar sus cañones.