Parece difícil ser optimista en nuestro tiempo. La percepción general sobre el presente es negativa. Y las expectativas de futuro, aterradoras.
El miedo atenaza a las sociedades occidentales. Se imponen las miradas estrechas, potenciadas por los algoritmos, enemigos jurados de contrastes y debates civilizados.
Tal vez sea una constante en épocas de cambios vertiginosos como los que vivimos. Y quizá responda a la falta de certidumbres y seguridades. Pero hay mucha gente indignada, descolocada y desilusionada. Son especialmente vulnerables a creer que los que piensan distinto son el enemigo. Y a conjurarse para «gritar que el mundo es una mierda». También a seguir a cualquier chamán que agite una varita o enarbole una bandera.
¿Y si no tuvieran razón? ¿Y si estuviéramos viviendo en la mejor época de la humanidad a lo largo de la historia? Esa es la tesis que defiende Steven Pinker en el libro En defensa de la Ilustración. El lingüista canadiense usa datos sobre educación, seguridad o longevidad para defender que el mundo prospera y que cualquier visión «lúgubre» es falsa. Considera abominable el populismo y la irracionalidad y dice, y es difícil discutirlo, que vivimos mejor que nuestros ancestros. Acierta si nos comparamos con hace tres siglos. ¿Y frente a anteayer? ¿Hemos progresado lo suficiente?