Asesinos que juegan a policías

Javier Romero Doniz
JAVIER ROMERO VIGO / LA VOZ

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La novia de Bernando Montoya fue trasladada a otra prisión después de que intentase ponerse en contacto con él
La novia de Bernando Montoya fue trasladada a otra prisión después de que intentase ponerse en contacto con él

La autosuficiencia de creerse más listos que los investigadores les hace errar a menudo. El crimen de Laura Luelmo, último ejemplo

26 dic 2018 . Actualizado a las 09:08 h.

Bernardo Montoya tuvo tres días para mover a su antojo el cadáver de Laura Luengo por El Campillo (Huelva). También para mancillarlo, pero deshaciéndose, previamente, del móvil de la joven profesora antes de encerrarla durante horas en su casa. La argucia de Montoya escondiendo, y tal vez destruyendo, el teléfono tiene su origen en una máxima policial demasiado extendida: los celulares dan la ubicación geográfica a través de las señales que recogen antenas repetidoras. Los mismos postes que permiten reconstruir un rastro geográfico durante el tiempo que sea necesario. Los malos lo saben, por eso evitan usar dispositivos de última generación con geolocalizadores que puedan cantar su posición en la escena de cualquier crimen.

«Ya no es que trascienda el contenido de investigaciones, es que existe mucha información pública al servicio de asesinos y ladrones. Series como CSI hicieron mucho daño, enseñaron la importancia de usar guantes, protegerse la cabeza para no perder cabello, incluso cómo destruir todas las pruebas posibles», explican en la Guardia Civil. El caso de Bernardo Montoya es diferente. Él es un delincuente profesional -en 1995 asesinó a una mujer y acumula robos con violencia-, pasó años en la cárcel y conoce su oficio. «Otra cosa es que cometiese errores. Eso es por la locura que tiene, le hace actuar sin pensar. De ahí que dejase restos en el cuerpo de la víctima, o que se encontrase sangre en su casa. Saldrá condenado».

José enrique Abuín Gey

Caso Diana Quer. Su investigación supone un antes y un después. La magnitud social derivó en un conocimiento casi completo del exitoso trabajo de la Guardia Civil: «Se supo demasiado sobre las posibilidades de los móviles para sacar información. A los pocos días de la desaparición, la búsqueda ya se concentraba en Rianxo y el autor confeso del crimen lo seguía en directo. Igual que otros asesinos, ya sean consumados o potenciales». José Enrique Abuín es otro ejemplo de asesino y delincuente autosuficiente. Procede, desde muy joven, del narcotráfico y pasó por la cárcel. Incluso colaboró con la Guardia Civil chivándose de otros narcos de medio pelo de la ría de Arousa.

Abuín también sabía que para no dejar rastro debía deshacerse del móvil de la joven madrileña, otra cosa es que lo hiciera poniendo en bandeja su hallazgo. Incluso meses después, siendo el único sospechoso, tuvo el sexto sentido necesario para no caer en una trampa. En su coche, con micrófonos ocultos, recibió una llamada de la Guardia Civil para ponerlo nervioso. Él, al concluir y en compañía de su mujer, intuyó que algo iba mal y resolvió la situación con una conversación fingida para despistar a los investigadores. «Hay gente que tiene un sexto sentido, y el asesino de Diana Quer es uno. Pero luego, por muchas precauciones que tomen, siempre acaban patinando en cosas elementales».

Bruno Hernández

Descuartizador de Majadahonda. El gallego Bruno Hernández se duchaba ocho veces al día, tenía miedo de las bacterias y los gérmenes, abría las puertas con los codos y le obsesionaban las letras E y R. Aún así mató a dos señoras y descuartizó sus cuerpos para acabar tirando todo en contenedores. Se valió de una trituradora industrial de carne en la que se encontraron restos humanos, pese al empeño de Hernández en borrar cualquier rastro de ADN. De ahí que se documentara sobre qué productos usar para salir impune. El acusado también se desplazó a Barcelona con el teléfono móvil de la segunda mujer a la que mató para despistar a familiares, amigos e investigadores. De nada le sirvió, en el 2017 fue condenado a 27 años de cárcel por ambos crímenes.

Patrick Nogueira

Asesino de Pioz. Otro claro ejemplo de asesino astuto que acaba cayendo por errores de bulto. Además de por matar a una familia entera, cuya desaparición, de la noche a la mañana, no es fácil de ocultar. Nogueira también se valió de Internet para documentarse. Allí encontró trucos para hacer desaparecer cualquier resto de sangre. Él mismo se lo confesó por WhatsApp a un amigo en Brasil: «El trabajo que da limpiar la sangre coagulada». También se molestó en resetear su móvil antes de entregárselo a la Guardia Civil, pero fue insuficiente. Hoy es uno de los cinco presos que cumplen condena perpetua revisable en cárceles de España.