Las espantadas más memorables de las redes sociales

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De Damon Lindelof a Cepeda, pasando por Kanye West, Adele, Alejandro Sanz o Maxim Huerta

27 ene 2019 . Actualizado a las 16:23 h.

Mientras figuras como Donald Trump, Matteo Salvini, Arturo Pérez-Reverte o Toni Cantó -reduciendo el radio- se aferran al avatar de Twitter, inmunes a las reacciones, completamente ajenos a las consecuencias que puedan provocar sus encendidos comentarios, hay quiénes no son capaces de soportar la presión y, directamente, optan por echar la llave. Suelen responder a dos tipologías: los que la lían con frecuencia, permanecen ausentes unos días y acaban regresando, y los que reniegan por completo, ya sea por un ruidoso patinazo o por convicción pura, y no vuelven más. 

El político alemán Robert Habeck, 49 años y copresidente de Los Verdes, pertenece a este segundo grupo. Colmó la gota de su vaso el pirateo masivo de datos sufrido en Alemania a principios de mes, que afectó personalmente a su familia y que sumado a un agotamiento acumulado por las constantes críticas a su mensaje le arrastró a tirar la toalla. «No hay ningún otro medio con tanto odio y malevolencia». Como él, el músico británico Ed Sheeran renegó de Twitter para no volver más en julio del 2017. Harto de los insultos, dijo que solo uno de los comentarios negativos que le llovían en su cuenta bastaban para arruinarle el día. Intentó volver dos semanas después, con una nueva cuenta que finalmente abandonó; recuperó su perfil original, pero mantuvo en él solo publicaciones hasta el 2015. Y así está hoy en día, congelada en hace casi cuatro años.

Muy temprano identificó el polémico periodista Salvador Sostres la capacidad de Twitter para ensañarse -la mayoría de las veces de forma anónima- con el prójimo. Y, ya se sabe, los que más ofenden son luego los que suelen tener la piel más fina. El columnista huyó de la red social para «regresar a la realidad» en el 2013, argumentando que «Twitter es la patria del tarado, el resentido y el enfermo», que los debates que se generan en él «suelen ser artificiales y carecen de interés». «Para los que tenemos una vida agradable, con amigos inteligentes y buenos restaurantes, Twitter es una absurda y ridícula pérdida de tiempo», zanjó. Ni se le ha vuelto a ver por allí, ni se le espera.

Tampoco a Damon Lindelof, productor ejecutivo y guionista de cine, creador de series como Lost y Leftovers, quien se fue un 14 de octubre -fecha icónica en esta última ficción-, el del 2014, convencido de que los tuits negativos tenían más repercusión que los que hablaban bien sobre algo, ni a Lorenzo Silva, que se bajó de la plataforma en enero del 2018 después de siete años muy activo y con más de 100.000 seguidores.

«No fue una reacción a alguno de los fusilamientos tuiteros a los que me he hecho acreedor por no dejar de expresar mi opinión, irritante para sectores dispares (...) sino la precipitación final de una reflexión madurada durante meses, en los que el resultado de mi análisis coste-beneficio se fue deteriorando», explicó el escritor en un extenso artículo publicado en El Mundo. Detalló en su texto que, que a medida que sus mensajes alcanzaban más difusión, empezó a sentirse desbordado por la respuesta. «No voy a cerrar la cuenta de Twitter, pero solo la usaré para dar cuenta, de forma automatizada, de mi actividad pública. Ya no se irán mis horas, o mis minutos, en la interacción empobrecedora con embozados que generan audiencia a la plataforma de otros, y por ende valor económico para ellos, pero merman la calidad de mi existencia y no aportan nada a mi espacio de conocimiento y creación». Así es desde entonces.

Los que la liaron parda

A muy diferente especie pertenece otro buen puñado de apóstatas que suelen repetir el mismo patrón: tras algún follón, habitualmente provocado por su falta de tacto, oportunidad o directamente por su más absoluto desconocimiento, hacen chas y desaparecen de Twitter a veces a bocinazo limpio, a veces con total discreción. Retornan luego, pasado el berrinche, y acostumbran a ser reincidentes: Alec Baldwin va y viene como las mareas -se peleó con el mismísimo Trump en el ring tuitero, protagonizó un buen follón con una periodista tras el funeral de Gandolfini y no estuvo nada fino en sus consideraciones sobre Harvey Weinstein-, Kanye West se desentendió ya en varias ocasiones de sus perfiles -después de enzarzarse en una trifulca con Drake o de apoyar públicamente al presidente de EE.UU., por ejemplo- y Cepeda es experto en amagar con largarse para siempre y acabar reculando, rendido a los mimos mediáticos.

El extriunfito gallego se dio de baja en Twitter el pasado 1 de octubre. «Demasiado odio gratuito -escribió entonces-. No se puede decir nada para tu gente sin que la mitad de respuestas sea odio. Un día en OT escribí que lo que más miedo me daba era la gente mala, pero mala a niveles que ya no entiendo. Nos vemos en la gira».

Su capacidad para reponerse es alta, así que a la semana el de Ourense estaba de nuevo dando coletazos en la red del pájaro. Tres meses después, volvió a enfurruñarse, polémica mediante -la comunidad tuitera no se tomó nada bien una petición que hizo a sus fans, para que alguien le diseñase por la cara el cartel de sus conciertos-, y una vez más cogió la puerta y se marchó. A los tres días había vuelto.

Parecida veleta ha resultado ser Alejandro Sanz, quien también mantiene una relación de amor-ordio con las redes sociales. El músico madrileño, afincado en Miami, hizo una primera espantada en el 2011, harto de «tanta mala baba» tras las críticas recibidas por escribir «vuestra» con «b». El año pasado, en enero, anunció de nuevo que volvía a desaparecer, pero más tarde se arrepintió y borró el tuit: «Creo que voy a estar un poco ausente en Twitter por un tiempo.. o para siempre... no sé». «No me gustan los algoritmos que se aplican sobre ti y sobre mí. A mí lo que me importa es estar cerca de lo que sentimos y creo que no lo consigo en el canto del colibrí». Más sonado fue el caso de Maxim Huerta. El ministro más breve de la historia de España renunció a su cartera e, inmediatamente después, dimitió también como tuitero, incapaz de soportar todas las críticas que durante la semana que se mantuvo en el cargo apretaron su perfil.

Primero, el extertuliano tuvo que lidiar con comentarios del pasado que flaco favor le hicieron cuando Pedro Sánchez le encomendó el ministerio de Cultura y Deporte -«Menos deporte creo que hago de todo», «No tuiteo de fútbol porque no tengo ni puta idea», «Yo, el deporte. Que manera de sobrevalorar lo físico!Ozu»- y, después, con apuntes más espinosos relacionados directamente con su fulminante salida: «Estar al día con Hacienda ya no se lleva»

Cerró su cuenta el 15 de junio. La reabrió cinco meses después, el 22 de noviembre, como si nada hubiese pasado: con un tuit de la portada de su nuevo libro. 

La lista es larga. También juraron algún día no regresar Ashton Kutcher, que ya en el 2011 delegó el mantenimiento de su cuenta a una empresa tras tachar de mal gusto el despido de un entrenador de fútbol americano. El actor desconocía que había sido cesado de su puesto por haber callado una denuncia de abusos sexuales a niños. Kutcher borró el tuit y se disculpó, pero el mal ya estaba hecho. Y las redes, en eso de olvidar, son muy crueles. 

Adele también se largó, y acabó volviendo, lo mismo que Dulceida, que decidió tomarse un descanso tras una avalancha de críticas por las fotos de presentación de su colección de baño en junio del 2018, o Jordi Sevilla, la exvicesecretaria general del PSOE Elena Valenciano, Andrea Levy o a la exministra de Empleo Fátima Báñez. Todos ellos acabaron cambiando de idea.

La espantada más reciente la firma el actor Will Poulter, Colin Ritman en el último episodio de Black MirrorBandersnatch. Según Variety, decidió ausentarse de Twitter por la cantidad de críticas a su aspecto físico recibidas tras el estreno del episodio interactivo. «En beneficio de mi salud mental, siento que ha llegado la hora de cambiar mi relación con las redes sociales. Esto no es el final. Consideradlo un camino alternativo», comentó Poulter a sus seguidores en su despedida, haciendo un original guiño a la serie.