El «bullying» puede causar cambios en el cerebro y patologías mentales

Marta Otero Torres
Marta Otero REDACCIÓN / LA VOZ

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NICHOLAS KAMM

Los menores que sufren acoso tienen más riesgo de ansiedad, depresión y problemas de autoestima

29 ene 2019 . Actualizado a las 19:08 h.

Las consecuencias del acoso  bullying no son solo psicológicas, también físicas. Un estudio reciente llevado a cabo en el King’s College de Londres, en el Reino Unido, ha descubierto que una exposición continua al acoso durante la adolescencia puede provocar cambios físicos en el cerebro y aumentar la probabilidad de sufrir una enfermedad mental. «Está demostrado que el entorno y el ambiente influyen en nuestro sistema nervioso y en el desarrollo de nuestro cerebro», apunta María José Acebes, neuropsicóloga y profesora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC).

Los investigadores del Reino Unido midieron áreas del cerebro de adolescentes cuando tenían 14 y 19 años. De estos últimos, aquellos que habían sufrido acoso escolar crónico presentaron una disminución de las áreas cerebrales del núcleo caudado y el putamen, que los investigadores asociaron a unos mayores índices de ansiedad. «Si no hay un tratamiento y un apoyo adecuados, se ha comprobado que los niños que sufren acoso pueden tener más posibilidades de padecer problemas de salud mental, como depresión y ansiedad, predisposición a autolesionarse, trastornos postraumáticos y miedos patológicos asociados al desarrollo y la conexión entre el hipotálamo y el hipocampo, relacionados con respuestas cardiovasculares ante estímulos de peligro, así como con el condicionamiento al miedo», advierte la neuropsicóloga.

Según explica la psicóloga Iria Calleja, «está demostrado que la exposición repetida a determinadas situaciones o emociones provoca cambios a nivel neurológico. Esto tiene mucho que ver con un bajón en el estado de ánimo que hará que las personas tengan menos disponibles determinados neurotransmisores eso puede acabar provocando depresión».

Además, la experta alerta de que la depresión en la infancia y en la adolescencia temprana tiene características diferentes a las de la edad adulta. «Lo que les va a suceder a los niños -explica- es que van a verse más alterados. Van a estar más hiperactivos en lo físico, enfadados, incómodos... Sobre todo los vamos a ver airados, por lo que muchas veces se puede confundir con mal comportamiento, con desafío, incluso con hiperactividad».

Calleja asegura que los niños manifiestan así el rechazo de los compañeros, y advierte que a largo plazo tiene otras consecuencias. «Las personas que han padecido bullying en la infancia y la adolescencia desarrollan lo que llamamos el locus de control externo, que es asumir que si algo les sale bien ha sido por factores azarosos y si sale mal es porque no valen para nada».

Está muy bien explicado en este ejemplo de la psicóloga: «Con la autoestima sana, si un examen te sale bien dices ‘soy un crack’ y si te sale mal pues es que el profesor fue a pillar, era dificilísimo, suspendió toda la clase... En las personas que han sufrido acoso esto funciona al revés».

Además de los hallazgos sobre los cambios en el cerebro, lo que está claro es que la autoconfianza queda muy tocada cuando se sufre el rechazo de los demás de forma sistemática. «A mi lo que me preocupa como psicóloga -añade Iria Calleja- es la intervención que se hace sobre eso. Lo que está sucediendo es que los chavales están bajando el índice de empatía, hay un montón de observadores pasivos que saben lo que está pasando pero no intervienen: no se lo dicen al adulto, no defienden al compañero... no actúan. Hay que trabajar el triángulo del acoso, y también hay que trabajar con el agresor para que no se repita».

La experta cree que «habría que ayudar a estos niños a relajarse y a elaborar otras estrategias, que a veces no las tienen o no las conocen, porque está demostrado que a menor activación del sistema nervioso simpático menor nivel de conductas agresivas».

 ¿Obligar a denunciar es estigmatizar a los alumnos?

Recientemente, la Comunidad de Madrid ha presentado un decreto para regular la convivencia en los centros educativos en el que se señala como falta grave que un alumno conozca una situación de acoso y no lo comunique. Además, obliga al centro a «informar a la Fiscalía o al organismo correspondiente en función de la gravedad de los hechos». Para José Ramón Ubieto, este tipo de medidas no son la solución. Considera que es un «disparate» tratar de imponer a profesores y alumnos el papel de «acusadores».

Iria Calleja asegura que «lo que se intenta desde los centros es que lo que no tenga la entidad para ser judicializado no se haga, porque estamos estigmatizando a los niños. Eso va a quedar en tu expediente para siempre». En Galicia hay medidas que funcionan muy bien, como el aula de convivencia, una clase en la que hay profesores de guardia para intervenir en los conflictos que se vayan presentando. En vez de abrir un expediente y expulsar al alumno, se reflexiona y se trabaja sobre el tema.

Otra vía es el equipo de mediación entre iguales, que funciona desde hace tiempo en muchos centros gallegos. El mediador se reúne primero con un alumno y luego con otro. Con este método se paralizan situaciones que se podrían llegar a convertir en acoso. Calleja se considera más partidaria de educar al acosador que de judicializarlo, ya que muchos de ellos tiene alguna patología mental, trastornos como autismo o hiperactividad.

Por su parte, desde la Fundación Anar explican que en el decreto de Madrid se contempla la obligación de que alumnos y profesores denuncien los abusos, «siempre y cuando sea posible hacerlo sin riesgo propio ni de terceros» y entra siempre en juego la valoración que se haga de la conducta determinada.

Las sanciones que se prevén van desde la comparecencia inmediata ante el director, la prohibición temporal de participar en actividades extraescolares o servicios complementarios, la expulsión de determinadas clases o del centro por un máximo de cinco días. La entidad considera que se debe confiar en «la labor del profesorado y de la dirección del centro en la evaluación de la conducta y de si ese menor podría denunciar sin sentir ningún riesgo y desde ahí la posible corrección puede ser adecuada a las circunstancias».