Horror y caos en las ruinas del califato en Siria

Rouba el Husseini BAGHUZ / AFP

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Cientos de mujeres con burka, muchas de ellas occidentales, y sus hijos están entre los mas de 7.000 civiles que han huido de Baghuz
Cientos de mujeres con burka, muchas de ellas occidentales, y sus hijos están entre los mas de 7.000 civiles que han huido de Baghuz BULENT KILIC | AFP

Más de 7.000 personas han salido en solo dos días de Baghuz, el último reducto del Estado Islámico

08 mar 2019 . Actualizado a las 08:03 h.

Sin comer, viven escondidos en los túneles excavados bajo lonas quemadas para escapar de los bombardeos y disparos. En el último reducto del Estado Islámico (EI), la muerte y el caos están en todas partes. Solo en dos días, más de 7.000 personas, principalmente mujeres y niños, algunos de ellos occidentales, han salido del último sector yihadista que resiste en Baghuz, un pueblo en los confines orientales de Siria. Los supervivientes cuentan una situación infernal, comparada con su vida «idílica», según ellos, durante la primera época de este califato, conocido sin embargo por sus atentados y abusos.

Entre los que huyen, numerosos heridos avanzan llenos de vendajes, algunos apoyados en muletas. Una imagen que refleja la violencia de los ataques aéreos de la coalición liderada por EE.UU. y la ofensiva por tierra de la alianza kurdo-árabe Fuerzas Democráticas Sirias (FDS).

«Los últimos días fueron horribles. Bombardeos, disparos. Tiendas en llamas», explica una finlandesa de 47 años, que se hace llamar Sana, llegada a una posición de las FDS. Sana llegó a Siria hace poco más de cuatro años, con su marido marroquí, un fontanero que quería construir escuelas y hospitales en el país en guerra, explica. Murió «hace mucho, en un accidente de coche», asegura, sin que una fuente independiente pueda confirmar su historia. 

«Lo perdí todo»

En Baghuz, el EI solo controla un pequeño sector, de menos de medio kilómetro cuadrado. Los que salen aseguran que todavía se encuentran en el enclave varios miles de personas. Viven escondidos bajo una especie de tiendas de campaña, levantadas con sábanas y mantas, en sus coches o en la calle.

«Excavamos túneles bajo tierra y los cubrimos con sábanas. Estos son las tiendas», explica Abu Mariam, de 28 años. «Vivimos unos encima de otros porque hay muchísima gente». Su mujer y sus dos hijos murieron en un bombardeo. «Quedaron carbonizados, lo perdí todo. Solo quiero irme y descansar un poco», cuenta.

Cuando llegan a las posiciones controladas por las fuerzas antiyihadistas, los evacuados se arrojan sobre el pan, la leche y el agua. «Hacía más de nueve meses que no habíamos visto verduras», asegura una belga de 24 años, llamada Safia. «Todo era caro. El último mes, un kilo de arroz se vendía a más de 50 dólares (44 euros)», afirma.

Esta mujer dice haber crecido en el norte de Francia, y haberse casado con un francés, que se quedó en el interior del enclave. Ambos llegaron a Siria para vivir el sueño del califato. «Es el único lugar donde pude vivir mi religión como yo quería», argumenta. «Pensaba realmente que esto solo iba a crecer. Pero ahora, aparte de un milagro...», admite. A su lado, está sentada una mujer francesa, con unas muletas, herida de bala en un pie. «Todo el mundo recibía disparos, todo el mundo caía en la calle», relata. «Era el caos, no hay otra palabra».