La carrera electoral: así son los cinco candidatos a la presidencia del Gobierno

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Los cinco candidatos
Los cinco candidatos

Arranca la campaña más atípica, que se celebra en plena Semana Santa y en la que ninguno de los candidatos ha ganado nunca unas elecciones generales

12 abr 2019 . Actualizado a las 09:04 h.

Tras la legislatura más extraña de la democracia, en la que por primera vez triunfó una moción de censura, arranca la campaña electoral más atípica. Ninguno de los candidatos a la presidencia del Gobierno ha ganado nunca unas elecciones. Algo que solo ocurrió en 1982 y en el 2004. Y, por primera vez, hasta cinco partidos tienen posibilidades de formar grupos parlamentarios amplios. Pero, al margen de lo estrictamente político, esta campaña electoral es diferente por celebrarse en plena Semana Santa, con media España disfrutando de las vacaciones y desconectada de medios y redes. Un hecho sin precedentes sobre el que ni políticos ni sociólogos se ponen de acuerdo en torno a la influencia que esto puede tener finalmente en los resultados del 28 de abril.

Aunque hasta un 40 % de los españoles no sabe todavía a quién votará, la carrera comienza con el PSOE como claro favorito para ganar los comicios. Pero esa ventaja no garantiza que Pedro Sánchez consiga ser investido como presidente, y tampoco permite adivinar con quién tendría que pactar para conseguirlo. Consciente de ello, Sánchez arranca con mensajes deliberadamente ambiguos, que le permiten sostener la hipótesis de un pacto con Ciudadanos, a pesar de la insistente negativa de Albert Rivera a esa posibilidad, o la de formar Gobierno apoyado en Unidas Podemos, que inicia la carrera a la baja pero con esperanzas de remontar tras el retorno de Pablo Iglesias, e incluso con apoyo de los partidos independentistas si fuera necesario. Sánchez se presenta con un perfil más moderado y presidencial, mientras que Iglesias recupera su discurso más radical.

En el bloque de la derecha las cosas están más claras. Las esperanzas de desalojar de la Moncloa al líder socialista pasan por una única opción: que el PP, Ciudadanos y Vox sumen la mayoría absoluta. En ese caso, el pacto a la andaluza estaría garantizado, aunque las negociaciones para ello serían mucho más complejas. El problema para dar la vuelta a los estudios ?que por ahora indican que no reunirán escaños suficientes? radica en que estas tres fuerzas se disputan un mismo espacio político y deberán competir entre sí. Una de las grandes incógnitas es saber hasta dónde llegará la irrupción de la extrema derecha en el Parlamento, aunque, de momento, el discurso del líder de Vox, Santiago Abascal, ha forzado ya a Pablo Casado y a Albert Rivera a escorarse a la derecha y radicalizar sus discursos para no perder ese espacio.

Tanto en la izquierda como en la derecha, la apelación al voto útil será una constante. La multiplicación de las opciones convierte en claves las circunscripciones pequeñas que reparten solo tres o cuatro escaños, y en las que los partidos con opciones se volcarán para que sus votos en esas provincias no sean inútiles.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en una imagen d archivo
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en una imagen d archivo J.L. Cereijido | EFE

Pedro Sánchez, un funambulista que intenta el milagro de los panes y los peces

En las fotos que conservan algunos fontaneros del PSOE de las elecciones gallegas del 2005, las que llevaron a Touriño a la presidencia de la Xunta, el chico de la esquina es Pedro Sánchez. Allí estaba, en el equipo creado por Pepe Blanco en Ferraz, conociendo de primera mano los entresijos y cómo se movían los hilos de la organización. Así empezó a forjarse el perfil de quien una década después protagonizaría una de las carreras más intrépidas y bizarras de la política española, que lo llevó del anonimato a la victoria inesperada, de ahí a la derrota y a la caída, pero también a una resurrección que pocos auguraron, y que acabó abriéndole las puertas de la Moncloa para gobernar con mucho más riesgo del que asume un funambulista sin red.

Pedro Sánchez (Madrid, 1972) fue el primero en muchas cosas. El primer secretario general elegido en primarias y el primero en ser aniquilado por el comité federal. También el primer presidente sin escaño, el primero que llega al cargo por una moción de censura y, de momento, el único que fracasó en un intento de ser investido. Trató de salvarse embarcando a Ciudadanos y Podemos en la operación. «No es tan guapo para ser tan tonto», dijo sobre esta pretensión un dirigente de los socialistas madrileños crítico con Sánchez, tal y como relata la periodista Ainara Guezuraga en el libro El PSOE en el laberinto.

Puede que no lo admita, pero el líder revivido del PSOE tiene una enorme deuda contraída con sus enemigos internos, con quienes desde Andalucía le asignaron el mero papel de líder fantoche encargado de calentar la silla y con quienes se embarcaron en una operación espuria para apuñalarlo como a un César en la escalinata del Senado. Hicieron de él un santo. Y su carácter competitivo puso el resto.

La primera vez que se presentó como candidato a las elecciones, en el 2015, se hablaba de la pasokización del PSOE. Y el Partido Socialista acabó borrado del mapa en Grecia o en Francia, pero resistió en España y ahora va camino de ser nuevamente primera fuerza. Gran parte se lo debe a Pedro Sánchez, a ese líder querido y odiado a partes iguales, que da la sensación de improvisar decisiones siempre un poco más de la cuenta. Cuando cedió ante los independentistas catalanes para crear la figura de un relator, tensó las costuras del Estado y casi se le acaba la racha. Fue una concesión arriesgada que intenta borrar con medidas sociales, algo así como el milagro de los panes y los peces. El diario francés Libération tildó a Sánchez de «extravagante» y «funambulista» por pretender dirigir un país con una mayoría tan exigua. Es su punto más débil. Y el 28A se verá si también a eso logra ponerle remedio.

Pablo Casado
Pablo Casado Juan Carlos Hidalgo | EFE

Pablo Casado, el chico de oro que iba a renovar el PP y acabó viajando al pasado

«Si alguna vez me tiene que renovar alguien, que me renueve Casado, que es un tipo estupendo». Así se refería José María Aznar en el año 2015 a Pablo Casado (Palencia, 1981), considerado ya entonces como el golden boy del PP. Pocos, incluido Aznar, imaginaban entonces que solo tres años después de aquello el que fue su jefe de gabinete en la Fundación FAES estaría ya a los mandos de Génova. Y no precisamente para renovarle. Pero estar en el lugar adecuado en el momento oportuno ha sido siempre la gran habilidad del nuevo líder popular. Solo así se explica que un aznarista puro como él, que fue además un protegido de Esperanza Aguirre, acabara siendo designado en el 2015 por Rajoy, enemigo acérrimo de sus dos mentores, como vicesecretario de comunicación. Allí se fajó en la ingrata tarea de dar la cara por el partido cuando nadie quería hacerlo, en medio del estallido de los casos de corrupción del PP. Demostrando descaro, dotes comunicativas y simpatía personal, salió vivo y catapultado de aquella prueba en la que otros se habrían abrasado. Esa misma habilidad, unida a unas altas dosis de audacia, le llevó a presentar su candidatura tras la espantada de Rajoy tendiendo claro que en unas primarias los que son identificados como el viejo aparato llevan siempre las de perder.

Hijo de un reconocido oftalmólogo de Palencia, licenciado en derecho y con un polémico máster por la Rey Juan Carlos, Casado es un liberal a ultranza que tiene al Nobel Friedrich Hayek como economista de cabecera. Desde su etapa al frente de Nuevas Generaciones se empeñó en demostrar que ser del PP no significa ser aburrido ni facha. Pero su pretendida modernidad choca con un pensamiento muy conservador, que considera mayo del 68 como uno de los episodios «más perniciosos de Europa occidental». Marcado por la experiencia de tener un hijo que salió adelante tras nacer con solo 25 semanas, es también contrario al aborto. En lo personal, resulta la antítesis de sus dos predecesores. Si Aznar era un castellano seco y deliberadamente antipático y Rajoy se ocultaba bajo incontables capas de socarronería, Casado tiene ansia por caer bien, mantiene siempre la sonrisa, venga o no cuento, y posee una acusada incontinencia verbal que lo lleva a cometer errores, fruto de la improvisación y el exceso de confianza. Llegó presentándose como un renovador, pero lo que ha hecho es viajar al pasado, reivindicando el aznarismo. Entre disputarle el centro a Ciudadanos o pugnar con Vox por el voto de la derecha más extrema, optó por lo segundo. Está por ver si esa arriesgada apuesta hace que la singladura del chico de oro acabe o no en naufragio.

Albert Rivera
Albert Rivera Kiko Huesca | EFE

Albert Rivera, un camaleón confuso con sus cambios de piel

Sacó la fotografía de Adolfo Suárez como si fuera la certificación timbrada de que él y Ciudadanos son los herederos del centrismo al que los españoles confiaron sus desvelos cuando se restauró la democracia. Pero el fiel de la balanza con la que Albert Rivera (Barcelona, 1979) irrumpió en la política española se ha movido de izquierda a derecha con tal facilidad que ha confundido a sus posibles votantes. Y hasta semeja que también a sí mismo, a ese camaleón que llegó desnudo a los carteles electorales en el 2006 pero que ahora mezcla sobre su piel tonalidades cruzadas tras haber pactado con el PSOE primero y con el PP después, pese a haber renegado de ambos, y compartir más tarde pareja de baile en Andalucía con Vox y foto con Santiago Abascal, en una imagen para la historia.

Rivera es campeón de Cataluña de estilo braza y esa constancia le ha premiado allí por un discurso nuevo y distinto. Y fue también campeón de España de debate universitario, pero está por ver que sus habilidades léxicas le sirvan, no ya para que Ciudadanos siga creciendo en el Congreso, sino para que su partido resulte decisivo en su quinto asalto a unas elecciones generales. Son líderes en la Cataluña más convulsa de la democracia, pero su victoria, por invisible, apenas ha servido para cambiar el estatus del partido, aunque sí para dar en toda España un perfil más definido de Inés Arrimadas.

Con qué compromisos específicos intentará Rivera convencer al electorado sigue siendo una incógnita en el arranque de campaña, pues su programa aún no es público ni está refrendado internamente. Y algo huele a que estas elecciones pueden ser vitales para Rivera. Los ruidos intestinos en las elecciones primarias de Ciudadanos dan cuenta de que ya no hay unanimidad para seguir la estela marcada desde arriba con trazos gruesos de color naranja.

Pablo Iglesias, en una imagen de archivo
Pablo Iglesias, en una imagen de archivo SUSANA VERA | REUTERS

Pablo Iglesias, cinco intensos años de los cielos a las cloacas

Fue la sorpresa de las pasadas europeas al conseguir su partido, Podemos, cinco escaños. Así nació el fenómeno mediático Pablo Iglesias, convertido en el mesías que necesitaba el movimiento del 15M. Iglesias Turrión (Madrid, 1978), que militó en la Unión de Juventudes Comunistas de España, tocó los cielos sin pisar el suelo y sin pedir permiso a nadie, ni siquiera a sí mismo. A diferencia de otros políticos que se bregaron en el anonimato de las bases, a Iglesias le llegaron las mieles antes que las hieles, por eso el baño de realidad fue más cruel.

De las vicisitudes que vivió Podemos en esos cinco intensos años no tuvo él toda la culpa, pero casi. Porque Iglesias fue víctima y verdugo de su propia marca, de su exhibicionismo mediático, de su verborrea y de su carisma a partes iguales. Como buen populista, mezcló la política con los sentimientos y lo público con lo privado. Premió a sus novias y castigó a sus enemigos, lloró por los amigos perdidos y no dudó en señalar a sus hijos políticos predilectos saltándose a la torera el mandato de esas bases a las que, sin embargo, utilizó para lavar su conciencia cuando se compró el casoplón de Galapagar. «Los políticos que viven en chalés son peligrosos», decía en el 2015. «Nos hacemos mayores», dice ahora. Y a los niños les pide que no se fíen de los políticos ?«ni siquiera de mí», apostilla?. Y a los jóvenes les manda recado por un youtuber: «¡Votad, cabrones!».

Regresó de su baja paternal con la adrenalina por las nubes, dispuesto a dar de nuevo la batalla, arreando a empresas y a medios de comunicación, y adoptando cómodamente el papel de víctima en el culebrón Villarejo. Y Podemos respiró ligeramente en las encuestas. Pero cuesta salir ileso de esa caída abismal del «sí, se puede» a las cloacas del Estado. Estrellado es un cielo de estrellas, pero también el participio de un verbo.

El presidente de VOX, Santiago Abascal
El presidente de VOX, Santiago Abascal Eduardo Briones | Europa Press

Santiago Abascal, el pistolero que amenaza con matar a su padre político

Santiago Abascal (Bilbao, 1976) es un hijo del PP que amenaza con matar al padre. Tras 19 años afiliado y ocupando diversos cargos dentro del partido, en el 2013 rompió su carné alegando la tibieza de Génova en determinados asuntos, como la defensa de las víctimas del terrorismo para ponerse al frente de Vox, formación de ultraderecha a la que todas las encuestas sitúan dentro del Parlamento que se constituirá tras el 28A.

Lejos de ser un teórico de la política, Abascal es un hombre de acción al que le gusta proyectar una exagerada imagen de macho alfa que refuerza con su poblada barba, la Smith & Wesson con la que presume ir armado a todas partes y su pasión por las motos. En plena precampaña visitó a Bertín Osborne en su casa, en donde se plantó con un plato que le había preparado su mujer. Él prefiere seguir otras recetas, sobre todo las que van regadas con una buena dosis de populismo. Trump, Podemos, Salvini... De todos ellos ha aprendido algo: la idea de levantar un muro con Marruecos, mano dura con los irregulares, un continuo ataque a los medios o la revisión a la baja de la ley de violencia de género, «pura ideología de la izquierda». De momento, le está sirviendo para abarrotar pabellones.