Las fronteras invisibles de San Pedro Sula

Alberto Pradilla SAN PEDRO DE SULA / E. LA VOZ

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Un gallo pasa junto al cadáver de un pandillero del Barrio 18 en San Pedro Sula
Un gallo pasa junto al cadáver de un pandillero del Barrio 18 en San Pedro Sula Goran Tomasevic | REUTERS

La capital industrial de Honduras ha elevado sus tasas de violencia hasta un asesinato al día

28 abr 2019 . Actualizado a las 13:24 h.

«Solo podemos seguir hasta aquí. Más allá tendría problemas». Kevin tiene 26 años y vive en el sector Chamelecón, una de las barriadas que rodean San Pedro Sula. La capital industrial de Honduras, segunda ciudad en tamaño del país con un millón largo de habitantes, ha sido durante muchos años considerado el municipio más violento del mundo. Encabezó este ránking hasta el 2014. Ahora ocupa el puesto 33, con 363 asesinatos en el 2018 -uno al día-, con una tasa de 46 muertes violentas por cada 100.000 habitantes al año.

La Organización Mundial para la Salud (OMS) establece que diez asesinatos anuales por cada 100.000 habitantes es una «pandemia» de violencia. Así que San Pedro Sula está enferma de violencia, según los datos de la oenegé mexicana Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Paz. Si el macabro listado se limitase a Centroamérica, San Pedro Sula sería la segunda ciudad más violenta de uno de los lugares más violentos del planeta, solo superado por San Salvador, capital de El Salvador

Pobreza absoluta

Existe otra variable que no se puede pasar por alto para entender Honduras: la pobreza. Según datos del Banco Mundial, seis de cada diez hondureños viven por debajo del umbral de la pobreza.

Kevin dice que no puede seguir caminando. Existe una frontera invisible, pero que conocen todos los habitantes del entorno. Estamos en una zona de guerra sin trincheras, pero donde se mata igualmente. El lugar en el que nos encontramos está controlado por el Barrio 18, una de las dos grandes pandillas que operan en Honduras, Guatemala y El Salvador, además de México y Estados Unidos. La otra zona es territorio de la Mara Salvatrucha (MS-13). Si un joven de una zona controlada por una pandilla se atreve a presentarse en el territorio de la otra puede tener problemas. Da igual que no tengas nada que ver con la estructura, ser de la colonia contraria te convierte en enemigo.

Esta es la zona por la que la MS intenta ganar terreno al Barrio 18. En la pared frente a la frontera invisible hay agujeros de bala. En un cartel junto al parque, también. Para llegar aquí hay que atravesar un camino de tierra con casas a los lados. Algunas de esas viviendas fueron en algún momento botines de guerra. De ellas solo queda la estructura. Y algún placazo, que es como se llama a las pintadas con las que las pandillas marcan su territorio.

«Es difícil vivir aquí. Las pandillas causan víctimas y también la policía», dice Donaldo, de 31 años. Se levanta la camiseta. Tiene cicatrices de los disparos de un policía que le confundió con un delincuente. Los jóvenes de estas barriadas tienen difícil acceder al empleo. Donaldo cuenta que la primera vez que obtuvo un trabajo en un hotel tuvo que mentir sobre su procedencia.

Dicen que el número de muertos ha descendido. Pero estos jóvenes no creen en las cifras. Siguen obligados a vivir marcados por fronteras invisibles. Traspasarlas les puede costar la vida.