Lluís Llach, el abuelito del secesionismo

Luís Pousa Rodríguez
Luís Pousa REDACCIÓN / LA VOZ

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El cantautor se escuda en su «estado geriátrico» para vender una imagen pacifista

30 abr 2019 . Actualizado a las 10:27 h.

La canción de autor es en sí mismo un género soporífero. Pero Lluís Llach ha logrado elevarlo a la categoría de anestesia. No de una epidural de tres al cuarto. La música de Llach es una de esas anestesias generales que, cuando estás en el quirófano y te dicen que inicies la cuenta atrás de diez a cero, ya ni siquiera llegas al siete porque caes fulminado como uno de esos elefantes abatidos con un dardo cargado de algo más que orfidales.

La vida de Lluís Llach ha consistido en eso: en aburrir a las ovejas. Primero, a las ovejas catalanas y, luego, en una época de apampanamiento generalizado, a las churras y merinas de toda España, que coreaban L’estaca como si Llach fuese el mismísimo Foucellas, el maquis que, en plena dictadura, salía cada domingo de su escondite para acudir disfrazado de cura a ver los partidos del Deportivo en Riazor.

El cantante actuó este lunes en la sala del Supremo -que no es la Olympia de París, pero también tiene su tirón mediático-, convocado por la acusación popular de Vox. Llach mostró al tribunal su incomodidad «como homosexual, independentista y ciudadano del mundo» por tener que responder a las preguntas de Javier Ortega Smith, que lucía bandera de España en la muñeca, gomina y una toga con hombreras tamaño Locomía (parecía que en cualquier momento iba a sacar un abanico de entre los legajos). El exdiputado de Junts pel Sí, para contrastar, llevaba lazo amarillo y gafas y reloj del mismo color. Marchena le explicó muy amablemente que, mientras no se cambiase la Ley de enjuiciamiento criminal, tenía que contestar sí o sí a los letrados de Vox.

Así que el compositor tuvo que dejar su secesionismo en la mesita auxiliar (junto a un libro de Romeva) y ponerse a cantar sobre el asedio a la Consejería de Economía del 20 de septiembre del 2017. Suya fue la idea -según admitió, «por deformación profesional»- de que Cuixart y Sànchez se subiesen a los vehículos de la Guardia Civil megáfono en mano para hablar a las masas. No hay como tener entre tus filas a un experto en escenarios.

El músico vendió la versión de que no es más que un bondadoso abuelito -se definió como «una persona mayor» y habló de su «estado geriátrico», a pesar de que solo suma 70 años- y que, «como persona conocida», colaboró en todo momento con los Jordis para evitar incidentes durante la concentración. De tanto invocar al abuelito, por un instante pareció que, llegada desde la bucólica Cataluña del soberanismo, se nos iba a aparecer Heidi en el Supremo.