«Cuando terminase mi primer y único mandato podría decir: "Al menos lo intenté"»

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Rocío Menéndez Traba
Rocío Menéndez Traba

La periodista y responsable de comunicación del Real Grupo Cultura Covadonga argumenta su filosofía presidencial (y por qué nunca aceptaría el cargo)

18 may 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Lo confieso, me gusta la política, como a quien le gusta el fútbol o los juegos de cartas, disfruto con los entresijos de las campaña electorales, los plenos municipales, el debate sobre el Estado de la Nación o las trifulcas en el Congreso. Sin embargo, cuando me han ofrecido entrar en política lo he rechazado con rotundidad. Por eso, estoy segura que no sería Presidenta, no me gustaría ver mis cuentas bancarias, mis bienes, o lo que sea, en el Portal de Transparencia del Principado. No porque tenga mucho, ni poco, es porque a nadie le importa y mucho menos ver lo del Portal de Transparencia publicado en los periódicos, ni en las redes. Aprecio mucho mi intimidad y poder disfrutar de una comida o una cena en pareja, sin que los votantes agraviados con alguna medida impopular pero justa se vean obligados a interrumpir mi conversación; he podido ser testigo en numerosas ocasiones de situaciones parecidas. Tengo hijos adolescentes y ya es una etapa suficientemente conflictiva como para convertirles en blancos de bromas a costa de los titulares sobre lo que ha hecho o ha dejado de hacer su mamá Presidenta. Además salgo una vez al mes con mis amigas y siempre acabamos cantando y bailando en nuestro bar favorito, algo que no me gustaría ver reproducido hasta el infinito (esto enlaza con el párrafo anterior).  Por todo ello, y por muchas detalles más en los que no entro por aquello de mantener la intimidad, nunca me presentaría a Presidenta.

Pero como me han pedido que haga un ejercicio de imaginación y de eso tengo grandes dosis, puedo dar unas pinceladas de como sería mi filosofía de Presidenta: me rodearía de un equipo competente, ya sé que todo el mundo asegura eso, pero la realidad demuestra lo contrario, en política el talento desaparece aplastado por el aparato del partido que sea. No prometería, ni buscaría soluciones sencillas a los grandes problemas, por mucho que nos guste pensar que somos más listos que los demás, la realidad se impone incluso en los ejercicios de imaginación. Aplicaría las medidas más drásticas e impopulares, que propusiera mi talentoso equipo el primer año de mandato, no me gusta dejar lo peor para el final, lo malo pronto para dejar margen al olvido (ahora se entiende lo de disfrutar de veladas sin interrupciones de votantes descontentos). Me haría amiga de los secretarios, secretarias, chóferes y choferesas que me rodeasen, aprendería sus nombres, los de sus familias, los cumpleaños, etc. porque ellos manejan información sensible y esencial para el mejor desempeño del cargo. Apostaría con mi talentoso equipo por el sentido común en lugar de los sesudos argumentarios que me hicesen llegar esos asesores que siempre rodean a todos los cargos, expertos en convertir cualquier asunto en un manual de instrucciones de lavadora que no entienden ni los propios técnicos de la marca del electrodoméstico. Incluso con las indicaciones de mi talentoso equipo me escribiría mis propios discursos, siempre con toques de humor, y de alguna poesía de Ángel González, que siempre son oportunas. El mundo necesita sonrisas y literatura, estoy convencida de ello, más aún después de las medidas drásticas e impopulares. Procuraría, como me enseñaron en el colegio de monjas, dejar mi sitio en mejor estado de como lo encontré. Es decir, intentaría hacer una Asturias mejor, no sólo para mis hijos, también para sus abuelos, los vecinos, las playas donde vamos en verano, las carreteras con los baches que nos unen a otras comunidades, esos pueblos que visitamos imaginándonos que un día compraremos una cabaña a la que escaparnos los fines de semana.  Así cuando terminase mi primer y único mandato podría decir  "Al menos lo intenté"»