Trump defiende que su retórica «une a la gente», en su visita a Dayton y El Paso

Carlos Pérez Cruz WASHINGTON / E. LA VOZ

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Recibido con protestas en las ciudades de las dos matanzas del fin de semana

08 ago 2019 . Actualizado a las 10:54 h.

Para unos es el arte de la posible y para otros de lo imposible, pero con Donald Trump la política es el arte del fango. Minutos antes de subirse al avión de camino a Dayton, la localidad de Ohio donde un joven de 24 años asesinó el domingo a balazos a nueve personas, incluida su hermana, el presidente aprovechaba la presencia de los periodistas para intentar vincular al autor con su supuesta ideología de extrema izquierda o su presunto apoyo a los precandidatos demócratas a la presidencia Bernie Sanders y Elizabeth Warren. Al contrario que con el terrorista de El Paso, que cometió la matanza inspirado por el racismo del supremacismo blanco, los investigadores han descartado por el momento la motivación ideológica en el caso de Dayton. La lógica, obviamente, se ahoga en el fango.

Acosado por llamadas a endurecer las leyes de tenencia de armas y a detener el discurso antiinmigrante y racista, Trump y su esposa se reunieron con heridos y familiares de las víctimas en las dos ciudades que se sumaron a la lista de tiroteos indiscriminados que desde hace años han sacudido al país. Cientos de manifestantes se congregaron en El Paso para protestar contra la visita. Los manifestantes condenaron el supremacismo blanco y la retórica antiinmigrante del presidente, que consideran inspiró al perpetrador del tiroteo del 3 de agosto en El Paso, Patrick Crusius, quien presuntamente subió a un foro online un manifiesto en que alertaba de una «invasión» de inmigrantes hispanos. Al igual que ocurrió previamente en Dayton, los manifestantes en El Paso también exigieron un mayor control a la venta de armas.

Si algo ha conseguido el presidente es que tanto la alcaldesa demócrata de Dayton, Nan Whaley, como el republicano de El Paso, Dee Margo, es su incomodidad por la visita de Trump a sus respectivas ciudades. Ambos cumplieron el miércoles con sus obligaciones del cargo y recibieron al presidente, pero otros responsables públicos, como la congresista demócrata Veronica Escobar, que representa a un distrito de Texas en el Capitolio de Washington, rechazaron la invitación para participar de la recepción protocolaria. Escobar explicó que hubiera querido hablar con Trump pero que se le había comunicado que no podría hacerlo, por lo que «decliné la invitación, porque rechazo ser un objeto decorativo de su visita». A la congresista le hubiera gustado decirle a la cara que «tiene que entender que sus palabras son poderosas y tienen consecuencias. Utilizar lenguaje racista para describir a los mexicanos, inmigrantes y otras minorías nos deshumaniza. Esas palabras inflaman otras».

Preguntado por el aparente incremento de los crímenes de odio, Trump dijo sentirse «preocupado por el ascenso de cualquier grupo de odio». Incluyó en esos grupos no solo al supremacismo blanco, sino también al movimiento antifascista. Pero lejos de asumir su cuota de responsabilidad, negó que su retórica tuviera el más mínimo impacto en la sociedad, salvo en sentido positivo. «Une a la gente», afirmó sin rubor.

Será cosa de que las opiniones cambian con el tiempo, o de que la Asociación Nacional del Rifle (NRA) aportó 30 millones de dólares a la campaña de Trump, pero el caso es que su opinión sobre el control de armas parece haberse modificado significativamente en los últimos veinte años. En un libro publicado en el 2000, The America we deserve (Los Estados Unidos que merecemos), el entonces magnate escribió que «apoyo la prohibición de los rifles de asalto». Este miércoles, por el contrario, fue mucho más tibio cuando se le inquirió al respecto. «No hay apetito político», se escudó.

En su camino hacia un hospital de Dayton en el que se encuentran algunos de los heridos del tiroteo del domingo, la comitiva presidencial evitó al centenar de manifestantes que le esperaba en las calles.