Alemania rompe el tabú con un primer pacto local entre la CDU y los ultras

PAtricia Baelo BERLÍN/ E. LA VOZ

ACTUALIDAD

La extrema derecha AfD fue el segundo partido más votado en las elecciones de Sajonia.
La extrema derecha AfD fue el segundo partido más votado en las elecciones de Sajonia. FILIP SINGER | Efe

El avance de la extrema derecha obliga a buscar tripartitos hasta ahora impensables

09 sep 2019 . Actualizado a las 09:10 h.

Pese a la reducción de la cifra de inmigrantes que llegan al país, la policía alemana registró 609 agresiones contra refugiados o demandantes de asilo en el primer semestre del año. Lo publicaba esta semana el diario Neue Osnabrücker Zeitung, remitiéndose a una respuesta parlamentaria. Una cuarta parte de los ataques se produjeron en el estado federado de Brandemburgo, que rodea la cosmopolita capital de Berlín y donde el 1 de septiembre el partido de extrema derecha AfD se coronó segundo en las elecciones regionales, con un 23,5 % de los votos, solo tres puntos por detrás de los socialistas del SPD.

Exactamente lo mismo ocurrió en la vecina Sajonia, donde los conservadores de la CDU obtuvieron un 32,1 % de los sufragios, seguidos por los ultras, con un 27,5 %. Al día siguiente de ambos comicios, los partidos que forman parte del Gobierno de la gran coalición liderado por Angela Merkel respiraban aliviados, por haber evitado la catástrofe que habría supuesto ser adelantados por AfD en sus respectivos bastiones. Parece mentira que se contenten con vencer por escasa diferencia a la formación que nació con un discurso meramente economicista y que en el 2013 no alcanzó un 5 % necesario para colarse en el Bundestag.

Dos años más tarde estalló la crisis migratoria y el partido empezó a capitalizar el creciente rechazo hacia los refugiados. Sin duda, su estrategia ha surtido efecto y AfD, que quedó tercera en las elecciones generales del 2017 con un 12,6 % del respaldo, ha conquistado los 16 Parlamentos regionales del país. Sus grandes éxitos los ha cosechado en el este de Alemania, donde aunque apenas hay inmigrantes, la población vive entre el miedo a perder su estatus socioeconómico y el resquemor por tener sueldos y pensiones inferiores, así como un desempleo mucho mayor que sus vecinos del oeste, tres décadas después de la caída del Muro.

Nuevos votantes

Su fortaleza en los länder de Sajonia y Brandemburgo, donde la ultraderecha sí fue primera en las elecciones europeas de mayo, reside en su capacidad para atraer nuevos votantes de todas las vertientes del espectro político. Eso sí, curiosamente no son los jubilados los que más apuestan por AfD, sino la gente de mediana edad, entre los 25 y los 59 años, en su mayoría hombres. «¿Es posible todavía frenarlos?», se preguntaba esta semana Der Tagesspiegel. Nada apunta a que así sea, dado que en el último sondeo del pasado jueves la formación xenófoba sumó un punto y se sitúa en un cómodo 15 %.

Ante la avanzada, los partidos del Gobierno insisten en imponerle un cordón sanitario. «No vamos a apartarnos de nuestra posición de mantener una clara distancia», afirmó Annegret Kramp-Karrenbauer, líder de la CDU. Sin embargo, por lo pronto los ultras ya les han obligado a buscar tripartitos que hasta ahora nadie imaginaba en esos estados federados. «Está claro que AfD no va a llegar al Ejecutivo en un futuro cercano. Pero en Alemania existe el precedente de haber infravalorado a ciertas formaciones o grupos y haberlo pagado luego caro», advierte el economista Daron Acemoglu en una entrevista con Die Welt.

Frankenstein, 950 habitantes

De hecho acaba de romperse un tabú con el primer municipio en el que las autoridades colaboran con AfD. Frankenstein, de 950 habitantes, acaparó los titulares, y no por su relación con la novela de terror de Mary Shelley, sino porque allí la concejala de la CDU, Monika Schirdewahn, presentó ante la asamblea municipal un grupo de trabajo junto a su marido, Horst Franz Schirdewahn, de AfD. «Existe una receta contra la ultraderecha», asegura el semanario Der Spiegel, que sostiene que la ideología del partido xenófobo es incompatible con cualquier democracia liberal.

Al menos la de su vertiente más radical, encarnada por figuras como Andreas Kalbitz, que según varios medios ha llegado a colgarse una cruz gamada en un hotel de Atenas para asistir a una marcha neonazi, o Björn Höcke, que se salvó de ser expulsado tras calificar el Memorial del Holocausto de «monumento de la vergüenza». No obstante, también existe un ala más moderada, que se empeña en presentarse como alternativa capaz de satisfacer a los ciudadanos descontentos con los partidos tradicionales. Estos ya no pueden continuar ignorando a la nueva bestia negra del tablero político. Su única esperanza es que AfD, sumido en luchas internas de poder, se destruya a sí mismo.