La vida en la volátil frontera líbano-israelí

Alicia Medina KHIAM / E. LA VOZ

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Georgette y Rida en el mirador de Odaisseh. Detrás, dos soldados de la fuerzas de paz de la ONU
Georgette y Rida en el mirador de Odaisseh. Detrás, dos soldados de la fuerzas de paz de la ONU Alicia Medina

Los libaneses siguen con sus rutinas tras el duro enfrentamiento entre Hezbolá y el ejército israelí

30 sep 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Rida y Georgette Alkaoury viven a tres kilómetros de una frontera acostumbrada a titulares bélicos. El pasado 1 de septiembre, Hezbolá y el Ejército israelí protagonizaron el mayor enfrentamiento directo desde la guerra del 2006 en la frontera entre Israel y el Líbano. Los proyectiles israelíes cayeron a 40 kilómetros de la casa del matrimonio Alkaoury, en la localidad de Khiam. Líbano contuvo la respiración ante el temor de un nuevo conflicto.

Pero esta pareja de jubilados le resta importancia al incidente y dice no tener miedo a una posible guerra entre Líbano e Israel. «Mientras esté Sayed Hasán Nasrallah [el líder de Hezbolá], no habrá guerra», afirma Georgette. «La época del miedo se acabó, ahora hay equilibrio. Antes los israelíes entraban donde querían, pero hoy si un soldado entrase en territorio libanés recibiría un disparo», añade Rida.

Rida, poeta y exdirector del instituto de Khiam, muestra orgulloso las obras de Pablo Neruda y Federico García Lorca en su salón. Su esposa Georgette era profesora de instituto y es cristiana. La pareja dista de la imagen del simpatizante de la milicia-partido chií Hezbolá. «Tenemos ideas políticas diferentes, pero la resistencia es la resistencia», explica Rida. Como muchos en el sur de Líbano, ven a Hezbolá como elemento disuasorio ante posibles ataques de Israel y le atribuyen la retirada del Ejército israelí del sur de Líbano en el año 2000. 

«Bajo el miedo constante»

El balcón de los Alkaoury tiene vistas a uno de los símbolos más temidos de la ocupación israelí en Líbano (1982-2000): la cárcel de Khiam, donde la tortura era práctica habitual. Rida recuerda que durante la ocupación vivían «bajo el miedo constante de acabar en la cárcel de Khiam». Afirma que se quedaron en el pueblo «para que no nos pasara como a los palestinos», en referencia al éxodo de sus vecinos tras la creación del Estado israelí.

Hoy la cárcel es un museo en el que ondea la bandera amarilla de Hezbolá, bandera que junto a la del otro partido chií, Amal, y las fotos de los «mártires», motean carreteras y rotondas en el sur del Líbano. Los Alkaoury dicen no tener miedo a los explosivos olvidados en la frontera. «Eso de las minas es cosa del pasado» dice Rida. Sin embargo, en agosto, un chico de 8 años se convirtió en la última víctima mortal de estos explosivos no detonados. En el 2018 la ONU destruyó 13.000 minas en el sur de Líbano.

El matrimonio no se plantea dejar su pueblo. «La vida es tranquila, la brisa fresca», resume Rida. Algunas tardes van a un pequeño parque con un estanque a tomar café o a la heladería del pueblo. Pinos, mimosas y eucaliptos acompañan la carretera que bordea la frontera.

De Khiam al siguiente pueblo, Odaisseh, la separación entre Líbano e Israel toma forma de muro. En el mirador de Odaisseh, con vistas a Israel, la pareja se suma a otros curiosos que toman fotos. El colorido letrero «I love Odaisseh» o el señor vendiendo mazorcas podrían confundir este mirador con el de cualquier ciudad turística, pero los dos blindados de la ONU delatan lo contrario.

Los blindados, puestos de control, patrullas y puestos de observación son la parte visible de la FINUL, las fuerzas de paz de la ONU para el Líbano que cuenta con 10.000 militares, entre ellos 600 españoles. «Nuestra presencia tiene un carácter disuasorio», explica desde la base Miguel de Cervantes (Marjayoun) el general Rafael Colomer, jefe del contingente español de los cascos azules.

114 kilómetros de calma tensa

El objetivo de FINUL es garantizar el cese de hostilidades y el cumplimiento de la resolución 1701 de la ONU que puso fin a la guerra del 2006: Los 114 kilómetros de la llamada Línea Azul, la demarcación impuesta tras la retirada del Ejército israelí. El Líbano e Israel aún tienen pendiente negociar su frontera. En algunas zonas, la Línea Azul se traduce en vallas y muros, en otras zonas no hay más señal de que avisa que cruzas «territorio enemigo» (los dos países están técnicamente en guerra) que los barriles azules de la FINUL. Hoy 276 barriles marcan la separación.

Muro levantado en la Línea Azul
Muro levantado en la Línea Azul Alicia Medina

Pero a las cabras les da igual. «El ganado no entiende de líneas azules; los pastores cruzan en zonas que no están claramente delimitadas», comenta el general Colomer. Otras violaciones de la resolución 1701 son más serias. El militar afirma que todos los días suelen avistar drones israelíes en el espacio aéreo libanés.

Colomer explica que «Hezbolá no tiene un ejército regular que se pueda identificar, con lo cual su presencia no es obvia». «Vivimos en una calma tensa, es una situación que tiene una volatilidad muy alta porque en la zona existen grandes sensibilidades con respecto al conflicto que hubo en el pasado», anota el general.

En el 2007, seis uniformados españoles murieron en un atentado en Khiam, y en el 2015 el cabo Javier Soria Toledo murió alcanzado por fuego israelí. Pero en términos generales, el sur de Líbano experimenta cierta estabilidad. «Si te das una vuelta hay muchos negocios nuevos, hay nuevas construcciones», explica Colomer, quien considera que la FINUL es un éxito ya que «llevamos 13 años en los que el cese de hostilidades es una realidad, con alguna ruptura puntual».

El día del bombardeo en septiembre se formaron atascos en los pueblos del sur en dirección al norte. Pero el matrimonio Alkaoury no se movió de su casa. «El que sabe lo que pasa aquí, no se va», dice Rida. La pareja confía en que los titulares bélicos dejen de interferir en la rutina de su pueblo.