Trudeau, contra el desencanto

CARLOS PÉREZ CRUZ MONTREAL / E. LA VOZ

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STEPHANE MAHE | Reuters

Las elecciones canadienses elegirán entre el Partido Liberal o un giro a la derecha

20 oct 2019 . Actualizado a las 19:53 h.

La etapa del enamoramiento fue insólitamente larga tratándose de un político, pero los tres años de luna de miel entre Canadá y Justin Trudeau se interrumpieron el pasado invierno cuando el primer ministro metió mano en la investigación por corrupción de una empresa de ingeniería y construcción de Quebec. El asunto es más complejo de lo que pueda parecer porque, según la mirada, Trudeau es villano o héroe. Al mandatario le costó la dimisión de ministros y asesores, además del final del romance con los votantes, pero la lectura heroica, aunque no sea inmaculada, es que salvó miles de puestos de trabajo. Incluso el primer ministro de Quebec, François Legault, amparó su maniobra. El escándalo, sumado al incumplimiento de varias promesas electorales, ha llevado a Trudeau a las puertas de una incierta reelección en las legislativas que se celebran hoy. Las encuestas lo muestran codo con codo con el Partido Conservador de Andrew Scheer.

«La magia de Trudeau se ha evaporado», asegura el politólogo Alain-G. Gagnon, profesor en la Universidad de Quebec. Todo ello a pesar de que, según Jean-François Daoust, experto en opinión pública de la Universidad McGill, de Montreal, «empíricamente ha cumplido con la mayor parte de las cosas que dijo que haría». Entre ellas, la aprobación de ayudas sociales, que han contribuido a reducir los niveles de pobreza, o la legalización de la marihuana. Pero falló en otras clave, eludiendo su firme compromiso de reformar el sistema electoral o dando una de cal y otra de arena en materia de medio ambiente: declaró la emergencia climática y aplicó una tasa a las emisiones de carbono mientras daba su beneplácito a la construcción de una segunda línea del oleoducto entre las provincias de Alberta y la Columbia Británica. Incongruencias producto de los equilibrismos del primer ministro por contentar al occidente del país, cuya economía depende en gran medida de la minería y el petróleo, y al oriente quebequés, con una mayor conciencia ecológica.

Los más jóvenes, un importante factor en la victoria de Justin Trudeau en 2015, son los más decepcionados. Según Daoust, «no solo lo apoyaron sino que votaron con una participación inusualmente alta». 

«Cuando rascas, no hay más»

Muchos de ellos podrían quedarse esta vez en casa o darle la espalda y decantarse por una opción más a la izquierda, la del NDP (Nuevo Partido Democrático), de Jagmeet Singh, o ecologista, la de Los Verdes, de Elizabeth May. La sensación extendida, afirma Gagnon, es que el primer ministro «es bueno para las selfis, un hombre guapo, pero cuando rascas la superficie no hay mucho más». Los canadienses llegaron a creer en ese algo más. En su primer año de mandato, Trudeau obtuvo la aprobación del 72 % de la población. A horas de las elecciones, una encuesta de Gallup ha mostrado por primera vez cómo una mayoría (52 %) desaprueba su liderazgo.

Tras cuatro años de mayoría del Partido Liberal de Trudeau en el Parlamento de Ottawa, todo indica que el próximo primer ministro tendrá que gobernar en minoría en un país en el que las coaliciones son una anomalía. La última a nivel federal data de 1917. En opinión de Daoust, «no habrá coalición, sino que se buscarán acuerdos». Scheer advierte contra uno entre el Liberal y el NDP, mientras que el profesor Gagnon augura una entente entre el Partido Conservador y los independentistas del Bloc Québécois, al que las encuestas anticipan que duplicará el número de diputados. Sería un gran éxito para el Bloc que, en opinión de Daoust, ha dejado de lado en la campaña la reivindicación secesionista para centrarse «en la defensa de los intereses de Quebec». Una estrategia con la que atraer a votantes federalistas «que quieren un Quebec fuerte».

Muy lejos de estas expectativas queda el recién creado Partido Popular de Maxime Bernier, cuya campaña xenófoba contra la inmigración y los refugiados apenas ha atraído a un puñado de seguidores en un país que, al contrario que su vecino del sur, apenas discute su papel de acogida a los refugiados e inmigrantes.