Banderas franquistas y ¡vivas!, en un nuevo último adiós al dictador

Francisco Balado Fontenla
Fran Balado MINGORRUBIO / LA VOZ

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Sergio Perez

Los nostálgicos iniciaron varias veces el «Cara al sol», pero muchos no sabían más que la primera estrofa

25 oct 2019 . Actualizado a las 09:09 h.

«¡Viva Franco!», coreaban los dos centenares de nostálgicos de la dictadura que se congregaron este jueves en Mingorrubio desafiando la prohibición de la Delegación del Gobierno en Madrid.

La mayoría eran personas de avanzada edad, pero también varios grupos de jóvenes armados con banderas franquistas. Todos bien abrigados para protegerse del frío otoñal que habitualmente azota Madrid durante las primeras horas del día. Hubo varios intentos de entonar el Cara al sol, himno de la Falange, pero en todos ellos sonó desentonado e inconcluso, porque la gran mayoría no conocía la letra más allá de la primera estrofa, momento en el que el coro empezaba a hacer aguas hasta que se acababa por abortar para dar paso al mucho más sencillo «¡Franco, Franco, Franco!».

Dejando a un lado los constantes actos de exaltación del franquismo, la concentración transcurrió con cierta tranquilidad. Un firme cordón policial de la UIP la mantuvo a rajatabla a unos 300 metros de la puerta del cementerio de El Pardo, lo que motivó que lo más cerca que estuvieron de ver los restos del dictador fue cuando el Super Puma del Ejército del Aire irrumpió en el cielo de Madrid, instante en el que aprovecharon para subir un par de tonos sus vítores y lanzar una batería de saludos fascistas hacia su amado líder.

Varios de los manifestantes en primera línea explicaban a los agentes de la policía que podían permanecer tranquilos: «Nosotros no somos como los CDR, no tiramos piedras», afirmaba uno. En una cosa sí coincidieron con buena parte de los independentistas catalanes que durante toda la semana pasada salieron a las calles para protestar contra la sentencia del Supremo sobre el 1-O: «¡Prensa española, manipuladora!», gritaban. Un poco más lejos, en un peñasco, la Guardia Civil sorprendió a dos hombre vestidos de militares y que no lo son con bengalas, botes de humo y banderas con el águila de San Juan

Tejero, ídolo de los ultras

Uno de los pocos instantes en los que se montó un poco de barullo fue cuando la multitud se percató de que había llegado Antonio Tejero, coreando su nombre y tratando de aproximarse a este para retratarse en una foto con el teniente coronel de la Guardia Civil condenado por rebelión militar en 1981. Fue entonces cuando la policía le invitó a saltarse el cordón para devolver la paz al rebaño. Tejero, medio desorientado, con su insignia de la Benemérita y su corbata con detalles de la bandera española, pasó a colocarse a unos metros de la barrera policial junto a un par de allegados. «¿Tiene acreditación para pasar?», le preguntó la prensa. Su respuesta fue una cara de «y yo qué voy a tener».

El que sí estaba acreditado era su hijo Ramón, el encargado de oficiar la misa dentro del panteón. Fue uno de los más madrugadores en llegar a El Pardo, montado en un coche blanco y protegido por un par de escoltas.

En la puerta del cementerio, unos 300 periodistas de hasta 17 países hacían guardia para relatar la llegada del coche fúnebre. Alrededor de las 14.20 llegó la comitiva formada por una decena de vehículos en los que viajaban familiares del dictador y un reducido grupo de funcionarios, los únicos habilitados para acceder al recinto.

Una vez reinhumados los restos de Franco, sus herederos abandonaron la zona mostrando a la prensa su rechazo por el traslado. Entonces sí se levantó el cordón de seguridad y la policía permitió a los manifestantes que todavía resistían en la colonia de Mingorrubio que se acercasen hasta la puerta del cementerio, en donde muchos agitaron sus banderas, otros completaron una breve oración y los menos depositaron coronas y ramos de flores, todo en honor al dictador. A primera hora de la tarde continuó un goteo constante de nostálgicos, pero esta zona del norte de Madrid empezó poco a poco ya a recuperar su estampa habitual, en la que los vecinos solo se cruzan con familias que acuden a practicar deporte a un club cercano y ciclistas que disfrutan de sus carreteras camino a la sierra.