Así intentó frenar Harvey Weinstein a periodistas y denunciantes: con antiguos espías del Mosad

espe balaguer NUEVA YORK / E. LA VOZ

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Mike Segar

El productor buscaba trapos sucios los que indagaban sobre los supuestos casos de abusos y contrató a los miembros de una red; pero fue demasiado lejos y los investigadores lo traicionaron

12 ene 2020 . Actualizado a las 09:43 h.

Cuando los periodistas comenzaron en el 2016 a indagar en el historial de abusos sexuales del ex productor Harvey Weinstein, este contrató a una red de espías para evitar que sus crímenes salieran a la luz. El todopoderoso Weinstein creyó que las amenazas y las presiones iban a provocar de nuevo que las mujeres a las que acosó durante 30 años siguieran calladas. Pero algo falló en su plan. No contó con que los informantes, a veces, se ponen del lado de las víctimas.

El lunes comenzó en Nueva York el primer juicio contra el magnate caído en desgracia gracias a dos investigaciones publicadas en octubre del 2017 por The New York Times y la revista The New Yorker. Sus presuntos abusos sexuales a dos mujeres podrían llevarle a la cárcel de por vida.

De forma paralela, dos fuentes de primera mano han relatado con todo detalle las maniobras de Weinstein para parar las indagaciones. La primera, la exespía internacional Stella Penn Pechanac, que trabajó para el productor. La segunda, el periodista Ronan Farrow de 31 años, autor de la investigación de The New Yorker, por la que ganó un Pulitzer y por la que fue sometido a vigilancia. Farrow lo cuenta en su reciente libro Catch and Kill. El título recoge la expresión anglosajona que define la técnica que utilizan los periódicos sensacionalistas para comprar una historia y enterrarla después a petición del afectado.

Esa era la intención de Weinstein cuando en octubre de 2016 contrató a la empresa Black Cube, con sedes en Madrid, Tel Aviv y Londres, e integrada en su mayor parte por exagentes del Mosad israelí para seguir a una lista de 30 personas entre las que había ejecutivos de Hollywood, rivales directos, políticos y periodistas. La excusa inicial de productor era combatir una supuesta campaña de difamación contra él. Un trabajo considerado legal por la empresa de espionaje.

A cambio de un millón de dólares, los espías se pusieron manos a la obra. Penn simuló varias identidades para contactar con Benjamin Wallace, periodista de New York Magazine que investigaba las acusaciones, y con la actriz Rose McGowan, víctima y principal enemiga pública de Weinstein. Su objetivo era sacar toda la información posible sobre sus intenciones. Por otro lado, un emigrante ruso de nombre Roman Khaykin, residente en Nueva York, contrató al ucraniano Igor Ostrovsky para trabajar para un misterioso cliente que en realidad era Black Cube. Farrow era su objetivo.

Lo primero fue controlar sus movimientos con vigilancia a la puerta de su domicilio. Más tarde pasaron a hackear los teléfonos con la tecnología de la compañía israelí NSO Group. Así consiguieron rastrear la visita de Farrow a The New Yorker para ofrecerles el reportaje después de que la cadena CBS se negara a publicarlo.

Todo cambió para los espías de Black Cube cuando la lista de objetivos se llenó de nombres de mujeres sobre las que sacar trapos sucios. Penn decidió abandonar. Mientras que Ostrovsky se puso en contacto con Farrow para contarle toda la verdad y comenzar a colaborar con la Policía. «Me gusta poder leer las noticias y no pensar que alguien está apuntando a un periodista con la punta de una pistola», le dijo.