Las piedras en la vía del diálogo

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

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06 feb 2020 . Actualizado a las 08:18 h.

Sánchez y Torra se reúnen hoy por primera vez desde la investidura del primero. Me cuesta encontrar el adjetivo preciso para definir este peculiar encuentro. Ninguno de los dos lo quería y ninguno de ellos acude con voluntad de alcanzar acuerdo alguno ni de hacer la mínima concesión al otro. Ambos llegan forzados, de un modo u otro, por ERC.

El único propósito de Sánchez consiste en superar el mal trago, no desairar a Esquerra y no alimentar la reacción iracunda de la triple derecha. Confía en que, una vez evacuado el desagradable trámite, no recibirá más llamadas telefónicas indeseables ni se topará nunca más con la cara del prejubilado president. Un deseo este que probablemente se cumplirá. A Torra le quedan un par de afeitados en su despacho. Pronto hará mutis por el foro, ya sea como efecto de su convocatoria electoral en diferido, ya sea arrastrado por las orejas por el Tribunal Supremo. Y entrará en escena otro rostro y otro talante: mejor o tal vez igual, pero difícilmente peor.

Torra, la marioneta de Puigdemont y de los sectores más intransigentes del independentismo, acude al encuentro con intención de sabotearlo. Quiere impedir que arranque el diálogo entre Gobierno y Generalitat. Por eso pone condiciones previas, ni exigidas por Esquerra ni aceptables para el PSOE, antes de colocar la mesa: mediador internacional, que el Gobierno pida perdón por el 155... Cualquier pretexto le sirve para abortar el diálogo y colocar en un brete a Esquerra, por su ingenuidad de apoyar «gratis» la investidura de Sánchez, por traicionar al pueblo catalán o por ambas cosas a la vez.

La cuestión estriba en saber si el Gobierno, asediado por la derecha, y Esquerra, acosada por el independentismo más radical, son capaces de aguantar el tipo. Y yo creo que sí. Llegados a un punto de no retorno, si se rompe la cuerda ambos caen de culo, para mayor gloria de Casado y Puigdemont. Desde el punto de vista del interés general, tampoco veo otra vía para sofocar el conflicto catalán. Sostengo además que el diálogo, aunque no consiga acuerdos, jamás fracasa: mientras dura se suspenden las hostilidades. Los ejércitos permanecen en sus trincheras, dispuestos quizá a seguir matándose, pero han ganado una tregua.

Incluso el diálogo de sordos, como aquel de Pedro Garfias con un tabernero de Escocia, suele ser edificante. Lo cuenta Pablo Neruda en sus memorias. El poeta exiliado y el tabernero, dos almas solitarias, pasaron innumerables horas de madrugada bebiendo y conversando sin comprender una sola palabra de lo que decía el otro. Aquel solo hablaba «español gitano», este solo sabía inglés, pero «hablarse hasta el amanecer se convirtió en una necesidad para ambos». Meses después, ya en México, Neruda interrogó a Garfias:

-Pedro, ¿qué crees tú que te contaba?

-Nunca entendí una palabra, Pablo, pero cuando lo escuchaba tuve siempre la sensación, la certeza, de comprenderlo. Y cuando yo hablaba, estaba seguro de que él también me comprendía a mí.