El cardenal Juan José Omella, elegido presidente de la Conferencia Episcopal

paco niebla BARCELONA / EFE

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El cardenal Juan José Olmella (derecha), junto al presidente de la Conferencia Episcopal, Ricardo Blázquez (centro)
El cardenal Juan José Olmella (derecha), junto al presidente de la Conferencia Episcopal, Ricardo Blázquez (centro) Víctor Lerena

Se le considera el hombre del papa Francisco en España

03 mar 2020 . Actualizado a las 12:48 h.

El cardenal Juan José Omella, arzobispo de Barcelona, y hombre muy próximo al papa Francisco, ha sido elegido este martes nuevo presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE) en sustitución de Ricardo Blázquez. Según han informado fuentes de esta institución, Omella, de 73 años, ha sido elegido por mayoría absoluta y mediante voto secreto entre los 64 obispos, arzobispos y cardenales que podían optar al cargo que desempeñará durante los próximos cuatro años.

Omella se ha impuesto así al resto de candidatos que sonaban para presidir la CEE, entre ellos el cardenal Antonio Cañizares, arzobispo de Valencia, y del sector conservador de la Iglesia española, y el arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz, candidato próximo a Antonio María Rouco Varela.

  El nuevo presidente de la Conferencia Episcopal, es un hombre sencillo, de agradable conversación y que se define a sí mismo como «un rector de pueblo», al que no le gustan los cargos ni el boato ni los protocolos, y partidario siempre del diálogo, de tender puentes y de la fraternidad. Quizá por ese carácter dialogante, abierto y simpático no se le conocen enemigos, ni en el seno de la Iglesia, ni en la política. «Es un hombre centrado y de centro», le definen sus colaboradores más estrechos.

Nacido en 1946 en Cretas (Teruel), en la franja catalanoparlante limítrofe con Cataluña, dicen de él que es el obispo que más se parece en carácter y pensamiento al papa Francisco, con el que mantiene plena sintonía y una relación habitual. Nunca se ha postulado para ocupar ningún cargo, tampoco el de presidente de la Conferencia Episcopal Española, aunque lo asumirá por obediencia eclesiástica porque, si algo caracteriza a Omella, es que es un «hombre de Iglesia».

Cuando el papa le nombró en 2015 arzobispo de Barcelona, los vaticanistas ya pronosticaron que era el hombre elegido por el Pontífice para reformar la Iglesia en España y cambiar el rumbo que dejó el mandato del conservador Rouco Varela. Omella, que había sido obispo auxiliar de Zaragoza (1996-1999), obispo de Barbastro-Monzón (1999-2004) y de Calahorra y La Calzada-Logroño (2004-2015), llegó al arzobispado de Barcelona en tiempos convulsos por el procés.

Los independentistas lo vieron con recelo porque no era un obispo catalán y el sector más conservador de la Iglesia expresó sus reticencias por sus ideas aperturistas. Cinco años después, todo el mundo habla bien de él. Durante el procés catalán, Omella no se ha cansado de hacer llamamientos a «la concordia», a «construir puentes» y a «fomentar la convivencia», e incluso intentó mediar, sin éxito, entre Rajoy y Puigdemont en los días efervescentes del otoño de 2017.

Omella es un maño simpático, capaz de decir cosas gruesas y trascendentes sin perder la sonrisa, habla sin tapujos y trufa sus discursos con anécdotas, chascarrillos, chistes y metáforas ingeniosas. Destacan de él que es un hombre de una inteligencia innata. Escribe todos sus discursos y sus cartas dominicales personalmente, siempre en un viejo portátil Apple.

Estudió en el Seminario de Zaragoza y en Centros de Formación de los Padres Blancos en Jerusalén y Lovaina, donde se licenció en Teología. Habla castellano, catalán, francés, italiano y latín. Ordenado sacerdote en 1970, oficia misa tanto en la catedral como en la Sagrada Familia, la última el pasado domingo ante 2.000 fieles concelebrada con obispos de Madagascar y de República Centroafricana.

Durante un año, fue misionero en Zaire y siempre defiende que todo religioso debe pasar al menos un año en misiones. Es, como el papa Francisco, partidario de una Iglesia abierta, social, preocupada por los más vulnerables y ha volcado su labor en Cáritas y en Manos Unidas. Repite que se debe ayudar, acoger e integrar a las personas inmigradas y critica el sistema capitalista que deja a los más vulnerables en la cuneta, no reparte de forma equitativa la riqueza y fomenta el consumo innecesario.

Desde 2014 forma parte de la Congregación para los Obispos, el ministerio del Vaticano que se encarga de nombrar a los prelados y hace tres años el papa Francisco le hizo cardenal y miembro del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica. En su primera misa como cardenal dijo que los cardenales «a pesar de su pompa externa» deben vivir con sencillez porque su misión es velar por los demás: «No estoy aquí para ser servido, sino para servir».

De hecho, prescindió del servicio doméstico del palacio episcopal y solo conservó a la cocinera, por lo que es él mismo quien pone la mesa, sirve la comida y recoge los platos, también cuando tiene invitados. Otro gesto franciscano del cardenal Omella es haber invitado a vivir en el palacio episcopal a sus dos obispos auxiliares y otros colaboradores del arzobispado, con los que vive «en familia» y comparte cena y velada comentando la actualidad diocesana, futbolística o política, aunque defiende que la Iglesia no debe hacer política sino servir al pueblo, sobre todo a los más vulnerables, y buscar siempre el bien común. Desde 1996 ha sido miembro de la Comisión de Pastoral Social de la Conferencia Episcopal Española, de la que fue presidente entre los años 2002 y 2008 y de 2014 a 2017.

En una reciente comida con periodistas, a la que invitó a Efe, con motivo de la celebración de San Francisco de Sales, reveló que le preocupaba cómo la administración trata a los colegios concertados religiosos y explicitó que ve necesario que se imparta una asignatura de cultura religiosa. Sobre la eutanasia, defiende que se garanticen los cuidados paliativos para dignificar la situación del final de la vida y apuesta por que la mujer tenga un papel más destacado en el seno de la Iglesia.

Para demostrarlo, nombró en 2017 a una mujer como secretaria general del arzobispado y cancillera de la curia diocesana, la primera mujer que accedió a una alta función de la organización administrativa de la curia en el Arzobispado de Barcelona. Condena sin paliativos los abusos a menores cometidos por religiosos y siempre ha pedido «asumir y limpiar todo lo que sea necesario», y ha calificado de «pecado» que los bancos no devuelvan a la sociedad los beneficios que consiguieron tras su rescate con dinero público.