Silencio en la morgue, guerra en Ifema

Francisco Balado Fontenla
Fran Balado MADRID / LA VOZ

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Militares de la UME, en la morgue provisional instalada en la Ciudad de la Justicia
Militares de la UME, en la morgue provisional instalada en la Ciudad de la Justicia Comunidad de Madrid

Viaje al interior del Palacio de Hielo y al hospital de urgencia del recinto ferial de Madrid, dos de los símbolos de la cruda batalla que se libra en la capital

09 abr 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

El Palacio de Hielo de Majadahonda volvió a abrir sus puertas tras un mes cerradas. No es para el disfrute de los aficionados al patinaje, sino para convertirse en la tercera morgue de urgencia habilitada por la Comunidad de Madrid para aliviar los colapsados tanatorios de los hospitales y de las residencias. «La nevera», el nombre con el que popularmente se conoce a este recinto comercial y de ocio ubicado en las afueras de la capital, suma sus 440 plazas fúnebres a otras tantas de las que dispone el Palacio de Hielo de Madrid y a las 220 habilitadas en la Ciudad de la Justicia, las otras dos grandes morgues con las que cuenta Madrid y que también están al borde de la parálisis.

Como en cualquier morgue, el acceso a estos tres recintos está completamente prohibido a los familiares de los fallecidos. Luis Miguel Torres, director general de Seguridad de la Comunidad de Madrid, es una de las pocas personas que ha estado en su interior para supervisar el «encomiable trabajo» que están haciendo los miembros de la UME (Unidad Militar de Emergencias), los bomberos y algunos funcionarios del área. Confía en que la nueva morgue de Majadahonda no alcance su tope de capacidad.

«El silencio es absoluto», relata a La Voz. Tan solo puede apreciarse el ligero ruido que sale de las botas de los operarios al caminar.

«Hay familiares que no se han podido despedir como quisieran y es costumbre, lo cual añade un punto más de dificultad y eleva los niveles de estrés, por lo que nos estamos centrando mucho en que los cuerpos pasen aquí el menor tiempo posible», para lo que trabajan en contacto directo con las funerarias.

Silencio sepulcral

El Palacio de Hielo se ha convertido en uno de los símbolos de la ciudad más afectada por el coronavirus de toda España, funcionando como una devastadora foto de la situación. El contraste entre el habitual bullicio de los madrileños que acudían a este recinto a disfrutar de su tiempo libre y el silencio sepulcral de ahora resulta demoledor. A menos de dos kilómetros se encuentra el otro gran emblema de la capital madrileña, el improvisado hospital de campaña levantado en Ifema por profesionales y voluntarios, con el «músculo» aportado por el Ejército. En su interior los servicios médicos multiplican sus horas de trabajo para atender a la multitud de enfermos que reciben cada día. Denuncian una incomprensible falta de material de protección, que les ha obligado a improvisar ropa de seguridad con bolsas de basura o mascarillas con fundas de carpetas para evitar contagios que los alejen de la primera línea de batalla.

A diferencia del Palacio de Hielo, en donde reina el silencio, aquí si hay una combinación de lágrimas, por el gran número de infectados que no han podido superar el virus, y explosiones de júbilo, que llegan con las altas de los recuperados y que muchas veces transcurren al son del que se ha convertido ya en el himno oficioso en la lucha contra el COVID-19, el Resistiré del Dúo Dinámico.

En los últimos días comienzan a vislumbrar la luz al final de un largo túnel. Los datos apuntan a que se ha superado el pico, y a pesar de que fuentes del Ejecutivo autonómico admiten que el trabajo que resta por delante es enorme, y de que todavía se quedarán muchas vidas en el camino, los sanitarios han recibido un chute de energía.

De Arco a las camas

El recinto ferial de Ifema, a una parada en metro del aeropuerto, en solo unos días pasó de acoger las obras de la feria de arte contemporáneo Arco a albergar cientos de camas, rememorando escenas de un hospital de guerra que hasta ahora solo alcanzaban a evocar los más mayores. Varios políticos, entre ellos el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, han empleado el recurso bélico para referirse a la situación.

En Ifema faltan las armas más básicas, como los guantes o las mascarillas, pero parte del personal sanitario ha customizado sus improvisados uniformes pintando sus nombres con un rotulador, para que los pacientes puedan reconocerlos detrás de todo ese plástico tras el que solo se consigue intuir unos ojos que denotan largas horas de trabajo. Como en las guerras, algunos de estos soldados han preferido tatuarse con tinta un lema que les motive en el combate.