Crisis económica o algo peor

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

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16 abr 2020 . Actualizado a las 08:56 h.

El FMI aventura que la economía española se desplomará este año un 8 % y la tasa de paro alcanzará el 21 %. El alivio se producirá el año que viene: la economía recuperará la mitad de lo perdido. La economista María Cadaval advierte que esto no es una V y tiene razón. Suspenderá al alumno que lo sostenga por falta de ortografía, porque la gráfica se parece más a una be que a una uve. Pero el aciago vaticinio puede quedarse corto y tal vez -¡Dios nos proteja!- nos hallamos en la antesala de una recesión de caballo o de un impredecible cambio de modelo.

Se dice que los economistas pasan media vida haciendo pronósticos y la otra media explicando por qué no se han cumplido. Y los desaciertos del FMI como pitoniso no lo desmienten. Pero lo preocupante en este caso es que la propia institución reconoce que su profecía es la menos mala de las posibles y que, dada la máxima incertidumbre, puede ser aún peor.

La imprevisible duración de la pandemia constituye la primera incógnita. Recuperaremos la movilidad, pero la vuelta a la normalidad solo llegará cuando remita la plaga en el último rincón del planeta y el miedo, más resistente y más dañino para la economía que el virus, se esfume. Porque no hay convivencia posible entre el temor a la infección y la prosperidad económica. Lo decía días atrás un virólogo italiano, estupefacto ante el proyecto de montar aparatosas mamparas en las playas para tomar el sol sin riesgo de contagio.

Entendemos por vuelta a la normalidad el regreso al punto de partida. A los niveles de producción, consumo y empleo de hace solo unos meses. Sabemos que de las crisis se sale, porque la economía capitalista se mueve en altibajos como una montaña rusa. Pero también sabemos que todas las crisis, hasta que se aplana su curva, dejan innumerables víctimas o incluso generaciones enteras en la cuneta.

Pero hay un segundo e inquietante foco de incertidumbre en esta crisis, derivado de su extraña naturaleza. Desconocemos qué transformación se está operando a raíz de esta experiencia vital inédita, qué tipo de ciudadano y de consumidor se está forjando en el gran encierro. Mi cuñado, y pese a ello amigo, se dedica a elaborar pan artesano y plantar una pequeña huerta de tomates y lechugas. Muchos de mis colegas están descubriendo, mano derecha en el teclado y brazo izquierdo sujetando el crío, los entresijos del teletrabajo. Otro amigo, que no se perdía estreno en el cine, ha devorado en un plisplás las tres temporadas de la serie Merlí. Cada uno pasa la cuarentena como quiere o puede. Los diez jóvenes florentinos del Decamerón, a resguardo de la peste bubónica de 1348, solazándose con sus relatos eróticos. Los ancianos de cualquier residencia, aterrorizados. ¿Seremos los mismos, con los mismos hábitos y estilo de vida, el día después? ¿Volveremos a besarnos o saludaremos a la japonesa? ¿Correremos a cambiar de coche, como habíamos proyectado, y a recuperar el viaje programado? ¿Llenaremos los restaurantes, los estadios y las salas de concierto? En definitiva, ¿será normal la ansiada normalidad?