Miles de venezolanos recorren 600 kilómetros en chanclas para volver a casa

HÉCTOR ESTEPA BOGOTÁ / E. LA VOZ

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«Si pasamos hambre, mejor en nuestra casa», dicen los que retornan tras verse abandonados en Colombia

27 abr 2020 . Actualizado a las 08:47 h.

Unas veinte personas avanzan a paso lento en las carreteras montañosas de las afueras de Bogotá. Es como una extraña procesión. Arrastran sus maletas mientras miran al infinito, con los ojos tristes, pero esperanzados. Van abrigados. Hace frío. El camino transcurre a más de 2.600 metros de altitud y las temperaturas caen drásticamente cuando anochece.

Son parte de los cientos de migrantes venezolanos que han emprendido el regreso a pie a su país. Perdieron sus trabajos, todos sus ingresos, y fueron expulsados de sus casas de alquiler, debido a la cuarentena decretada hace un mes en Colombia para luchar contra el coronavirus. No tienen dinero para pagar un billete en un autobús improvisado, que puede llegar a costar unos 30 euros por persona. Caminarán más de 600 kilómetros hasta llegar a su destino.

El desempleo y la insolidaridad

«Yo trabajaba en un restaurante. Y como ahora no abren, nos echaron. Y poco después, el señor del lugar que alquilábamos para dormir, nos dijo que teníamos que seguir pagando o que nos teníamos que ir. Pero ¿cómo le vamos a pagar sin trabajo?», expone Michelle, una de las integrantes del grupo, mientras carga a un bebé, atado a su pecho.

En las caravanas de migrantes venezolanos que vuelven a pie a su país también hay niños. Algunos viajan en carros que sus padres empujan, a duras penas, por las empinadas cuestas de las carreteras andinas. Sus miradas curiosas asoman, de cuando en cuando, por el camino. Pero quienes tienen más de cinco años, por lo general, tienen que caminar.

A unos kilómetros de distancia del grupo de Michelle se moviliza el de José Pineda. Llevan tres días de ruta y viajan con menores, que andan junto a sus padres, portando lo que sus brazos pueden cargar, como un pequeño cojín. «Da más miedo quedarse donde uno está, que seguir avanzando», dice José, mientras se prepara para un nuevo día de caminata después de haber dormido bajo una gasolinera. Trabajaba en una ferretería, que cerró sus puertas, y no iba a tener dinero para pagar el próximo alquiler.

En su grupo, de unos veinte, también viajan ancianos. Mariana Cagüana, por ejemplo. Unos ojos cansados, repletos de arrugas, se adivinan tras una gran mascarilla oscura, que no retira de su cara. «Nuestra situación es terrible. Tenemos mujeres embarazadas y niños. En Bogotá nos echaron de donde estábamos porque no teníamos para pagar. Pero, si no hay trabajo por la cuarentena, con qué vamos a pagar. Le pedimos una oportunidad al casero y dijo que no, que teníamos que pagarle», señala.

«Al menos tendré una casa»

«En Venezuela es distinto. Allí por lo menos yo tengo mi casa. No pago arriendo. No pago agua, no pago luz. Tengo comida, porque mis hijos trabajan», dice.

Esa es la esperanza de muchos de quienes se han lanzado a las carreteras. En su país cuentan con casa propia, o las de sus familiares, para volver. Sus allegados también pueden ayudarles con un plato de comida.

Los pocos vehículos que pasan por los zigzagueantes caminos en tiempos de coronavirus levantan el viento a su paso, azotando a los grupos que caminan por el arcén. Entre camión y camión viaja habitualmente Orlando Beltrán, activista de la oenegé El Banquete del Bronx, que reparte comida, bebida, y mascarillas a los caminantes. «Son unas mil personas diarias en promedio las que vemos pasar cada día por aquí. Algunas vienen de Chile, Ecuador y Perú. Están en situación extrema. Necesitan ayuda humanitaria urgentemente», señala.

Una de las zonas más complicadas de la travesía es el Páramo de Berlín, a más de 3.000 metros de altitud, donde varios migrantes han perdido la vida. El más reciente, un bebé, en febrero. «Es muy peligroso, porque ellos son de clima templado y cuando llegan a ese páramo, no tienen ni mantas, ni gorros, ni guantes», advierte Beltrán.

«De aquí para allá ya es dejar que Dios nos guíe el camino», dice Elmer Rodríguez, un pintor automotriz que perdió su trabajo y también vuelve a su país caminando, con una imagen de Jesucristo sobre una bandera venezolana colgada de su mochila. La frontera entre Colombia y su país está oficialmente cerrada, pero las autoridades están facilitando la vuelta de los migrantes.

«La situación no es la mejor en Venezuela, pero uno allí sí tiene donde estar. Si pasamos hambre, pasamos hambre en la casa de uno», dice. Su grupo está repleto de jóvenes. Varios calzan apenas unas chanclas de andar por casa. Sandalias para caminar más de 600 kilómetros por las empinadas carreteras andinas.