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Quedan muchas batallas que librar en Bruselas, y en el seno del Ejecutivo, no hay nadie tan curtido como Nadia Calviño para esa guerra

31 may 2020 . Actualizado a las 09:43 h.

Hay quien dice que lo del pacto con Bildu para derogar la reforma laboral la ha dejado tocada. Incluso hay quien asegura que está a los pies de los caballos. Pero también los hay que creen que Nadia Calviño (A Coruña, 1968) tiene por delante horas de vuelo. Quedan muchas batallas que librar en Bruselas y, dentro del Gobierno de coalición, no hay nadie tan curtido como ella para esa guerra. Se diría que su presencia en el Ejecutivo es una suerte de antídoto contra la inquietud, ya no solo en Bruselas, sino también en Berlín o Fráncfort, donde el BCE tiene su cuartel general.

La avala su gran reputación en todos los foros comunitarios, labrada a pulso durante sus más de diez años en puestos destacados de la Comisión Europea. Una de los nuestross. Claro que eso no lo es todo. Sobran los bandazos y las salidas de tono de la coalición. Sobre todo ahora que hay que batirse el cobre para que esta crisis no acabe con otra montaña de deuda que añadir a la ya pesada mochila que carga España a la espalda.

Hay quien ha dicho de ella estos días que representa la cordura y la sensatez. Esas que brillan por su ausencia en otros sectores del Ejecutivo. Pero, claro, no faltan los que la acusan de rendirse a los pies del empresariado. Como si no fuera con este la recuperación del país. Y no resultara tampoco necesaria la seguridad jurídica. Nunca sobra. Y menos en momentos tan convulsos como los que nos están tocando vivir.

Licenciada en Derecho y Económicas, su ascenso a los cielos bruselenses arrancó allá por el 2006. Su mentora, Neelie Kroes, la entonces comisaria de Competencia. Tardó poco la gallega en alcanzar una dirección general, y por sus manos pasaron temas de tanta enjundia como la reforma del sector financiero y hasta los mismísimos Presupuestos de la UE.

Bien encarrilada llevaba Calviño su carrera en las esferas comunitarias cuando en el 2018 la tentó la política nacional y aceptó la oferta de Pedro Sánchez para entrar en su Ejecutivo. Mucho sorprendió a algunos con ese paso la hija del primer director general de RTVE del primer mandato de González, José María Calviño. La hacían alérgica a los focos. Más de trastienda.

Trabajadora incansable, disciplinada y extremadamente perfeccionista, a la vicepresidenta le toca ahora remangarse y pelear duro en la arena comunitaria. El objetivo: que la factura de la crisis se reparta entre todos y no sea cosa solo de unos pocos. Sobre el cuadrilátero: el plan de recuperación que este miércoles alumbró la Comisión. No ha sido fácil el parto. La criatura ha nacido con tres semanas de retraso, aunque, eso sí, con un pan debajo del brazo: 750.000 millones de euros. 500.000 millones en ayudas a fondo perdido y 250.000 más en préstamos. Lo nunca visto. Pero es que no es solo eso, porque para financiar la reconstrucción Bruselas propone al club endeudarse masivamente en los mercados financieros. Deuda conjunta (que no mutualizada). Inédito.

Si el plan del Ejecutivo comunitario sale adelante tal y como está diseñado -cosa poco probable- de ese sobre, a España le corresponderían unos 140.000 millones. Por ellos es por los que Calviño tiene que pelear. En frente, como siempre, los países del norte. Aunque, esta vez, con Alemania como aliado sorpresa del sur. No es mala baza. Pero insuficiente quizás cuando el enemigo lo tiene uno en casa. Por partida doble, en su caso. Dentro del Ejecutivo patrio, pero también en el seno del club comunitario.