La Alemania reunificada cumple 30 años sin unión efectiva y con los ultras en alza

patricia baelo BERLÍN / CORRESPONSAL

ACTUALIDAD

CHRISTIAN MANG | Reuters

Merkel califica de «vergonzoso» el intento de toma del Parlamento alemán

01 sep 2020 . Actualizado a las 09:47 h.

El sábado una multitud de negacionistas del coronavirus irrumpía a la fuerza en el Parlamento alemán en Berlín, mientras el ministro de Sanidad, Jens Spahn, recibía escupitajos e insultos durante un acto en Renania del Norte-Westfalia. Dos sucesos que demuestran hasta qué punto Alemania es un país enfermo. Pero no ya desde la pandemia de covid-19, sino desde el instante en que firmó a contrarreloj el Tratado de la Unidad hace exactamente 30 años.

Ocurría el 31 de agosto de 1990, nueve meses después de la caída del Muro, símbolo de la Guerra Fría y de la represión ejercida por el régimen de la extinta RDA. Günther Krause y Wolfgang Schäuble ratificaban un acuerdo cogido con pinzas, según el cual los Ejecutivos de Alemania del Este y el Oeste se comprometían a cumplir una serie de compromisos con tal de reunificarse. Sin embargo, ni han cumplido esos compromisos, ni el país está reunificado de facto.

Las regiones del Este, que se reincorporaron a la República Federal de Alemania el 3 de octubre, siguen siendo hoy las más pobres. Sus habitantes cobran menos por el mismo trabajo, reciben una pensión inferior y sufren más paro que sus vecinos del oeste. La locomotora europea, con su potente industria y sus exportaciones sin fin, no se ha ganado ese título de forma gratuita. Sus políticas neoliberales han provocado un creciente aumento de la pobreza y la desigualdad a partir del cambio de siglo.

El aislamiento de los llamados nuevos estados federados también es evidente en el Gabinete de ministros, con apenas tres titulares oriundos de esos länder, aunque liderado, eso sí, por la oriental Angela Merkel, desde el 2005. Los del Este, bautizados como ossis, se sienten igual de menospreciados que entonces, cuando los wessis los recibieron entre mofas por sus peculiares vehículos comunistas y sus costumbres, como la de practicar nudismo en la playa.

Si bien era una sociedad más abierta en algunos aspectos, por ejemplo en la RDA se daba por hecho que las mujeres se reincorporaban al trabajo tras tener hijos, lo era mucho menos en el ámbito socioeconómico. El temor a lo desconocido y a perder el estatus que tanto les ha costado obtener domina su día a día. Algo que quedó patente en el 2015, cuando la canciller abrió la frontera del país a miles de refugiados, que se toparon con el rechazo, especialmente de la Alemania del Este.

El miedo, arma de los ultra

Al igual que ocurrió en el 2009 con la crisis de la deuda europea y ahora con la del coronavirus, la ultraderecha ha usado los miedos de la población para sus propios fines. Ya sea de la mano de la formación de extrema derecha AfD, el movimiento Ciudadanos del Tercer Reich o los terroristas neonazis que cometen atentados contra personalidades por promover el asilo, la violencia ultra experimenta un auge en el país, que no ha cerrado del todo la herida del holocausto.

Lo peor es que ha logrado que el conjunto de la población alemana, de por sí conservadora, vire aún más a la derecha. Merkel calificó las imágenes del fin de semana de «vergonzosas», mientras que para el presidente, Frank-Walter Steinmeier, suponen un «intolerable ataque a la democracia». Pero lo más grave no es la irrupción en el Parlamento, sino que casi 40.000 ciudadanos de a pie que no comparten las ideas nazis, entre ellos comerciantes descontentos, antivacunas y conspiranoicos, salgan a la calle a manifestarse junto a banderas con esvásticas por el mero hecho de que les une un objetivo: el rechazo a las restricciones adoptadas por la pandemia en un país dividido y enfermo.