Donald Trump, el «cheerleader» que hizo de la Casa Blanca su plató

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Donald Trump, en un mitin en Mïchigan
Donald Trump, en un mitin en Mïchigan JONATHAN ERNST

El presidente exprime la indignación de una clase media vapuleada por la globalización y las élites

01 nov 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

«Podría plantarme en medio de la Quinta Avenida, pegarle un tiro a un viandante y no perdería ni un solo voto».

La frase no es una simple salida de tono de Donald Trump (Nueva York, 1946). En realidad, encierra un diagnóstico bastante certero del actual paisaje político norteamericano. Estados Unidos se ha polarizado al máximo y más que dos proyectos ideológicos, el martes 3 se enfrentan dos países.

Sea o no reelegido, esa fractura es el legado que dejará el presidente número 45 de EE.UU., un licenciado en Económicas por Pensilvania que se autodefine como cheerleader de la primera potencia mundial.

A pesar de que Europa mira por encima del hombro a América por haber sentado en la Casa Blanca a este histriónico presbiteriano, Trump no es más que la culminación de las propuestas populistas que sacuden el planeta a diestro y siniestro.

El promotor inmobiliario, que aterrizó en Washington como un outsider, exprime la indignación de una clase media vapuleada por la globalización y frustrada por la ostentación de las élites empresariales y políticas para vender desde la derecha un discurso antisistema que en el 2016 le compraron amplias capas de esa población que cree que en el Capitolio solo hay alienígenas disfrazados de burócratas.

Su amigo Roger Ailes convirtió la cadena Fox News en la voz de esa América ultraconservadora y sin complejos, encantada de dar al fin rienda suelta a sus prejuicios. Y Trump ha sabido transformar esa marea de rencor en papeletas. Bastó con que empuñase una biblia para que muchos olvidasen su hoja de servicios como mujeriego empedernido e icono de aquella Nueva York entre Sodoma y Gomorra de los ochenta.

Michael D’Antonio, autor de La verdad sobre Trump, recordaba en la CNN que en los años setenta, «cuando aún no había colocado ni el primer ladrillo de su primer edificio», ya aparecía constantemente en las televisiones y los tabloides como el multimillonario de moda al que había que seguir la pista. Narcisista compulsivo, siempre le ha preocupado más su imagen que sus actos. Trump ya era nueva política antes de la nueva política.

Por eso mismo, los tuits impiden ver los logros. Porque no todo es negativo en el balance. Hasta la irrupción del coronavirus, la economía de EE.UU. crecía de forma vertiginosa. Pacifista por aislacionista, ha sido el primer presidente desde Jimmy Carter que no ha iniciado una guerra durante su primer mandato. Y, aunque ha dimitido del rol de líder de Occidente, no le ha temblado el pulso al plantar cara a la atroz dictadura china.

Un presentador al volante

El candidato a la reelección dirige el país como si fuese una de sus empresas (de ahí su afición a despedir altos cargos). «No hago negocios por dinero. Tengo más del que nunca necesitaré. Los negocios son mi arte», escribía en The art of deal. Y su experiencia de 14 años como presentador de El aprendiz le ha permitido transformar la Casa Blanca en un enorme plató televisivo donde protagoniza junto a sus cinco hijos y su tercera esposa, Melania, un reality de audiencia universal.

El fallido impeachment, del que salió victorioso el año pasado, y su recuperación del covid-19 son los capítulos de superación de un serial que Trump quiere titular Cuatro años más.