Trump lo tiene difícil en los despachos

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado EL MUNDO ENTRE LÍNEAS

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Donald Trump, en la rueda de prensa de la noche electoral
Donald Trump, en la rueda de prensa de la noche electoral CARLOS BARRIA | Reuters

06 nov 2020 . Actualizado a las 09:47 h.

Este jueves Joe Biden tenía ya, sobre el papel, los 270 compromisarios que le harán presidente. Con su victoria en Míchigan, y las ya casi seguras de Nevada, Arizona y Wisconsin, lo que ocurra ahora en Pensilvania ya no es tan importante, Biden podría incluso permitirse el lujo de perderla. Esto es clave para lo que va a pasar ahora, porque la estrategia judicial de Donald Trump para ganar las elecciones en los despachos dependía sobre todo de ese estado. Trump tenía alguna posibilidad de que el Tribunal Supremo anulase una parte del voto por correo en Pensilvania, porque es cierto que en los últimos meses los demócratas han hecho modificaciones ad hoc a ley electoral en ese estado (se han permitido votos por correo después del día de las elecciones, sin matasellos de Correos e incluso sin comprobación de identidad). El Tribunal Supremo ordenó en su momento guardar esos votos de forma separada por si acaso. Pero, dejando aparte que no parece que haya habido tantos votos en esta categoría como para alterar el resultado, ahora Trump necesita también poner en cuestión Wisconsin o Míchigan (o los dos, e incluso Georgia, donde este jueves Biden estaba recuperando terreno). Y ahí lo único que puede pedir son recuentos, que hay que suponer que no arrojarán resultados diferentes a los oficiales. 

Es harto improbable que el Tribunal Supremo vaya a revertir el resultado electoral en hasta cuatro estados distintos y con argumentaciones diferentes. Y para explicarlo conviene aclarar un punto no siempre bien entendido sobre este órgano: es cierto que tiene una mayoría conservadora, pero ese término no significa lo mismo en el mundo judicial que en el político. Muchos de los llamados «jueces conservadores» en Estados Unidos son en realidad lo que se conoce como «originalistas», partidarios de una interpretación lo más restrictiva posible de la Constitución, frente a los jueces activistas liberales, que consideran que es lícito interpretar el texto. Dar un vuelco al resultado de unas elecciones, después de que Biden las haya ganado por millones de votos de diferencia, sería el tipo de decisión radical y desestabilizadora que un juez «originalista» querría evitar a toda costa. Naturalmente, este análisis puede revelarse erróneo, pero sería una gran sorpresa. Un buen precedente es lo que pasó en el año 2000. Entonces eran los demócratas los que protestaban el resultado, como ahora Trump, y exigían recuentos selectivos en Florida que hubiesen alterado el resultado final. La decisión del Tribunal Supremo de detener aquellos recuentos caóticos y validar los resultados oficiales cuando expiraba el plazo era la esperable desde el punto de vista de la estabilidad y la credibilidad del sistema. En todo caso, el propio Trump, al gritar «fraude» la noche de las elecciones se lo ha puesto más difícil a sus abogados, porque ahora los jueces serán más reacios todavía a asociarse a una reacción tan irresponsable.

En esta campaña de impugnación, Trump no cuenta ni siquiera con el apoyo del Partido Republicano, para que el que esta elección no ha sido tan mala. El partido mejora en la Cámara de Representantes, retiene los ocho gobernadores que se jugaban sus puestos, gana otro más en Montana y quizás conserve la mayoría en el Senado. Si, de paso, se libra de Donald Trump, esto es incluso una ventaja adicional para muchos próceres del partido a los que el magnate ha humillado. Trump todavía puede intentar movilizar a sus incondicionales, pero lo más probable es que eso le perjudique aún más a los ojos de los jueces, e incluso a los de muchos de los que le han votado. En una democracia consolidada, las elecciones tienen un efecto catártico que hace que la mayor parte de la gente prefiera olvidarse al día siguiente; y en una sociedad como la norteamericana, que rinde culto al ganador, el mal perder no tiene buena venta.