Trump no será el último líder populista estadounidense

Daron Acemoglu FOREIGN AFFAIRS

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MABEL RODRÍGUEZ

El giro autocrático de la presidencia del magnate surgió de profundas fracturas en la política y la sociedad norteamericanas, que no desaparecerán con su salida de la Casa Blanca

09 nov 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Después de cuatro años desconcertantes, Estados Unidos está al borde de un nuevo comienzo. El exvicepresidente, Joe Biden, ha derrotado al presidente, Donald Trump, en una muy disputada elección presidencial que sirvió como prueba de resistencia para los instrumentos de la democracia estadounidense.

De todos modos, esta polémica temporada electoral no debería dejar a nadie una visión optimista sobre el futuro. El giro autocrático y populista de la presidencia de Trump surgió de las profundas fracturas en la política y en la sociedad de EE.UU., y los estadounidenses deben comprender y abordar estas cuestiones si quieren evitar que fuerzas similares se apoderen una vez más de la nación. Las raíces del trumpismo no comienzan ni terminan con Trump, ni siquiera con la política estadounidense, sino que están estrechamente conectadas con las corrientes económicas y políticas que afectan a gran parte del mundo.

Un suelo fértil

Estados Unidos era suelo fértil para el desarrollo de un movimiento populista en el 2016, y lo sigue siendo. En las últimas cuatro décadas se han abierto grandes desigualdades entre los ciudadanos más formados y el resto de la población, y entre el capital y el trabajo. Como resultado, los salarios medios han estado estancados durante unos 40 años y los ingresos reales de muchos grupos, especialmente los hombres con bajos niveles de educación, han caído vertiginosamente. Los trabajadores que no poseen un título universitario, por ejemplo, ganan significativamente menos hoy que quienes ocupaban esos mismos puestos en la década de los setenta. Ninguna discusión seria sobre los males políticos que han afectado a EE.UU. puede ignorar estas tendencias económicas, que han afectado a la clase media estadounidense y contribuido a la ira y la frustración entre algunos de los votantes, que se volvieron hacia Trump.

Las causas fundamentales de estas desigualdades resultan sorprendentemente difíciles de precisar. El surgimiento de nuevas tecnologías, como las computadoras y la inteligencia artificial, ha coincidido con un período de crecimiento particularmente bajo de la productividad, y los analistas no han sabido explicar de manera convincente por qué estas tecnologías han beneficiado a los propietarios del capital en lugar de a los trabajadores. Otro culpable citado con frecuencia, el comercio con China, es claramente un factor contribuyente, pero las importaciones chinas realmente se dispararon una vez que la desigualdad ya estaba aumentando y cuando la fabricación estadounidense se encontraba ya en declive. Además, los países europeos con flujos comerciales igualmente grandes desde China no muestran el mismo grado de desigualdad que Estados Unidos. Tampoco la desregulación y la desaparición de los sindicatos en EE.UU. explica la desaparición de los trabajos de manufactura y de oficina, por ejemplo, ya que estas pérdidas son comunes en prácticamente todas las economías avanzadas.

Desigualdad económica

Independientemente de su origen, la desigualdad económica se ha convertido en una fuente de volatilidad cultural y política en EE.UU. Aquellos que no se han beneficiado del crecimiento económico se han desilusionado con el sistema político. En áreas donde las importaciones desde China y la automatización han llevado a la pérdida de empleos estadounidenses, los votantes han optado por dar la espalda a los políticos moderados y han tendido a votar a aquellos que son más extremistas.

Una buena política podría comenzar a corregir la desigualdad económica: un salario mínimo federal más alto, un sistema tributario más redistributivo y una mejor red de Seguridad Social ayudarían a crear una sociedad más justa. Sin embargo, estas medidas no son suficientes por sí solas. Estados Unidos necesita crear buenos empleos —estables y bien pagados— para los trabajadores sin un título universitario, y el país está lejos de alcanzar un consenso sobre cómo hacerlo.

Resentimiento

Junto con el resentimiento económico ha venido la desconfianza hacia todo tipo de élites. Gran parte del público estadounidense y muchos políticos expresan ahora una creciente hostilidad hacia la formulación de políticas basadas en la experiencia. La confianza en las instituciones estadounidenses, incluido el Poder Judicial, el Congreso, la Reserva Federal, y varias fuerzas del orden, se ha derrumbado. Ni Trump ni la reciente polarización del partido pueden ser los únicos culpables de este cambio antitecnocrático. El rechazo casi total de los hechos científicos y de una formulación de políticas objetiva y competente por muchos integrantes del electorado y del Partido Republicano es anterior a Trump y tiene paralelos en otros países: Brasil, Filipinas y Turquía son algunos ejemplos. Sin una comprensión más profunda de la raíz de tales sospechas, los legisladores estadounidenses pueden tener pocas esperanzas de convencer a millones de personas de que las políticas diseñadas por expertos mejorarán enormemente sus vidas y revertirán décadas de declive. Los políticos tampoco pueden esperar poner freno al descontento que impulsó el ascenso de Trump.

Los movimientos populistas prosperan gracias a la desigualdad y al resentimiento contra las élites. Sin embargo, estas condiciones por sí solas no explican por qué los votantes estadounidenses giraron en el 2016 a la derecha en lugar de a la izquierda, a medida que aumentaba la desigualdad y los más ricos se beneficiaban a expensas de la gente común. En EE.UU., el movimiento populista de derechas estaba listo para convertirse en el vehículo de las quejas de la gente y casar esas demandas con una postura anti-élite, nacionalista y, a menudo, autoritaria.

Populismo de derechas

El populismo de derechas de EE.UU. no surgió debido al trastornado carisma de Trump. Tampoco comenzó con el encaprichamiento de los medios de comunicación con sus escandalosas declaraciones, ni con la intromisión rusa, ni con las redes sociales. Más bien, el populismo de derecha resurgió como una poderosa fuerza política al menos dos décadas antes de que Trump tomara el poder del Partido Republicano, recuerda Pat Buchanan, y tiene análogos en todo el mundo, no solo en las democracias maduras que se tambalean por la pérdida de puestos de trabajo en el sector manufacturero, sino también en países que se han beneficiado económicamente de la globalización, incluidos Brasil, Hungría, la India, Filipinas, Polonia y Turquía.

Que el Partido Republicano se entregara a tal movimiento, y a Donald Trump como su abanderado, nunca fue una conclusión inevitable. Se puede argumentar que los republicanos apoyaron a Trump porque estaba dispuesto a ejecutar su agenda: recortar impuestos, luchar contra la regulación y nombrar jueces conservadores. Por desgracia, esta es solo una pequeña parte de la historia. La popularidad de Trump aumentó en base a posiciones diametralmente opuestas a la ortodoxia republicana: restringir el comercio, aumentar el gasto en infraestructuras, ayudar alas empresas manufactureras y debilitar el papel internacional del país. Se pueden señalar tasas de polarización disparadas antes de Trump o censurar el papel del dinero en la política. Sin embargo, estos factores difícilmente explican el abandono total de muchos de los principios políticos clave de un partido de 150 años. Antes del 2016, pocos habrían creído que el Partido Republicano intentaría encubrir la intromisión de un Gobierno hostil en una elección presidencial.

El desmoronamiento global del antiguo orden político

Trump y el trumpismo son fenómenos estadounidenses, pero surgieron en un contexto sin lugar a dudas global. Bajo el mandato de Boris Johnson en el Reino Unido, el Partido Conservador se está transformando de una manera similar a la del Partido Republicano, aunque más benigna. La derecha francesa se ha quedado muy por detrás de la Agrupación Nacional (el nuevo nombre de partido de extrema derecha, Frente Nacional). Y la derecha turca se ha rehecho a sí misma en la imagen de un hombre fuerte, Recep Tayyip Erdogan. Estos y otros casos muestran no solo la polarización, sino un completo desmoronamiento del antiguo orden político.

No es evidente cómo y por qué ha ocurrido este desmoronamiento. El primer lugar, para buscar una respuesta, están las principales tendencias económicas transversales de la era actual: la globalización y el auge de las tecnologías digitales y de la automatización, las cuales han inducido rápidos cambios sociales junto con ganancias no compartidas y disrupciones económicas. Como las instituciones demostraron ser incapaces o no estar dispuestas a proteger a quienes sufren estas transformaciones, también destruyeron la confianza pública en los partidos del establishment, en los expertos que buscan comprender y mejorar el mundo, y en los políticos, que parecen ser cómplices de los cambios más disruptivos, y haberse confabulado con quienes se han beneficiado sigilosamente de ellos.

Regular la globalización

Desde esta perspectiva, no es suficiente condenar el colapso del comportamiento cívico o incluso derrotar a los tóxicos populistas y a los poderosos autoritarios. Aquellos que buscan apuntalar las instituciones democráticas deben construir unas nuevas, de forma que estas puedan regular mejor la globalización y la tecnología digital, alterando su dirección y reglas para que el crecimiento económico que fomentan beneficie a más personas (y quizás sea más rápido y de mayor calidad en general). Generar confianza en las instituciones públicas y en los expertos requiere demostrar que trabajan por y para las personas.

© 2020 Foreign Affairs. Distribuido por Tribune Content. Traducción, Lorena Maya.