Los problemas de salud de Biden ponen el foco sobre el papel de Kamala Harris

Héctor Estepa NUEVA YORK/ E. LA VOZ

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Joe Biden, presidente electo de Estados Unidos
Joe Biden, presidente electo de Estados Unidos LEAH MILLIS

Sufrió dos aneurismas cerebrales en los ochenta que hicieron temer por su vida

15 nov 2020 . Actualizado a las 16:11 h.

Joe Biden será el presidente más veterano de la historia de Estados Unidos. Tendrá 78 años cuando tome posesión, el próximo 20 de enero, siendo mayor incluso que Ronald Reagan cuando dejó su puesto en la Casa Blanca. Su veteranía ha sido vendida por el Partido Demócrata como un factor de experiencia, pero en Estados Unidos existe, incluso entre los votantes de la formación azul, una importante preocupación sobre el estado físico y mental del vicepresidente en la era Obama.

Donald Trump, un político apenas tres años más joven, fue uno de los principales críticos de la salud de Biden durante la campaña electoral. El presidente se refiere de forma habitual a su rival como el «somnoliento Joe», alegando que no puede pronunciar dos frases seguidas. «Hay mucha gente que dice que le deje hablar porque pierde el hilo… se le va la cabeza, francamente», dijo el presidente en una entrevista con Fox News antes de uno de los debates electorales. Durante los últimos meses, Trump ha lanzado constantemente esa idea de un contrincante con problemas.

Si bien es evidente que Biden ha cometido errores a la hora de comunicarse en varias ocasiones, su doctor de cabecera sostiene que el demócrata se encuentra perfectamente de salud. Kevin O'Connor, que trata a Biden desde hace años, describió a su paciente, el pasado diciembre, como un «saludable y vigoroso hombre de 77 años, que está en forma para ejecutar exitosamente sus obligaciones para la presidencia, incluyendo la de gobernante en jefe, cabeza de Estado y comandante en jefe».

Responsables de la campaña de Biden hicieron público, en diciembre, un examen firmado por el galeno. La documentación detalla que el líder demócrata toma pastillas para la circulación sanguínea, así como un medicamento contra el reflujo estomacal -su ronquera en algunos actos puede ser producto del mismo- un fármaco contra el colesterol y algunos para combatir la alergia estacional que padece. El informe detalla también los dos aneurismas cerebrales que sufrió Biden a finales de los ochenta, y que requirieron de cirugía. Su vida llegó entonces a pender de un hilo muy fino. Incluso un sacerdote acudió a su habitación para darle la extremaunción, según The Washington Post. 

Sin secuelas

La cirugía que le fue practicada resultó, eso sí, exitosa, y el doctor O'Connor descarta que padezca secuelas de las operaciones, al tiempo que subraya que todo el mundo puede sufrir un aneurisma, pero los supervivientes de uno pueden tener incluso menos posibilidades de recaer.

Al político demócrata también le han extirpado la vesícula y varios melanomas no cancerígenos. Se le detectó, asimismo, arritmia, aunque ocasional, y que no requiere medicación.

La salud de Biden es motivo de Estado. El futuro presidente tiene un 79 % de posibilidades de sobrevivir a un primer mandato, y un 70 %, a un segundo, según un análisis de la federación americana de estudios de envejecimiento (Afar). 

El fantasma de la renuncia

Otros galenos han sembrado más dudas. Ronny L. Jackson, antiguo doctor de la Casa Blanca, dijo recientemente que hay evidencias de que Biden sufre de declive mental. «He visto a Joe Biden en campaña y estoy preocupado y convencido de que no tiene la capacidad mental, ni la habilidad cognitiva para servir como nuestro comandante en jefe», aseguró el médico.

Las dudas sobre el estado de salud del demócrata han dirigido los focos a Kamala Harris, quien jurará como vicepresidenta el 20 de enero. Su papel podría ser menos testimonial que el de otros vicepresidentes. Trump ha especulado en varias ocasiones con que la estrategia de los demócratas podría consistir en lograr la elección de Joe Biden para que después Kamala ocupe el puesto.

«Sus gerentes y los medios de noticias falsas están haciendo todo lo posible para que [Joe Biden] pase las elecciones. Entonces renunciará, o lo que sea, y estaremos atascados con una estrafalaria súper liberal que nadie quería», escribió el presidente en Twitter el 14 de septiembre, criticando a su rival en las urnas.

El trumpismo después de Trump

Donald Trump, este sábado a su salida de la Casa Blanca con ropa deportiva
Donald Trump, este sábado a su salida de la Casa Blanca con ropa deportiva CHRIS KLEPONIS

El presidente rediseñó la ideología del Partido Republicano con mano de hierro y populismo

Donald Trump tendrá que abandonar la Casa Blanca el próximo 20 de enero, pero el trumpismo podría haber llegado para quedarse, y perdurar incluso tras la salida del magnate. No en vano, el presidente se ha convertido en el segundo político más votado de la historia de EE.UU., solo superado por Joe Biden.

Más de 70,5 millones de personas eligieron la semana pasada la papeleta de Trump. Superó su anterior marca por unos ocho millones de sufragios, asegurando su base fiel -votantes blancos del ámbito rural- y espoleando la participación.

La aceptación de Trump entre el elector republicano es, además, altísima. Supera el 90 %, e incluso el 95 % entre quienes se denominan conservadores.

El magnate ha logrado, asimismo, movilizar y transformar las bases del partido en torno a una agenda, con su figura como hilo conductor, incluso con un culto a la personalidad, según parte de los analistas, con tal éxito que para muchos políticos conservadores la única manera de triunfar parece ser adscribirse a dichos postulados. 

Una base ideológica

Jeff Goodwin, un profesor de sociología de la Universidad de Nueva York, consultado por la cadena CNN, considera que las bases ideológicas del trumpismo son el conservadurismo social, que cristaliza en posiciones antiabortistas; el capitalismo neoliberal, en reclamo de menos impuestos y desregularización interna; el proteccionismo económico, y el nativismo, que cristaliza en políticas antiinmigración y el nacionalismo blanco, debido a que el presidente no condena de forma categórica a los grupos supremacistas.

Esas son las posiciones -algunas no necesariamente defendidas por los republicanos antes de la irrupción de Trump- que conducen ahora un partido transformado a la medida del magnate, que ha dirigido con mano de hierro la formación, en los últimos años, apartando a los críticos y promocionando a los leales.

Pocos políticos activos republicanos han criticado directamente la decisión de Trump de no reconocer como ganador a Joe Biden. Sí lo ha hecho el senador y excandidato presidencial Mitt Romney, pero no ha conseguido añadir más voces influyentes a su causa. El legislador ya fue el único congresista republicano que votó a favor del impeachment de Trump, y resultó marginado por ello.

Trump podría mantener esa influencia en el partido, incluso desde fuera de la Casa Blanca, mediante su altavoz en la red social Twitter. La popularidad del magnate entre la base de votantes probablemente provocará que los candidatos al Congreso que apoye Trump desde Internet sean los más votados en las primarias. El populista podría, de la misma manera, vetar a quien no le convenza. 

Volver a presentarse

El portal web Axios y el diario The Washington Post aseguran, incluso, que Donald Trump podría estar planteando presentarse a las elecciones del 2024, extremo que podría reducir aún más las voces disonantes en el partido republicano.

Los posibles aspirantes a la candidatura republicana más cercanos a los postulados del presidente, como su todavía segundo Mike Pence, la exembajadora en la ONU, Nikki Haley, y el senador Tom Cotton, deberían posponer sus aspiraciones, y quienes han mantenido distancias, sin criticar frontalmente a Trump, como el senador Marco Rubio, posiblemente esperarán un mejor momento. La primera prueba de fuego del trumpismo sin Trump tendrá lugar en enero, cuando republicanos y demócratas se medirán en las urnas en Georgia por dos puestos decisivos en el Senado, en dos balotajes convocados debido a que los candidatos no superaron el 50 % de los votos requeridos por las leyes estatales.

Las urnas en noviembre dieron como ganador a Biden en la presidencia, pero no hubo ola azul. Los demócratas, de hecho, perdieron asientos en la Cámara de Representantes y no consiguieron, a falta de conocer el resultado en la vuelta a las urnas en Georgia el 5 de enero, la mayoría en el Senado, como vaticinaban algunos analistas, demostrando la salud del presidente en las plazas que le son fieles. Los demócratas pueden tener la presidencia, pero no han acabado con el trumpismo.

El presidente intenta mantener la lealtad en la Casa Blanca con una purga incontrolada de trabajadores 

Un treintañero acérrimo defensor de Donald Trump es el nuevo hombre de negro en la Casa Blanca. Johnny McEntee, un antiguo quarterback de fútbol americano universitario que fue expulsado de la Casa Blanca hace dos años después de que una revisión de seguridad descubriera su adicción a los juegos de azar en línea, es el encargado de despedir a todos aquellos que se niegan a secundar la estrategia del aún presidente de negar la victoria en las urnas a Joe Biden, según explica The Washington Post.

McEntee fue readmitido de nuevo en el núcleo duro de la Casa Blanca en febrero y fue nombrado director de personal de todo el Gobierno de Estados Unidos. A pesar de que el escrutinio electoral no para de confirmar la condición de presidente electo a Joe Biden, McEntee ha estado distribuyendo notas rosadas, advirtiendo a los trabajadores federales que no cooperen con el equipo de transición de los demócratas y amenazando con despedir a las personas que, a su juicio, muestran deslealtad al buscar trabajo mientras Trump todavía se niega a reconocer la derrota, según confirmaron hasta seis funcionarios de la Administración al diario capitalino.

Muchos trabajadores de la Casa Blanca tienen dudas sobre si el comportamiento de McEntee -y de los leales a Trump- persigue objetivos políticos o simplemente se limita a castigar la teórica deslealtad con el presidente saliente. Los más críticos dicen que los despidos amenazan con desestabilizar amplias franjas de la burocracia federal en el frágil período durante el traspaso a la próxima Administración, al tiempo que algunas de las designaciones que está haciendo el jefe de personal del Gobierno podrían complicar los planes de Joe Biden una vez que se complete su proclamación.