Inés Arrimadas, la viajera hacia el centro de la nada

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Caricatura de Inés Arrimadas
Caricatura de Inés Arrimadas Edgardo

Tras un año como presidenta de Ciudadanos y la debacle en las elecciones catalanas, la líder de los liberales protagoniza un arriesgado giro en busca de un nuevo papel para un partido en vías de extinción

12 mar 2021 . Actualizado a las 10:15 h.

Ganar es fácil. Basta con sumar talento, sacrificio y esfuerzo. Pero, aunque el fracaso no tenga tanta reputación, para perder, sobre todo para perder a lo grande, también hay que trabajárselo mucho.

A este selecto club de perdedores vocacionales pertenecen los dos líderes de Ciudadanos hasta la fecha. A Albert Rivera corresponde el mérito de su épica derrota en las segundas generales del 2019. En abril tiró al desagüe la confortable mayoría absoluta de 180 diputados que sumaba con Pedro Sánchez (123 diputados del PSOE y 57 de Cs) para inmolarse en noviembre en las urnas. Con 47 escaños menos que en abril, llegó su mayor aportación a la política nacional: una dimisión rápida y limpia.

Un año de presidenta

Inés Arrimadas García (Jerez de la Frontera, 1981) tuvo que ponerse entonces al volante de un coche cuyo conductor había saltado en marcha y que se dirigía a toda velocidad hacia el abismo. El pasado 8 de marzo cumplió un año como presidenta del partido, tras imponerse al díscolo Francisco Igea en las primarias. Doce meses después, Arrimadas sigue intentando averiguar qué quiere ser de mayor —la tercera pata de las derechas o la muleta del centro izquierda— mientras apunta maneras para relevar a Rivera como el mayor estropicio de la política española desde 1978.

Licenciada en ADE y Derecho por la Universidad Pablo Olavide de Sevilla, Inés Arrimadas se declara «catalana por elección». Tras oír las historias que contaban sus padres, trabajadores en la pujante Ciudad Condal de los sesenta, se hizo del Barça, aprendió catalán y se fue de consultora a la capital catalana. Fan confesa de Adolfo Suárez, vio la luz de la política en el 2011. Fue en un mitin de Ciudadanos en el Teatro Romea de Barcelona. Intuyó en el partido del fogoso Rivera —que posaba desnudo en los carteles con las manos cruzadas sobre la entrepierna— la reencarnación de UCD. Y tal vez tenía razón, solo que ahora mismo Cs se parece más a la UCD que implosionó en 1982 que a la que llevó a Suárez a la Moncloa.

Se afilió así a una formación nutrida de intelectuales cabreados con el PSC por su poco disimulado flirteo con un nacionalismo catalán que ya empezaba a enseñar la patita separatista, y en el 2012 se convirtió en diputada en el Parlamento catalán. Aquel partido de laboratorio, donde convivían elementos neoliberales con socialdemócratas de amplio pedigrí, encontró en la lucha contra el secesionismo catalán su razón de ser. Tal vez esta haya sido la única idea sólida y duradera de su volátil argumentario.

Rivera creyó que entre Cs y Podemos podían liquidar el bipartidismo y se fue a Madrid con la ambición de ser presidente del Gobierno en el bolsillo. Así que Arrimadas asumió el mando en Cataluña. Logró 25 escaños en el 2015 y, como líder de la oposición, se enfrentó al delirio secesionista del otoño del 2017. Ese mismo año, en los comicios de diciembre, alcanzó su momento estelar: Ciudadanos fue la primera fuerza con 36 diputados.

De la cima al abismo

Pero qué mejor lugar que la cima para despeñarse: transformó esa victoria en estéril, renunció a postularse como candidata a la presidencia frente a la mayoría secesionista y, en febrero del 2019, encabezó la fuga de cuadros dirigentes catalanes a Madrid para preparar el asalto a la Moncloa esa primavera. Aquel abandono de sus votantes, a los que dejó en manos del meritorio Carrizosa, lo acabó de pagar a plazos el 14F, cuando Ciudadanos pasó de 36 a 6 escaños. Arrimadas, acostumbrada a heredar los destrozos de Rivera, ya tenía su propia debacle.

Y puede no ser la última. La moción de censura en Murcia, que hace saltar por los aires la estrategia de pactos con PP y Vox en gobiernos regionales y locales, confirma que Arrimadas quiere borrar a Cs de la foto de Colón y emprender el largo camino de regreso al centro. El problema es que en España, cuando uno llega al centro, descubre que allí no hay nada, salvo un cementerio de siglas donde reposan UCD, CDS, UPyD y sus plañideras. Y Cs, que en el fondo siempre tuvo más de club de debate juvenil que de partido sólido, ya ha encontrado en Arrimadas a su enterradora.