Francisco Dacoba: «Los yihadistas del Sahel suplen la escasa presencia del Estado»

Pablo Varela Varela
Pablo Varela OURENSE / LA VOZ

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El general ourensano Francisco Dacoba dirige el Instituto de Estudios Estratégicos
El general ourensano Francisco Dacoba dirige el Instituto de Estudios Estratégicos JV ARNELAS

El general ourensano, que dirige el Instituto de Estudios Estratégicos, explica que los periodistas David Beriain y Roberto Fraile fueron asesinados por un «grupo criminal que se vale de la cobertura religiosa para actuar»

23 may 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

A finales de abril, los reporteros David Beriain y Roberto Fraile se adentraron en una reserva natural situada al sureste de Burkina Faso, en la frontera con Benín. Trabajaban en un documental sobre la caza furtiva en la región, cuando fueron emboscados y, posteriormente, asesinados. Según los servicios secretos españoles, por un grupo yihadista que opera en la zona.

«Hay un término que utilizamos, el bandido-yihadismo, que ilustra casos en los que no se sabe a ciencia cierta si hablamos de una franquicia yihadista que tiene en el crimen organizado una de sus vías de acción o si, en realidad, son grupos criminales que se valen de la cobertura religiosa para actuar. Hay una gran simbiosis entre ellos», apunta Francisco José Dacoba Cerviño, ourensano que dirige el Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE), organismo dependiente del Ministerio de Defensa.

El Sahel, una franja territorial de unos 5.500 kilómetros en horizontal desde la costa atlántica de Senegal hasta el mar Rojo, fue —y sigue siendo— la puerta de entrada hacia el Sáhara y, en consecuencia, el norte de África. Cuando en el año 2011 cayó el régimen de Gadafi en Libia, la dispersión de combatientes y también el aumento del flujo de armas reactivó problemas latentes en la región. La inestabilidad geopolítica, que realmente nunca se había ido, se acrecentó. Y más recientemente, la llegada de la pandemia de coronavirus invisibilizó, en cierta forma, conflictos que nunca habían desaparecido.

«De alguna manera, el último año puede llevar a engaño. Con el covid-19 cambiaron las prioridades, por decirlo así, porque la gestión de la pandemia pasó a estar en un primer plano. Pero durante el 2020 y este inicio del 2021, el Sahel ha estado muy activo y se registraron atentados en países como Burkina Faso, Mali o en las inmediaciones del lago Chad», avisa Dacoba.

Es precisamente ahí, en las cercanías de la laguna, donde opera el grupo terrorista Boko Haram, que nació en el norte de Nigeria y logró echar raíces en los bordes fronterizos de países vecinos como Níger y precisamente Chad. Pero el caldo de cultivo para el auge del yihadismo va más allá de la religión. «Se da la tormenta perfecta por muchos motivos. En el Sahel, los Estados son institucionalmente débiles, con poca legitimidad y, en ocasiones, incapaces de proporcionar servicios básicos a la población. Así que, en ocasiones, los grupos yihadistas suplen esa escasa presencia estatal. Y si no hay una escuela, ellos ponen en marcha una madrasa», razona Dacoba.

A todo esto se suma un factor demográfico: la elevada natalidad de países como, por ejemplo, Níger. «Hay una bomba poblacional en la región. Pero además, el calentamiento global está influyendo en sociedades que, de base, son economías precarias y muy basadas en el sector primario», agrega Dacoba. La progresiva desecación del lago Chad, cuya superficie ha ido menguando con el paso del tiempo, no ayuda en una tierra donde los recursos hídricos son escasos y ya existía, de base, «violencia tribal entre pastores y agricultores».

En el 2007, la Unión Africana anunció la puesta en marcha de la Gran Muralla Verde del Sáhara y el Sahel, un proyecto de reforestación basado en el intento de revertir, de oeste a este, la degradación del suelo y el avance del desierto. En definitiva, para frenar la pérdida de terrenos cultivables que, como consecuencia, forzasen aún más los procesos migratorios.

Tráfico ilícito

Pero la realidad actual del Sahel habla de más problemas que la tierra y los recursos en sí, porque la porosidad de las fronteras es un aliciente para quienes viven del crimen y el contrabando. «Hay tráfico ilícito de petróleo, armas, drogas e incluso personas, lo más triste», expone Dacoba. La caza furtiva en parques naturales, precisamente lo que investigaban Beriain y Fraile, es otro de los fenómenos que lastran el desarrollo de la zona. «Y aquí nos encontramos con que llueve sobre mojado, porque con el covid-19 se está sufriendo una enorme crisis económica y estas reservas de especies sobrevivían por el flujo de turistas, que ahora está cerrado», ilustra Dacoba, general de brigada del Ejército de Tierra.