Sonsoles Ónega: «No me cuesta defender el testimonio de Rocío Carrasco, aún sabiendo que te lapidarán en redes»

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Hace tres años que Sonsoles Ónega tomó una de las decisiones más arriesgadas de su vida profesional: cambiar el Congreso por «Ya Es Mediodía». En el tercer aniversario del programa, dice que no se arrepiente: «Sentaría a García Egea en el 'Fresh'»

17 jun 2021 . Actualizado a las 16:37 h.

Madrileña de nacimiento pero gallega de corazón, Sonsoles Ónega (Madrid, 1977) celebra tres años del giro de su vida. De la investidura de Pedro Sánchez saltó al magazine de Telecinco Ya Es Mediodía, donde disfruta por igual de todas las actualidades. «He conseguido desintoxicarme de la política», asegura.

—Felicidades por los tres años de programa. ¿Te reafirmas en que el cambio ha sido una buena decisión?

—Muchas gracias. Estamos con muchas ganas de seguir y de celebrar los datos. Me reafirmo sobre todo en lo que le decía al equipo, que este era un viaje con billete de ida, y nos ha llevado a buen puerto. El programa tiene todo el sentido en una franja que hace tres años ofrecía al espectador otro formato y otros productos, y realmente hacer un programa de actualidad en esta franja, en la que las noticias surgen y hay más actualidad, tenía toda la lógica. Estoy contenta de haber dicho sí, también te confieso que no había otra opción, porque a un jefe nunca se le dice que no. Durara lo que durara iba a ser una oportunidad de aprendizaje brutal. 

—¿Piensas en esa tensión de la audiencia, en la facilidad con la que se pierde la silla en la tele?

—Lo pienso veinticuatro horas, todo el rato. Pero has dicho una cosa que es verdad, la percepción del dato, de la audiencia, me ha cambiado radicalmente. Yo venía de informativos en unos años en los que Piqueras era líder absoluto y no dependía estrictamente de ti. Tampoco me echo a la espalda la responsabilidad del cien por cien de la audiencia, ni del éxito. Esto es un trabajo de equipo. Pero sí que vives muy pegado al dato, y creo que tiene que ser así. Hacemos un producto que la gente tiene que «comprar», tenemos que seducir, que gustar, que atraer, y conseguir que al día siguiente vuelvan. Un diario es lo que tiene. Analizo las curvas, los minutos, por qué una cosa funciona y otra no, y vamos modulando los contenidos. Eso no significa que la audiencia lo determine, en absoluto. Si hay algo de lo que hay que informar, aunque resulte árido o poco atractivo, se da.

—Saliste del Congreso en un momento trepidante. ¿A qué político sentarías ahí?

—Es que no queda ninguno de los que yo conocía, salvo Pedro Sánchez, al que dejé investido presidente del Gobierno después de la moción de censura de Rajoy en el 2018. No te digo yo que no sentaría a Teodoro García Egea (PP) en el plató. Tiene talante para eso, y podría entretener bien. Alguna vez se lo he dicho, eh, te tienes que venir al Fresh, y él se ríe. Tiene sentido del humor, que encaja bien los golpes y podría funcionar en un plató.

—El «Fresh» está calentito siempre, pero ahora aún más con el tema de Rocío Carrasco. Hace poco diste tu opinión sobre ello, ¿da miedo hacerlo?

—A mí siempre me ha dado miedo opinar, no solo de lo de Rocío, sino de cualquier asunto, porque nadie atesora la verdad absoluta. Pero sí que hay temas en los que se impone tu convicción, y con lo de Rocío tengo la convicción total y absoluta de que ha puesto de manifiesto una realidad que hasta ahora formaba parte de las conversaciones solo de mujeres. Entiendo la complejidad de demostrar el maltrato psicológico, pero el hecho de que Rocío Carrasco, una mujer con peso social, con un altavoz como el que ha tenido en Telecinco, con su trayectoria, su conocimiento entre los ciudadanos, lo haya puesto de manifiesto, yo creo que ha alumbrado luz a una realidad que estaba ahí. Y como eso es convicción, no me cuesta defender su testimonio con uñas y dientes, aun a sabiendas de que te lapidarán en redes sociales quienes opinan de manera distinta. Se podrán discutir muchas otras cosas, se podrá juzgar su comportamiento, su relación con sus hijos, en la que no entro ni salgo, porque no nos corresponde. Pero lo que fue la denuncia profunda, sincera, a mi juicio, de lo que esta mujer ha padecido durante tantísimos años, está ahí, y creo que ha agitado a esta sociedad, a la clase política... Que luego se olvidará, eh, pero creo que dejará un poso. Y veremos si los tribunales son capaces de entender que esta realidad también es maltrato y es violencia.

—Es un debate tan agitado que ha dividido incluso a la propia cadena. ¿Dónde te enmarcas ahí?

—Es una seña de identidad de este programa intentar ser objetivos, en todos los asuntos y con independencia de lo que opine yo. Conmigo discrepan muchos de los colaboradores. Pero yo siempre digo que si hay algo que se parece a España es Telecinco, y si España está dividida, probablemente la cadena también. Dicho esto, nosotros hemos informado y analizado mucho cada capítulo de la docuserie, y hemos intentado sentar a la mesa voces discrepantes en algunos casos. Hemos tenido a la tía de Rocío, Rosa Benito, al único miembro de los Mohedano que estaba en un programa de Telecinco hasta que Ana Rosa fichó a Rocío Flores, y a amigas de Rocío Carrasco, y se han enfrentado. Lo hemos analizado desde un punto de vista psicológico, judicial, y no pasa nada. La convicción de uno no está reñida con escuchar opiniones distintas a las tuyas. Es más, yo creo que enriquece y es algo de lo que adolecen a veces los espacios televisivos, cuando se alinean solamente con la opinión o la línea editorial.

—El tema pone sobre la mesa la maternidad. En Twitter recoges una entrevista sobre la culpa de las madres.

—Culpa, con mayúsculas. Recuerdo haberlo tuiteado como prueba de que sigue siendo una asignatura pendiente para las mujeres, deshacernos de ella. No culpo a nadie, somos nosotras las que tenemos que sacudirnos esa culpa para poder hacer lo mismo que hace un hombre, que es compaginar una carrera profesional con la familia. No sé quién dijo esta cita, pero una mujer sin culpa es lo más parecido a un hombre. Y no es que nos queramos parecer a los hombres, en modo alguno, pero seguimos teniendo esa sensación de que cuando trabajamos, faltamos, somos malas madres, desatendemos la casa. Y soy consciente de que a veces, cuando dices esto, la gente de alrededor bosteza, porque parece que nos estamos quejando. Pero es así, muchas mujeres siguen teniendo la tentación de renunciar a su carrera profesional, y eso no le pasa a un hombre. Ellos tendrán otros sentimientos, pero la culpa por desgracia es femenina.

—Donde también reivindicas mucho es en el ámbito de la alimentación a raíz de la diabetes de tu hijo.

—Las madres que no tenemos formación alimentaria no estamos advertidas sobre ello, y me da rabia decir esto, porque vengo de una familia que comió de puchero toda la vida. La comida la hacía mi abuela en casa, y jamás se abrió un producto que viniera en una bolsa de plástico. Y de repente, por desgracia en mi caso, por una enfermedad del sistema autoinmune que tenemos asociada a los abuelos y no a los niños, descubrí que nos alimentamos mal y alimentamos a nuestros hijos regular. Hay mil motivos, entre ellos las prisas. Casi todos los problemas derivan de lo mismo: de una organización de lo de fuera que no encaja bien con la vida del ciudadano al que sirve. Al final acabas yendo al súper a comprar cualquier cosa para cenar. Y si no entiendes el ingrediente de la etiqueta, no puedes dárselo a un hijo. Al final, la receta de la abuela es la que no falla.

—Ahora que hablas de ese puchero de la abuela, de Galicia, ¿vendrás?

—Sí, sí, espero poder recalar por ahí en agosto. Además este año solo he podido ir una vez a Vigo a La Casa del Libro a firmar, en un viaje exprés. Pero sí, espero poder relajarme por allí, disfrutar de lo que es Galicia, que lo es todo. Iré con mis niños, que si les preguntas por otras opciones, te repiten tres veces seguidas que Galicia. No hay alternativa a las vacaciones. Cosa que me encanta, porque de las pocas cosas que hemos hecho bien ha sido inculcarles el amor por la tierra, por sus orígenes, por ese lugar mágico de donde vienen, aunque solo sea genealógicamente.

—Tu último libro, «Mil besos prohibidos», dice que si hubiésemos actuado de otra manera en el pasado, no seríamos lo que hoy somos. Has vivido muchos cambios a nivel profesional y personal. ¿Habrías hecho algo de otra manera?

—No me arrepiento de ninguna de mis decisiones, aunque es cierto que casi todas me han venido dadas, pero pude haber dicho que no. Las tomo más con el corazón que con la cabeza, y uno sabe hacia dónde tira. Puedes tener dudas, valorarlas, e incluso fabular con lo que podría pasar. Pero todas las decisiones me brotaron, hay algo que te late dentro.

—No es tu caso.

—Hombre, me gustaría tener diez años menos, ¡ja, ja! Pero la madurez, la serenidad y la libertad que te dan los 40 son deliciosas, y no las cambiaría por nada. Sí que te das cuenta de que el tiempo pasa, tus hijos crecen y te va quedando menos tiempo. Pero me parece ridículo decir esto con 43 años, obsceno.

—¿Te ves volviendo a la política?

—Me he conseguido desintoxicar de la política, porque reconozco que es una droga dura. Sobre todo cuando pasas tantos años diariamente entre ellos, creyendo que tienes la solución para España. Es una droga mala, y por eso a los políticos les cuesta tanto dejarlo. No a las nuevas generaciones, eh, que llegaron y se dieron cuenta de que aquello era mucho más sacrificado de lo que pregonaban en las plazas, y han tardado apenas diez años en irse. Echo de menos la conversación política, pero me he dado cuenta de que la sociedad tiene otras necesidades de conversación. Y cómo está ahora, atrincherada, fragmentada, cargada de insultos y cero edificante.

—Si se supieran la mitad de las cosas que ocurren en los pasillos del Congreso, daría para otros tres años de «Fresh».

—Si se pudiera contar todo... Y eso que ahora sé menos. Pero si el ciudadano conociera cómo realmente es la política por dentro, cómo se relacionan ellos cuando las cámaras están apagadas, cambiarían la percepción. No se llevan tan mal como parece, y alucino de lo que se dicen desde la tribuna... se ha espectacularizado todo.