Máscaras y mascarillas

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

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Toni Albir | EFE

21 jun 2021 . Actualizado a las 18:46 h.

El juego de palabras es tan tentador, que el académico Juan Luis Cebrián lo utilizó ayer: ya que viene el final de las mascarillas, bien podría el gobierno de la nación «quitarse del todo su verdadera máscara». Todos los gobiernos del mundo trabajan con alguna y, desde luego, con algún disfraz: los intransigentes que se ponen el cartel de liberales; los radicales de izquierda que se hacen llamar socialdemócratas; los extremistas de derecha que quieren pasar por conservadores; los populistas que se disfrazan de auténticos demócratas. Las caretas del actual gobierno español son por lo menos dos: la de un patriotismo exuberante detrás del que se esconde la voluntad de permanencia en el poder y la de una bondad casi beatífica dirigida por un maestro de la palabra dulzona que se llama Pedro Sánchez.

El final de la obligación absoluta de la mascarilla es un caso de fortuna, entendiendo por fortuna aquello que se trabaja de forma minuciosa. Tal como se hizo caer en el calendario, es evidente que se hicieron coincidir en el tiempo indultos y mascarillas para que estas fuesen una forma de mitigar el impacto de una decisión política, no jurídica, que no solo no encuentra suficiente apoyo popular, sino que tropieza con un rechazo generalizado y duro fuera de Cataluña. Por eso se hizo acompañar además por un ceremonial de aprovechamiento que se inició en el Círculo de Economía con las voces que apoyaron los indultos, continuó ayer con la conferencia-mitin del presidente en el Liceu, continuará mañana en la rueda de prensa del Consejo de Ministros y terminará en la exposición -no me atrevo a llamarle explicación ni debate- en un próximo pleno del Congreso.

En medio de este ceremonial se han cruzado dificultades que supongo previstas, pero no se combaten ni con la liberación de las mascarillas. Son las impuestas o aportadas por los independentistas: la previsible petición de que Sánchez acuda al Parlamento catalán; lo que dijo Junqueras del triunfo del separatismo y las debilidades del Estado; el comienzo de un asedio a la Justicia española iniciado ayer en la Asamblea del Consejo de Europa, y la propaganda de los partidos secesionistas que no coinciden en nada, salvo en decir que los indultos solo resuelven situaciones personales y la solución está en la amnistía y la autodeterminación.

Es decir, que la aprobación de los nueve indultos en el Consejo de Ministros de este martes es un acto de suprema generosidad del gobierno sin nada a cambio; sin siquiera un mínimo arrepentimiento que, según Ábalos, nadie les ha pedido, porque esto «no es un acto de contrición». Como máximo, es una meta volante hacia un horizonte tan incierto como siempre, porque la mítica mesa de diálogo reiteradamente anunciada es lo más incierto del mundo. Mi única (y pobre) defensa de los indultos es decir que no concederlos habría sido peor.