Muere Donald Rumsfeld, el maquiavélico estratega de la guerra de Irak

Lucía Leal WASHINGTON / EFE

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Donald Rumsfeld, secretario de Defensa de Estados Unidos con George W. Bush
Donald Rumsfeld, secretario de Defensa de Estados Unidos con George W. Bush Larry Downing | REUTERS

Criticado por su belicismo, ha sido el único que ha sido dos veces jefe del Pentágono, la primera con Gerald Ford y la segunda con George W. Bush

01 jul 2021 . Actualizado a las 12:59 h.

De héroe en los atentados del 11S a villano criticado en todo el mundo por la guerra de Irak y las torturas a sospechosos de terrorismo: Donald Rumsfeld, fallecido a los 88 años, fue una de las figuras más poderosas y controvertidas de la historia de EE.UU., y nunca huyó de la polémica.

Rumsfeld falleció el martes en Taos (Nuevo México) rodeado de su familia, debido a un mieloma múltiple, informaron la noche del miércoles sus allegados.

Por la mesa del exsecretario de Defensa pasaron las tres decisiones militares más trascendentales de Estados Unidos en el siglo XXI: la guerra de Afganistán, la invasión de Irak y la decisión de encarcelar a cientos de sospechosos de terrorismo en la base naval de Guantánamo (Cuba).

El fiasco de la guerra de Irak, cuya justificación -las presuntas armas de destrucción masiva- resultó ser falsa, deterioró rápidamente la imagen de estratega brillante de Rumsfeld.

En documentales, películas y libros, Rumsfeld quedó inmortalizado como parte de un dúo maquiavélico, junto al exvicepresidente Dick Cheney (2001-2009), que engatusó al entonces presidente George W. Bush para que lanzara una «guerra contra el terrorismo» abstracta, con múltiples escenarios y que aún está por cerrar.

Los aliados de Rumsfeld aseguraban que la historia era más compleja, y el propio Bush negó en un libro en el 2017 que sus subordinados le manipularan, al afirmar que no tomaron «ni una jodida decisión» que correspondiera al presidente.

En cualquier caso, Rummy -como le conocían sus amigos- siempre justificó las decisiones que tomó cuando dirigía el Pentágono entre el 2001 y el 2006; y años después de dimitir, seguía defendiendo la invasión de Irak a pesar de las 4.400 vidas estadounidenses perdidas.

«Liberar a la región del régimen brutal de Sadam (Huseín) ha creado un mundo más estable y seguro», escribió Rumsfeld en 2011 en sus memorias, Known and Unknown (Conocido y desconocido).

El título de ese libro hacía referencia a su célebre diatriba del 2002, la que emitió cuando le preguntaron por su denuncia sin pruebas de que Irak tenía armas de destrucción masiva y las había entregado a los terroristas.

«Están las cosas que sabemos que sabemos. También sabemos que hay algunas cosas que no sabemos. Pero también están las cosas desconocidas que no sabemos, aquellas que no sabemos que no sabemos», zanjó.

Dos veces jefe del Pentágono

Sarcástico y astuto, Rumsfeld fue el único estadounidense que ha ocupado dos veces el cargo de secretario de Defensa: la primera fue entre 1975 y 1977, bajo el mandato del republicano Gerald Ford (1974-1977), con Estados Unidos inmerso en plena Guerra Fría.

En esa ocasión, Rumsfeld marcó un récord como el jefe del Pentágono más joven hasta entonces, a sus 43 años; y volvió a batir otro en 2006, cuando abandonó el cargo como el secretario de Defensa más anciano de la historia de Estados Unidos.

En esa segunda etapa, se propuso rediseñar el papel de Estados Unidos en el mundo y se convirtió en el secretario de Defensa más poderoso desde Robert McNamara (1961-1968), que supervisó uno de los períodos más convulsos de la guerra de Vietnam.

Las críticas a su gestión de la guerra de Irak acabaron por forzar su dimisión en el 2006, pero Rumsfeld ya había ofrecido al presidente su renuncia dos veces en el 2004, cuando se reveló que tropas estadounidenses habían abusado de los presos iraquíes en la cárcel de Abu Ghraib.

Las torturas de Guantánamo

En el 2006, Rumsfeld aseguró que su peor día en el Pentágono fue cuando se enteró de lo ocurrido en Abu Ghraib, pero nunca expresó un arrepentimiento similar sobre lo que sucedía a la vez en Guantánamo.

Un documento desclasificado en el 2004 por el Departamento de Defensa muestra que, en el 2002, aprobó personalmente una recomendación sobre el tipo de «técnicas» que debían usarse contra los prisioneros en Guantánamo.

Al pie de página de ese documento, Rumsfeld escribió a mano una pregunta sobre una de las estrategias de tortura: «Yo estoy de pie entre 8 y 10 horas al día. ¿Por qué estamos limitando a cuatro horas el tiempo que tienen que estar de pie?».

Héroe del 11S

Consciente de los puntos oscuros de su carrera, el expresidente Bush quiso recordar uno de los más loables en el comunicado con el que reaccionó a la muerte de Rumsfeld, a quien describió como «un servidor público ejemplar».

«La mañana del 11 de septiembre del 2001, Donald Rumsfeld corrió hacia el fuego en el Pentágono para asistir a los heridos y asegurar la seguridad de los supervivientes», relató Bush.

El entonces secretario de Defensa ignoró las advertencias de sus subordinados e incluso tomó en sus manos una pieza del avión que acababa de estrellarse contra el Pentágono, y dijo: «Esto es de American Airlines», contó una de sus guardaespaldas, Aubrey Davis, en un libro en el 2019.

Poco después, Rumsfeld y Bush iniciarían la guerra de Afganistán, la más larga de la historia del país, a la que el actual presidente Joe Biden quiere poner fin en septiembre.

Entre lo público y lo privado

Casado, con tres hijos y siete nietos, Rumsfeld nació en una familia acomodada en Evanston (Illinois) en 1932, y su primer trabajo fue como aviador de la Marina, pero pronto se dejó seducir por la política y fue elegido congresista en 1962.

Tras pasar por la Administración de Richard Nixon, con quien fue embajador ante la OTAN; se convirtió en jefe de gabinete de Ford, que luego le elevó al Pentágono.

En sus décadas fuera del Gobierno dirigió varias empresas, como las farmacéuticas Searle (1977-85) y Gilead (1997-2001) y la de comunicaciones General Instrument Corporation (1990-93), y mantuvo lazos con contratistas de defensa.

Rumsfeld llegó a coquetear con una carrera presidencial en 1988, pero no llegó a presentarse, consciente de que podía ejercer su poder sin llegar al despacho oval.