Diez años del atentado del ultraderechista Breivik en la isla de Utøya

La Voz REDACCIÓN

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Lisa Marie Husby, superviviente de la masacre de Utøya
Lisa Marie Husby, superviviente de la masacre de Utøya Richard Maxwell Penny | Efe

«Veía mi vida pasar sin sentirme involucrada. Existía pero no vivía. Nada me interesaba ni me importaba», relata una superviviente

21 jul 2021 . Actualizado a las 18:50 h.

Noruega conmemora este jueves el décimo aniversario de la mayor tragedia de su historia reciente: el doble atentado en Oslo y la isla de Utøya cometido por el ultraderechista Anders Behring Breivik, con 77 muertos.

«Falta gente, es lo más doloroso. Muchos deberían estar aquí y no están. Es horrible», dice a Efe Lisa Marie Husby, de 29 años y superviviente de Utøya, que extraña una confrontación real con las raíces políticas.

Breivik colocó una furgoneta-bomba en el complejo gubernamental de Oslo. Disfrazado de policía, condujo 40 kilómetros, tomó el transbordador a Utøya, escenario del campamento anual de las Juventudes Laboristas (AUF). Y recorrió la isla durante 77 minutos, ejecutando a quienes consideraba defensores del multiculturalismo y una amenaza para Noruega.

«Dos meses después hubo elecciones, pero no se trató el tema. Muchos dijeron que no se podía, que había sido un ataque a toda Noruega, no solo al Partido Laborista. Hubo duelo nacional. Cuando quisimos hablar del extremismo decían que buscábamos réditos políticos, sacar la carta de Utøya», explica.

Husby recuerda cómo hace más de un año, visitando una escuela, descubrió que varios niños no habían oído hablar de Utøya. Pensó en hacer una gira por centros educativos. Fueron una veintena, en Trøndelag, su región natal.

En las charlas relata cómo su madre le avisó por teléfono de que podían ser el próximo objetivo; cómo empezó a escuchar ruidos que parecían fuegos artificiales y vio a gente corriendo.

«Perdí el control. Corrimos al bosque y entramos en una cabaña. Sabía que estaban disparando, pero solo podía pensar en dónde había dejado el bolso. Quería ir a buscarlo. Me dijeron que si me iba, cerrarían con llave y tendría que buscar otro refugio. Justo llegó una chica contando que le habían disparado y cerramos», recuerda.

Permanecieron tres horas. Y escucharon pasar a Breivik, que hizo varios disparos antes de desistir. Fueron rescatados por la policía, que les pidió salir con las manos en alto, mirando al suelo para no ver ni heridos ni cadáveres.

«Existía pero no vivía»

Días después vinieron los funerales de amistades —incluida su mejor amiga— la visita al psicólogo, el diagnóstico de trastorno de estrés postraumático (TEPT), las pesadillas, las imágenes retrospectivas que la asaltaban por el día y el cansancio: «Veía mi vida pasar sin sentirme involucrada. Existía pero no vivía. Nada me interesaba ni me importaba».

Dos años más tarde se dio de baja, dejó la política y visitó un centro especial. Después de un año empezó a sentirse mejor, a hablar de sus problemas.

Según un estudio del Centro Nacional para la Violencia y Estrés Postraumático, uno de cada tres supervivientes de Utøya tiene TEPT y cefaleas crónicas; la mitad, ansiedad, depresión y problemas para dormir. Y un tercio no ha recibido ayuda suficiente.

Un tercio de los supervivientes ha sido objeto de expresiones de odio o amenazas. «Conozco a muchos que viven con dirección secreta», afirma Husby, que ha recibido mensajes de conspiranoicos.

La dimensión política

«Pronto se aceptó que se podía criticar a quienes se salvaron y que los muertos casi lo merecían por ser tan radicales y atacar la política de inmigración. Algunos hasta decían entender a Breivik porque había que defender el país», lamenta.

Señala también a políticos que han sido duros con el Partido Laborista y las AUF. En el 2018, Listhaug acusó a los laboristas de dar más importancia a los derechos de los terroristas que a la seguridad nacional por no apoyar una propuesta para quitarle la nacionalidad a yihadistas.

«Ha sido difícil hablar de la dimensión política porque la amenaza salió de Noruega, no del exterior. [...] No conseguimos preguntarnos cómo se pudo radicalizar durante diez años y nadie lo paró», apunta.

El regreso a Utøya, diez años después, hace aflorar una realidad difícil de asumir todavía: «Muchos se han casado, tenido hijos; otros tendrán siempre 16 o 17 años y nunca podrán realizar sus vidas»