Lo nunca visto del Coliseo de Roma

Valentina Saini ROMA

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GONZALO BARRAL

Abren al turismo los hipogeos ocultos bajo el suelo del anfiteatro, tras una restauración financiada por la firma de lujo Tod's

23 ago 2021 . Actualizado a las 10:39 h.

El Coliseo tiene casi dos mil años. Ramón Gómez de la Serna lo describió una vez como «una taza rota del desayuno de los siglos», pero en Roma muchos prefieren compararlo con un imán que atrae a personas de todas las edades y culturas, a curiosos de todo el mundo, incluso de los países más lejanos, como Chile o Mongolia.

Efectivamente, la gente parece volverse loca por el Coliseo. El 9 de agosto los carabinieri denunciaron a una turista canadiense por grabar al anfiteatro con un dron (lo cual está prohibido) y confiscaron el aparato. En el 2020, un turista irlandés fue sorprendido marcando sus iniciales en un pilar del monumento.

A pesar del calor del verano romano, más de 14.000 turistas hicieron cola durante el primer fin de semana de agosto para acceder al anfiteatro que el poeta alemán Goethe consideró «tan grande que la mente no puede comprenderlo en sí mismo».

La verdad es que el Coliseo es un mito mundial. Y lo será aún más ahora que los turistas pueden visitar, previa reserva, sus entrañas: los hipogeos, un vasto laberinto de pasillos y cavernas. En la época de emperadores como Trajano (quien nació cerca de la actual Sevilla), los hipogeos eran el backstage de los espectáculos del anfiteatro: las luchas de gladiadores y las venationes, en las que leones, rinocerontes, toros, osos y lobos se enfrentaban entre sí, o contra hombres (y mujeres).

Hasta hace unos días, solo un reducido número de académicos e investigares podía acceder a los subterráneos, pero gracias a más de 55.000 horas de restauración financiadas por Tod's (empresa italiana de zapatos de lujo) cualquiera puede visitarlos y conocer mejor los cuatrocientos años de historia del Coliseo, desde su inauguración en el 80 d.C. hasta su última representación en el año 523, cuando el Imperio romano de Occidente ya había caído y en España gobernaba el rey visigodo Amalarico.

«Acceder a los hipogeos es como visitar un teatro y tener la oportunidad de ir entre bastidores y descubrir todos los trucos y maquinarias que normalmente el público no ve», explica Silvia Orlandi, profesora asociada de epigrafía latina en la Universidad La Sapienza de Roma. «Es sorprendente ver todo el trabajo que había detrás de la organización de los espectáculos en el Coliseo, incluso desde el punto de vista técnico: ascensores, montacargas para transportar las bestias a la arena, escenografías».

En una época sin cine ni televisión, el Coliseo ofrecía un entretenimiento espectacular a los habitantes de Roma, en aquella época la ciudad más grande de Europa. Había que ofrecer panem et circenses, pan y circo, al pueblo para mantenerlo contento. «La jornada típica en el Coliseo comenzaba con los espectáculos de caza por la mañana, durante la comida se celebraban las ejecuciones de los condenados, y la tarde terminaba con las luchas de los gladiadores», dice Orlandi.

Pasarela de 160 metros

Mantener los hipogeos en condiciones de sostener el peso de la arena donde se desarrollaban los espectáculos requería intervenciones constantes, así que alrededor del año 525 se decidió enterrarlos, para ahorrar. Esto marcó el fin definitivo del Coliseo como lugar de espectáculo y entretenimiento, y el comienzo de su uso como almacén, como lugar de talleres artesanales, incluso como fortaleza y refugio de los ataques. Así los conoció Orlandi, en «estado salvaje», antes de que la restauración los hiciera accesibles a los turistas, que ahora pueden visitarlos gracias a una pasarela de 160 metros que parte de la Porta Libitinaria y termina en el Trionfale, con seis etapas descritas por una app.

«En los hipogeos ya no se ve nada de la Roma moderna, la ciudad desaparece —dice Orlandi—. Allí se tiene realmente la sensación de viajar en el tiempo. Incluso el ruido del tráfico está amortiguado». Gracias a la restauración y a la tecnología, hoy el Coliseo es aún más fascinante y mítico.