El presidente imparable

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

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Jesús Hellín | Europa Press

02 sep 2021 . Actualizado a las 08:19 h.

Definición del Gobierno Sánchez en boca de Pedro Sánchez: «Un gobierno de acción, resuelto, que va a hacer avanzar a España». No es una gran frase, ni suscita grandes entusiasmos, pero cubre el expediente. Se trataba de decir al auditorio -tropa distinguida, mucha corbata, Ibex al completo, agentes sociales y otras personas de buen vivir- que estamos bien gobernados y todavía lo estaremos mejor. En Casa América, donde un día se prometió el fulminante final de los aforamientos, compareció el presidente del Ejecutivo a decir con otras palabras que España va bien. Tampoco le quitemos trascendencia al mensaje: España va muy bien; estamos mucho mejor que hace un año; nos recuperamos de la postración con rapidez y eficacia; la letalidad del covid es bajísima; la respuesta de los jóvenes es emocionante; el PIB pasó del hundimiento de hace un año al crecimiento de un 20 % en este ejercicio; los aplausos vuelven a los teatros, a los conciertos y a los estadios y, naturalmente, el Estado de bienestar es más fuerte.

¿Os creéis que todo esto es fruto de la casualidad? No, ciudadanos y ciudadanas. Todo esto es fruto de la trabajada unidad política, aunque los perversos observadores solo veamos que el presidente y el líder de la oposición llevan meses sin hablarse y cuando se hablan es solo para insultarse; aunque sobrevaloremos la cordial convivencia de socialistas y podemitas en el Consejo de Ministros, y aunque la lealtad y generosidad de ambos grupos haga que los proyectos de ley tarden trimestres en lograr un texto de común acuerdo o den el espectáculo de jugar a ser al mismo tiempo poder y oposición. Y es fruto, además, del diálogo social, que produjo once acuerdos, que nunca hubo en España unos dirigentes políticos y sociales más pactistas.

Ese es el balance que don Pedro Sánchez hace de sus 603 sacrificados días de gobernación. Es, por tanto, un hombre feliz. ¿Quién se atreve a decir que con ese estado de felicidad piensa disolver las Cortes y adelantar las elecciones? Abandonad toda esperanza. Según la mentalidad expuesta ayer en Casa América, su tarea no hizo más que empezar y «no vamos a parar», porque tiene una agenda reformista inagotable, incluida la reforma laboral y el salario mínimo. Es tan profunda esa agenda que solo le falta la marchita apostilla de Alfonso Guerra: al país que está construyendo no lo reconocerá «ni la madre que lo parió». Y fijaos en el ritmo: en lo que queda de año, 146 leyes y decretos, casi 10 por cada Consejo de Ministros.

Ante tal explosión de optimismo y vitalidad presidencial, queda asegurado el agotamiento de la legislatura con tiempo suficiente para repartir los fondos europeos y corregir las encuestas que encumbran a la derecha. Y, naturalmente, estoy seguro de que está próxima la solución de todos los problemas que nos aquejan, empezando por el precio de la luz.