La favorita se rebela

Ernesto Sánchez Pombo
Ernesto S. Pombo EL REINO DE LA LLUVIA

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XOAN A. SOLER

15 sep 2021 . Actualizado a las 08:47 h.

Ha sido tanto tiempo poniéndola de ejemplo de lo que hay que hacer y lo que España necesita que, al final, acabó por creérselo y se decidió a dar el primer paso. El primero porque el objetivo de Isabel Díaz Ayuso no es la presidencia del PP de Madrid. El objetivo es llegar a la Moncloa. Media España lo intuyó hace tiempo y la otra media lo vaticinó abiertamente. El único que no se lo creyó, pese a las reiteradas advertencias de su entorno, fue Pablo Casado.

Liderar el partido madrileño resulta de vital importancia para el asalto al poder. Madrid es decisivo para decidir el presidente nacional, controlar la formación, repartir cargos y sueldos y hacer las listas electorales. Y hace tiempo que Ayuso, a cuya ambición no es preciso referirse, se ha dado cuenta de la bicoca que esto supone.

La presidenta estuvo trabajando su propio perfil de lideresa con la ayuda inestimable de Casado. En la gestión de la pandemia, en la vacunación, en la fiscalidad, en las ayudas europeas, en su ofensiva contra Pedro Sánchez, en todo, Casado apoyó a la madrileña aún a costa de contradecir a sus líderes territoriales.

Y ahora parece haber llegado el momento de comenzar el camino porque «cuento con el apoyo necesario» y «hay que devolver la normalidad al partido», según dijo. Y Pablo Casado ve cómo su liderazgo se tambalea porque su protegida, a la que nada negó, considerada su delfín, aúna los apoyos de los sectores más duros del partido. Como Aguirre o Álvarez de Toledo, que poco tardaron en lanzarse al ruedo.

Casado no las tiene todas consigo. Díaz Ayuso es una lideresa en alza que actúa sin ataduras. Que ejerce su liderazgo sin complejos y con buenos resultados electorales. Casado es todo lo contrario. Con un liderazgo discutido y un balance electoral paupérrimo. Por mucho que las encuestas le digan que va a ser lo que nunca llegará a ser. Porque su delfín, al que promovió, apoyó, protegió y favoreció, ha dicho basta. Y es que los delfines, en ocasiones, pueden llegar a ser más letales y peligrosos que los mismísimos tiburones.