Beatriz, Chandra y Laia, hijas adoptadas: «Hemos querido encontrar a nuestras familias biológicas»

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Las tres decidieron buscar sus orígenes para dar respuesta a la pregunta de sus vidas. «Yo he sentido y sabido desde siempre que soy adoptada, pero tuve la certeza genética a los 13 años, cuando en Biología estudiamos los grupos sanguíneos», dice una de ellas

18 oct 2021 . Actualizado a las 11:32 h.

«Cuando la vi no te puedo decir lo que sentí. Sí, cuando hablé con ella antes por teléfono. Parí tres veces, y la sobredosis de emoción fue la misma que cuando hablé con esa mujer por primera vez. Se me salía el alma», relata Beatriz Benéitez. Es abogada y mediadora familiar especializada en infancia, familias de acogida y adoptivas. También en la búsqueda de orígenes. La suya empezó cuando superó la barrera de los 30, tras la muerte de su abuela. Le invadió un dolor desgarrador, excesivo, que la llevó a terapia. Su psicóloga dio en la clave: la pérdida de su abuela la había conectado con la de su propio nacimiento. Beatriz, de madre coruñesa, creció en Bilbao. Asegura que el hecho de ser blanca, como sus padres, no le confundió: «Yo he sentido y sabido desde siempre que soy adoptada, pero tuve la certeza genética a los 13 años, cuando en Biología estudiamos los grupos sanguíneos. Yo me callé, hasta que un día dije: ‘No os preocupéis, que yo ya lo sé'». No es un sexto sentido, indica la letrada, sino el sentido común.

«Se nota en la diferencia, incluso en el ámbito social. Yo tengo 50 años, y por aquel entonces en Bilbao, en la familia que menos hijos había, tenía tres. Lo raro era ser hija única, por eso siempre digo que a mí me pesa eso, y no ser adoptada. Me parezco en los rasgos a mi padre, pero es que mis padres también eran como diez años mayores que los de los demás», relata.

La muerte de su abuela no fue lo único que la removió. «Con mi primer hijo, la pregunta del pediatra sobre los antecedentes familiares no me molestó; pero el segundo empezó a requerir atención especial, y con el tercero ya sí que me dolió. Pensé: ‘Es la tercera vez que no tengo respuesta'», asegura Beatriz, que mantiene que el ser humano necesita obtenerlas. «De forma consciente o inconsciente, todos nos preguntamos ‘¿de dónde vengo y a quién me parezco?, ¿de dónde soy y por qué?'. Muchos tienen la respuesta en casa, vivita y coleando, y pueden recibirla ya antes de preguntar. Ves a quién te pareces, o nos lo dicen con fotos y vídeos. Pero nosotros tenemos que salir a buscar esas respuestas a un expediente, a un juzgado, a un hospital, a un orfanato, a una entidad de protección de menores. Ese rastreo puede ser muy largo y agotador. Pero siempre hay información, incluso cuando no hay ninguna», argumenta. 

Plantearlo en casa

Ella, que atiende a personas que desean encontrarla, sabe que hay quien se queda conforme con un nombre y un apellido. Otras, necesitan llegar a alguien. «La necesidad de aliviar ese dolor de no saber, hace que quieras buscar», dice Beatriz, que no obstante asegura que esa búsqueda no tiene por qué centrarse en los padres biológicos: «Los orígenes no solo son los genes. Consisten también en encontrar información parcial y necesaria, un lugar, o alguien que sepa algo de nuestra historia». Plantearlo en casa no siempre es fácil. «Muchos padres dicen: ‘¿Y si lo que encuentras no te gusta?'. Pues podré decidirlo cuando lo haga, pero si no lo sé, no. La incertidumbre duele. Cuánto sufrimos cuando esperamos el resultado de un examen, de una prueba médica... Y es a futuro. Pues imagínate a pasado, el preguntarte ‘¿qué ha pasado?, ¿de dónde vengo?'. No es lo mismo que nos falte un dedo que la mano entera», sostiene la mediadora, que tras hacer tomar conciencia a sus padres de su necesidad, recibió su apoyo.

Meses después de aquella llamada a su madre biológica, llegó el día del encuentro. No hubo rencor, pero tampoco amor. «Yo no he sentido rencor, de hecho le doy gracias a mi madre biológica por la oportunidad, y gracias a mis padres por la vida. Yo tengo una madre y un padre; y también una madre de nacimiento, y un progenitor que no sabe que existo. Yo existo porque unos señores procrearon y otros señores criaron. Pero amor tampoco, porque no se puede querer lo que no se conoce. Aunque si lo hubiera, tampoco le veo el problema, porque lo único gratis e infinito que hay en este mundo es el amor. ¿O si tienes tres nietos quieres más a uno que a otros?», pregunta. Hoy mantiene con ella una relación de felicitaciones de cumpleaños y Navidad, «como con una amiga». La búsqueda de la propia procedencia, indica, es un derecho fundamental del que unos quieren hacer uso y otros no. Sin embargo, diferencia claramente: «Una cosa es buscar de dónde has salido y otra de dónde eres. Yo salí de una familia y soy de otra».

Laia Muñoz, que posa en la foto durante un receso del congreso anual de Manaia en Pontevedra, tiene 37 años y nació en Barcelona, donde fue adoptada a los 15 días de nacer. Su madre biológica es de Guinea Ecuatorial, por lo que la cuestión racial le rondaba en la cabeza: «A mí mi madre intentaba contarme la historia: ‘Hay una madre de vientre y otra que te cría', me decía, pero no se atrevía a contarme que era adoptada. Hasta que con siete años más o menos, fuimos todos a una sesión con la psicóloga, y me preguntó. Entonces, yo les dije a mis hermanos mayores: ‘¿Por qué vosotros tenéis ese color y yo este?'. Yo sabía que no era como mis padres, pero me criaron como blanca, y yo creía que era blanca. Hasta que después conocí a mi madre biológica y tuve amigas negras que me ayudaron a aceptar esa diferencia».

Cuenta que fue una niña que no hacía preguntas, que lo llevó muy en silencio y creció sin verbalizar lo que sentía. Al mismo tiempo, era muy activa. Tanto que se mantenía ocupada, «como si esto no existiera», dice. Hasta que a los 30 empezó a tener problemas de ansiedad, y la psicóloga empezó a rascar. «En casa no se hablaba de adopción, sentía que era algo tabú. Lo que más nos cuesta es superar el conflicto de lealtad. No te atreves a decir que quieres buscar a tus padres biológicos porque piensas: ‘¿Qué pensarán mis padres, que soy una desagradecida?'. Pero me dieron su apoyo incondicional, e incluso me acompañaron a conocer a mi madre biológica», sostiene. Eso sucedió a los 31, «muy rápido, a través de un mediador de la Generalitat fui a buscar mi escritura de adopción al Colegio de Notarios. Después, encontré a mi madre biológica y a dos hermanos en Internet», narra.

Tras nueve meses trabajando las expectativas, llegó el encuentro. «Fue frío, porque al fin y al cabo era una persona a la que no conocía y no me resultaba familiar; no hay sentimiento de hija-madre. Con mis hermanos biológicos sí fue más bonito, porque los vi con una edad y un estilo de vida más similares». Años después, logró encontrar a su padre biológico. Y todavía se sorprende de haber dado este paso: «Yo veía encuentros a veces por la tele y me parecía que no había necesidad, que yo no lo necesitaba. Pero es un proceso que hay que hacer siempre acompañado». 

Visita a su orfanato

Chandra Clemente es el ejemplo de que los orígenes no se reducen a una madre o a un padre biológico. Esta doctora en Antropología nació en Nepal hace 29 años y llegó a la ciudad condal con cinco, después de que sus padres biológicos falleciesen por enfermedad. «A mí no me hizo falta la típica charla de ‘te tenemos que contar una cosa'», indica.

Tenía recuerdos, y un hermano pequeño que se fue con ella al mismo orfanato en el que permanecieron ocho meses, antes de ser adoptado por otra familia de Girona. La casualidad, el destino, o ambos, quisieron que los padres adoptivos de los dos se conocieran ya desde antes del proceso de adopción. Por los apellidos y el parecido físico, pronto supieron que los niños eran hermanos biológicos y, aprovechando la cercanía, quedaban para que pudiesen crecer viéndose. Sin embargo, ya de adultos quisieron dar un paso más y buscar en Nepal a sus hermanos biológicos mayores.

«Yo aproveché mi viaje allí para mi trabajo de campo de la tesis doctoral. Fue fácil, porque me acordaba del nombre de mi pueblo y figuraba en los datos de mi adopción. En el 2016 fui y me encontré con mucha familia y amigos de mis padres biológicos, y fui a nuestro orfanato. La primera vez fue horrible, un bajón. Sobre todo, teníamos recuerdos de un trabajador que aún seguía allí, y fue muy emocionante y muy emotivo. Luego fui más veces para estar con los niños, y superbién», cuenta Chandra, que finalmente consiguió ver en el 2018 a su hermano biológico mayor con el apoyo de sus padres, -«siempre me han dado su punto de vista, pero me han arropado en esto y son mi fan número uno», comenta-. «Cuando le explicamos lo que hacemos aquí, nuestro hermano se quedó muy tranquilo y aliviado, con esa sensación de ‘por lo menos ha servido de algo el habernos separado', relata Chandra. Él tenía unos 12 o 13 años cuando fallecieron sus padres, y se buscó la vida en Nepal, ya que la mayor de los cuatro hermanos biológicos ya no vivía en casa cuando ocurrió todo. Aún así, se enteró del viaje de ambos a Nepal y contactó para que sepan que también les quiere ver. Se reúnan o no, Chandra, como Laia y Beatriz, ya puede decir que encontró sus orígenes.