China y su búsqueda de aliados

Patricia M. Kim FOREIGN AFFAIRS

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María Pedreda

El control interno, el Tíbet o Taiwán harían cambiar la estrategia de Pekín

21 nov 2021 . Actualizado a las 09:11 h.

Mientras que para Estados Unidos formar alianzas ha sido un pilar fundamental —y una ventaja— en la política de relaciones exteriores en general, China se ha alejado de las alianzas formales, basándose en una visión supuestamente distinta de las relaciones internacionales y en un deseo pragmático de evitar los riesgos de conflicto. Pero hay indicios de que la resistencia de Pekín a formar lazos internacionales está comenzando a erosionarse. En años más recientes, China ha mejorado sus asociaciones estratégicas y ampliado los intercambios militares y ejercicios conjuntos con países que incluyen a Rusia, Pakistán e Irán. Estas asociaciones todavía están muy lejos de las que mantiene EE.UU. Pero, con el tiempo, podrían formar la base de la red de alianzas de China.

Actualmente, China tiene solo un aliado formal: Corea del Norte, con el que comparte un tratado de defensa mutua. Pero cuenta con docenas de asociaciones oficiales con estados de todo el mundo. En el escalón más alto de la pirámide se encuentran Rusia y Pakistán. Luego vienen varios estados del Sur de Asia —Myanmar, Camboya, Vietnam, Tailandia y Laos—, así como otros países más lejanos, como Egipto, Brasil o Nueva Zelanda. Pekín ha invertido además muchas energías en construir mecanismos multilaterales, como la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), el Foro para la Cooperación entre China y África, y el Foro de Cooperación entre los Estados Árabes y China.

Hasta ahora, el país liderado por Xi Jingping ha evitado construir una red de alianzas tradicional por motivos que van desde inclinaciones ideológicas hasta testarudos cálculos estratégicos. Desde los primeros días, Pekín ha tratado de presentarse como líder del mundo en desarrollo y defensor de los principios de no interferencia y antiimperialismo del Movimiento de los Países No Alineados. En años más recientes, los líderes chinos han comenzado a insistir en que practican un «nuevo tipo de relaciones internacionales», evitando la política de poder tradicional a favor de la «cooperación de beneficio mutuo». Tal lenguaje está destinado a favorecer la narrativa de que el ascenso de China no debe verse como una amenaza, sino ser bienvenido como una bendición para el desarrollo.

A mayores, Pekín construye relaciones centradas en los lazos económicos, en una búsqueda de poder e influencia global. Durante las dos últimas décadas ha expandido rápidamente sus capacidades militares y usó su recién descubierto poder para intimidar a Taiwán, luchar con India a lo largo de una frontera en disputa y presionar sus reclamos de soberanía en los mares de China Oriental y Meridional.

Pekín ha apostado por ofrecer préstamos, inversiones y oportunidades de comercio y en hacer negocios con cualquier entidad soberana. Una estrategia que le ha dado buenos resultados. Muchos de los socios de China, particularmente en el mundo en desarrollo, han acogido con satisfacción su compromiso y han apoyado sus intereses fundamentales. Y junto con los incentivos económicos, Pekín ha recurrido cada vez más a la coerción económica para castigar a los Estados que desafían sus demandas, como en el caso de Australia, que vio cómo China imponía rígidos aranceles a sus exportaciones después de que prohibiera a Huawei en sus redes de telefonía y apoyara una investigación sobre el origen de covid-19.

Los cambiantes cálculos

Hay dos escenarios posibles que podrían impulsar a China a construir una red auténtica de aliados: si percibe un deterioro suficientemente agudo en su entorno de seguridad, que trastoque su análisis de costo-beneficio en la búsqueda de pactos militares formales, o si decide desplazar a Estados Unidos como potencia militar a nivel mundial. Dos escenarios no son mutuamente excluyentes.

El control del poder en el país, la autoridad sobre Xinjiang, Tíbet, y Hong Kong, y la soberanía sobre Taiwán serían insostenibles sin pactos formales de defensa con socios clave como Rusia, Pakistán, o Irán. De hecho, las evaluaciones chinas ya han comenzado a moverse en esta dirección.

Desde el 2012, China y Rusia han llevado a cabo ejercicios militares cada vez más extensos, incluidos ejercicios navales regulares en el este de China y en el mar del Sur de China, en ocasiones en conjunto con terceros como Irán y Sudáfrica. El mes pasado realizaron su primera patrulla conjunta en el Pacífico. Pese a las diferencias históricas, los dos países podrían llegar a un acuerdo.

Otro ejemplo de la postura cambiante de China es su adopción de los «estados rebeldes». En julio, China y Corea del Norte renovaron su tratado de defensa mutua. A principios de este año, China firmó un acuerdo de cooperación de 25 años con Irán, proporcionando proyectos económicos e inversiones a cambio del acceso al petróleo iraní. Los dos países también se comprometieron a profundizar la cooperación a través de intercambios militares. Poco después, China aprobó la oferta de Irán de ser miembro de pleno derecho de la Organización de Cooperación de Shanghái, 15 años después de la solicitud inicial de Teherán. La mayoría de las economías avanzadas del mundo, después de todo, ya son aliados oficiales de Estados Unidos. Pekín también enfrenta un profundo escepticismo en todo el mundo sobre sus intenciones. Eso es cierto, incluso para sus socios más cercanos de la Iniciativa de la Ruta de la Seda. Si no puede atraer a algunos jugadores a su lado, podría impulsar la «finlandización» de áreas estratégicas clave como la península coreana y de algunas partes del sudeste de Asia, obligando a los Estados a renunciar a sus vínculos estratégicos con EE.UU..

Los pactos tienen sus consecuencias

 

Los grandes avances que la Administración Biden ha hecho para revitalizar las alianzas de EE.UU. y aumentar las contribuciones de los aliados a la seguridad en la región del Indo-Pacífico son esenciales en esta era de equilibrios de poder cambiantes y de competencia estratégica. Pero Biden debe saber que cuando los líderes estadounidenses prometen reimaginar las alianzas de Washington y trabajar hacia «una nueva visión del siglo XXI» de «disuasión integrada», Pekín podría perseguir lo mismo con sus propios socios estratégicos.

Esto no quiere decir que Washington debería distanciarse de sus aliados con la esperanza de moderar el comportamiento de China. Después de todo, las decisiones de Pekín se basarán principalmente en sus propias ambiciones y en su visión estratégica. Sin embargo, la Administración de Biden haría bien en considerar cómo sus éxitos para reunir aliados podrían afectar a las percepciones de amenaza de Pekín y, sin saberlo, estimular la creación de una red de alianzas rival liderada por China.

Se debe pensar seriamente ahora en cómo vivir con o, mejor aún, prevenir tal resultado. Los esfuerzos en este sentido deberían incluir soluciones para que China pueda continuar invirtiendo en relaciones estables con Estados Unidos y sus aliados, asegurándose de comprometerse con una amplia gama de Estados, no solo con democracias afines, para que aquellos fuera del círculo tradicional de amigos de Estados Unidos no lleguen a la conclusión de que su mejor o única opción es arrimarse a Pekín. La previsión y planificación estratégicas serán esenciales para evitar la deriva hacia un mundo verdaderamente dividido, con un bloque opuesto dirigido por una China más intervencionista.

© 2021 Foreign Affairs. Distribuido por Tribune Content Agency. Traducido por Lorena Maya.